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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Los adultos están locos

¿Y si todo esto de la guerra a Irak y al eje del mal fuera tan sólo propaganda? Tan incordiante pregunta apareció hace pocos días en un coloquio informal en el que participé. Hubo más preguntas del mismo cariz: ¿No serán todas estas conmemoraciones del 11 de septiembre una forma más o menos sofisticada de ocultar el fracaso del modelo económico norteamericano? ¿Por qué Europa no para esta escalada militarista? ¿Quién quiere realmente una guerra que nos implique a todos? ¿Por qué si no se ha encontrado a Bin Laden se va ahora contra Sadam Hussein? ¿Quiénes son realmente los enemigos?

Era gente joven con la mosca tras la oreja. Hablaban intuitivamente y exigían respuestas que, hoy por hoy, nadie puede contestar apropiadamente. En sus oídos, como en los de cualquiera, los tambores de la guerra suenan reales; y no gustan. Alguien dijo: 'Me siento como un rehén de los terroristas y, también, de quienes hacen la guerra contra ellos'. ¿Las posturas extremas se miran con prevención? Eso parece. Estos chicos confiaban en que los mayores y los periodistas, que siempre tienen respuestas para todo, podríamos aclarar alguna cosa de lo que está sucediendo. Pero vieron, enseguida, que hasta el más sabio sólo puede hacer conjeturas, no muy optimistas, por cierto, o más preguntas.

Preguntas odiosas como, por ejemplo: ¿qué repercusiones va a tener esto en nuestra vida? Preguntas, la verdad, que se hace todo el mundo y que, a fin de cuentas, afectan a lo que cualquiera aprecia más: la forma de vivir, lo cotidiano, lo que puede tocarse.

Ese día, como en otras ocasiones últimamente, noté que, incluso entre estos jóvenes recién llegados a la vida, se abre paso la nostalgia de un pasado reciente -un pasado alegre que ahora se valora más- junto a la imperiosa necesidad de ponerse a construir un mundo donde no aparezcan enemigos, ni competidores, ni demonios debajo de las piedras. Es como si dijeran con sus preguntas sin respuesta: los adultos están locos. No lo dicen, porque no se atreven, pero sólo hay que ver la cara que ponen cuando observan a esos líderes jugar a los superhéroes.

Se vislumbra, pues, una mirada estupefacta que es la antesala de la crítica: ¿a dónde nos llevan estos chiflados? ¿De qué seguridad nos hablan cuando llaman a la violencia? Eso sería, para estos jóvenes, deseosos de ponerse a prueba y dar lo mejor de sí mismos, un mundo seguro: menos enemigos, menos competidores, menos miedo, menos pesimismo. 'Colaborar, en vez de competir, no es tan difícil. Seguro que es más divertido', concluyó alguien.

¿Puro idealismo? ¿Por qué no puro realismo? Esos chicos y chicas no eran revolucionarios en modo alguno, sino gente práctica que anuncia una efervescencia social muy positiva en torno a lo concreto. ¿Crece la desconfianza hacia las consignas y las promesas imposibles de cumplir como erradicar a todos los enemigos cuando se dice que estos están por todas partes?

Un trabajo, un salario, un pacto de colaboración, amistad: he aquí un ideal sencillo que parece haberse convertido en utopía para los que se preguntan el por qué de la guerra global que se anuncia, con Irak como objetivo inicial. Un antropólogo explicó que en América Latina hay más de cinco millones de jóvenes que no estudian ni trabajan y viven de la delincuencia. ¿Cuántos hay en España en el mismo caso? Tampoco encontramos la respuesta. A los mayores nos inquietó saber tan poco de nosotros mismos, pero esos jóvenes replicaron: '¿Qué importa que sean cinco mil o un millón? Basta que haya alguien en ese caso'. Tenían razón, una vez más. Desesperación, delincuencia y terror se dan la mano. Pero algunos jóvenes ya empiezan a pedir cuentas. A su manera, observan el mundo adulto y sentencian sin piedad: chochean. Aún no creen que la guerra de todos contra todos sea posible. ¿Ingenuos?

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