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Reportaje:

El delirante colorido de la B-Parade

La versión barcelonesa de la Love Parade berlinesa congregó en su desfile inicial a unas 40.000 personas

La B-Parade, el equivalente barcelonés de la popular Love Parade berlinesa, celebró ayer en Montjuïc su segunda edición con un espectáculo delirante y colorista que congregó a un gentío a lo largo de su recorrido. Según fuentes de la organización, cotejadas con la guardia urbana, más de 40.000 personas siguieron en sus primeras horas este festival callejero que, pese a lo que parezca, o así lo afirman sus organizadores, no pretende el mero desparrame, sino la difusión de valores tales como la paz, la tolerancia y la fraternidad universal. Iniciado el recorrido a las cuatro de la tarde frente al Estadio Olímpico, los 16 camiones (cinco menos de los previstos) participantes concluyeron el mismo cinco horas después en una avenida de Maria Cristina completamente atestada de público.

La fiesta se animó con la caída de la noche y la avenida se convirtió en una gran discoteca
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Para quien no haya visto jamás un desfile como el de la B-Parade baste señalar que es como una hibridación entre la cabalgata de los reyes, y no por lo de los camellos, una procesión de Semana Santa desacralizada a conciencia y las caravanas publicitarias que anteceden a las grandes carreras ciclistas. Todo esto se salpimienta con música electrónica, vestuarios que para ser lucidos precisan un notable arrojo y escaso sentido del ridículo y notables dosis de procacidad. Es la B-Parade. En su segunda edición los 16 camiones que formaban la caravana lucían todo tipo de publicidad, exceptuando la de marcas de tabaco debido a la prohibición explicita de la organización. La salud es lo primero.

Y espléndido parecía el estado de salud de quienes iban a bordo de los camiones, contratados por clubes, discotecas y organizaciones y colectivos de todo tipo. A una espléndida forma física cabe achacar la resistencia mostrada entregándose al baile durante más de cinco horas. Sin que la decoración de los camiones fuese especialmente lograda, el reclamo principal recayó en los personajes. Los había de todo tipo, desde romanos con tejanos y casco siete tallas menor, mohicanos simulando felaciones, bailarinas enjauladas con máscaras de cerdita, ángeles con cara de demonios, hombres en calzoncillos de esos que llevan un nombre impreso en la banda superior... En fin, cualquier cosa que llamase la atención. Eso además completado con un amplísimo catálogo de piercings y tatuajes entre los que se llevó la palma una joven que se había tatuado íntegramente un tanga situado donde ha de llevarse el tanga.

En cuanto a la música, elemento pretendidamente central de la fiesta, fue en muchos casos simplemente ininteligible. Cuando los 16 camiones se dispusieron en paralelo en la avenida de Maria Cristina, la barahúnda resultante fue estremecedora. Un total de 16 equipos de sonido bramaban a todo trapo como compitiendo a ver quién grita más fuerte. Lo increíble es que había personas, no muchas, eso sí, capaces de bailar aquella macedonia sonora que amenazaba licuar el tímpano más resistente. Todo sea por la fraternidad universal.

A la caída de la noche, con las luces de los camiones encendidos y dos gigantescas pantallas, la avenida de Maria Cristina se transformó en una gran discoteca de música electrónica amenizada por algunos de los disck jockeys residentes de los clubes participantes en la B-Parade. Por eso la organización daba por seguro que este año se alcanzaría una participación global de 100.000 personas, ya que el público tiende a asistir en masa a última hora.

Aspecto del desfile de la B-Parade que se celebró ayer en Barcelona.
Aspecto del desfile de la B-Parade que se celebró ayer en Barcelona.CARME SECANELLA
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