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Columna
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Sucursales

Juan José Millás

De vez en cuando, alguien se divorcia porque ha descubierto que su cónyuge mantenía una relación adúltera a través del ordenador. El amor cibernético es una porquería de amor, porque te enamoras de alguien que dice llamarse María y a lo mejor se llama Ricardo. O que tiene 80 años, en lugar de los 35 que confiesa. O que es guardia civil, en vez de acomodadora de teatro. Pero los jueces, en Estados Unidos al menos, han empezado a dar a las infidelidades virtuales el mismo valor que a las analógicas, con los resultados de separación o divorcio que apuntábamos al principio. Antes, las mujeres buscaban el pelo de una rubia en la chaqueta de su marido; ahora les registran el correo electrónico en busca de un cabello virtual que confirme sus sospechas. Con frecuencia encuentran las pruebas del delito y las llevan ante el juez.

Personalmente, creo que no hay matrimonio que resistiera que cada uno de los cónyuges tuviera la capacidad de revisar por dentro la cabeza del otro. Las cabezas están llenas de fantasías que un juez poco avisado tomaría por infidelidades verdaderas. Si llegara el momento (Dios no lo permita) en el que pudiéramos leer los pensamientos ajenos con la facilidad con la que leemos el correo electrónico, desaparecerían la mayor parte de las instituciones en las que resulta necesaria la presencia de los seres humanos. No es que no hubiera matrimonios, es que no habría comercios, ni oficinas, ni supermercados, ni tintorerías. No habría más que terminales de ordenador con las que nos comunicaríamos con el resto de la humanidad desde el rincón más oscuro de la casa.

Quiero decir que el ordenador es en realidad una sucursal de la cabeza. Las infidelidades que se cometen con él no son menos fantásticas que las que se cometen con los sueños. El problema del ordenador es que, a diferencia de la cabeza, sí puedes entrar en él y espiar las fantasías que ha tenido tu cónyuge en las últimas horas o en los últimos años. Eso es lo que debería estar prohibido: entrar donde no se debe y violar la intimidad del cibernauta, que no se mete con nadie, excepto consigo mismo, pues ya es delito ser acomodadora de teatro y hacerse pasar por sargento de la Guardia Civil.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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