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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ideología y novela

Un saludable espíritu de contradicción invita a mostrarse suspicaz hacia todo aquello que goza de una aceptación generalizada. Entre los géneros literarios, la novela es la que posee, en la actualidad, una mayor aceptación. Eso basta para señalarla como blanco de una suspicacia de ese tipo. Lennard J. Davis lleva años fomentándola y desarrollándola, y el resultado viene a ser este libro, donde, con obcecada prolijidad, da cuerpo -ya que no consistencia- a una tesis que aspira a resultar provocativa, pero se queda simplemente en peregrina, revelándose muy pronto desorientada y enseguida pelmaza.

La tesis en cuestión consiste en pretender que, en cuanto instancia 'mediadora entre el yo y el mundo', la novela desempeña una función netamente defensiva de la posición del sujeto dentro del orden constituido. 'A lo largo de todo este libro', anuncia Davis con tono acusatorio, 'defenderé que las novelas no son la vida , que la posición desde la que nos cuentan sus historias es una alienación de la experiencia vital, que la materia principal de la que se ocupan está tremendamente orientada hacia lo ideológico y que su función es ayudar a los seres humanos a que se adapten a la fragmentación y el aislamiento del mundo moderno'.

RESISTIRSE A LA NOVELA. NOVELAS PARA RESISTIR

Lennard J. Davis Traducción de Ricardo García Pérez Debate. Madrid, 2002 336 páginas. 18,50 euros

Vaya.

No hace falta ser muy escrupuloso para sospechar que una declaración de este tenor reclama, superada la perplejidad, un montón de puntualizaciones. Y a fe que Davis las hace, pero siempre en la dirección equivocada, de tal forma que, en su obsesivo vinculamiento entre novela e ideología, emplea todo el fárrago de que es capaz en explicar qué entiende por esta última, pero prescinde de todo intento de definición de lo que entiende por novela ('debemos considerar siempre la novela como algo implícitamente ambiguo', es cuanto alcanza a decir), y ocurre así que el lector llegue al final del libro sin acertar a distinguir cuándo Davis habla de novela, de relato o de ficción, pareciendo las más veces que asimila indiscriminadamente estos tres conceptos, y aun otros afines, oponiéndolos siempre, por si fuera poco, a 'la vida', así, en abstracto, con lo cual contribuye a la confusión en la que tan dado es a navegar.

Davis, que hace profesión de

progresismo, parece nutrirse de una suerte de freudomarxismo epigonal injertado de posestructuralismo y de conductismo. En este caldo teórico recocina una y otra vez el mismo argumento circular: dado que toda novela remite inevitablemente a la sociedad en la que surge, y dado que la percepción que toda sociedad puede alcanzar de sí misma es fruto de posiciones ideológicas, toda novela, lo pretenda o no, expresa inevitablemente esas posiciones, y en definitiva contribuye a fomentarlas y a perpetuarlas. De Freud y de Marx arranca Davis la convicción de que toda resistencia a sus argumentos prueba la validez de los mismos, contribuyendo al desenmascaramiento de los intereses que esa resistencia oculta. Así las cosas, no es de extrañar que le parezca 'casi imposible negar la función regularizadora y normalizadora de la lectura de novelas, a pesar de lo que todos quisiéramos querer, esperar o desear'.

Al margen de tamaña insensatez, se hace patente que cuando Davis habla de la novela lo hace de una muy determinada forma de representación, de mímesis, sometida todavía (cosa sólo parcialmente cierta) a mecanismos convencionales. La mayor parte de este libro pretende 'mostrar de qué modos formales y estructurales están moldeadas las novelas a imagen y semejanza de lo ideológico'. Para lo cual se centra Davis en lo que para él son 'las exigencias más obvias de la estructura preestablecida de toda novela: localización, personaje, diálogo y argumento'. Afirma Davis con rotundidad: 'No puede existir ninguna novela sin estos ladrillos básicos'. Y con ello pone de manifiesto una casi absoluta impercepción de los derroteros por los que ha discurrido la novela moderna desde finales del siglo XIX, y una tendenciosa ignorancia de sus logros (que Davis obvia en todos sus ejemplos, sacados en su mayor parte de la novela decimonónica).

Como fuere, en lo que parece constituir el meollo de la preocupación de Davis -esa decisiva contribución que, según él, y como ya se ha dicho, realiza la novela a los procesos de adaptación del individuo 'a la fragmentación y al aislamiento del mundo moderno'-, se pasa de largo por una cuestión fundamental: el problemático estatuto de la novela como forma épica, segregada del cauce de la narración tradicional. El llamamiento que Davis hace a resistirse a la novela, así como su invocación de una novela de la resistencia, con todas sus connotaciones políticas, carecen del único trasfondo en el que cobrarían auténtico sentido: aquel en el que, hecha la constatación de que 'la cámara de nacimiento de la novela es el individuo en soledad' (W. Benjamin), se pregunta acerca de la posibilidad de restituir a la novela su perdida condición épica, en el sentido en que este término resuena en el horizonte cada vez más difuso de la colectividad. Una posibilidad que ha de medirse siempre con su contraria: la que la novela constituya, por sí misma, una épica del conocimiento, ajena a todo orden de heroicidad.

Davis, que es un proselitista apasionado y vivaz, maneja con aplicación académica sus referencias teóricas, y uno de los alicientes de este libro es el minucioso inventario y descripción que hace de las mismas. Sus análisis, siempre tendenciosos, revelan esa agudeza característica -paranoide- de los pensadores poseídos por una idea obsesiva. Y aunque menudean a lo largo del libro los vislumbres e intuiciones sugerentes, éstas nunca llegan a germinar porque son sembradas en un terreno estéril, un territorio de nadie, del que parece que es difícil salir, pero es porque no hacía falta entrar.

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