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Tribuna
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El sistema político aleman, a examen

El autor sostiene que los políticos alemanes están empleando los trucos de campaña de sus colegas de EE UU. Éste es el primero de varios artículos sobre la decisiva campaña electoral alemana

Las elecciones alemanas del 22 de septiembre pueden atrapar al país en un histórico salto atrás. Ya ha sucedido en otros países europeos, en los que, tras unos años fructíferos de modernización y dolorosos esfuerzos de reparación fiscal de gobiernos socialdemócratas, se ha producido un regreso a gobiernos conservadores.

Las encuestas colocaban al canciller Gerhard Schröder y a su Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) dos puntos debajo de Edmund Stoiber, el candidato de la conservadora CDU y su hermana en Baviera la CSU, que forman la Unión. [Sondeos posteriores dan un empate entre socialdemócratas y democristianos].

El sistema parlamentario alemán no elige a sus representantes como en Gran Bretaña o Estados Unidos, donde 'el primero ocupa el puesto'. Cada ciudadano tiene dos votos. El primero, nominal, elige directamente un diputado y el candidato más votado gana el escaño. El segundo voto, el que decide el número de diputados, va a una lista de partido. Cada partido obtiene sus escaños en proporción con su porcentaje del voto en las listas, siempre que obtengan más del 5 %. Parece complicado, es complicado, pero funciona.

El dirigente político que defienda cambios sociales drásticos perderá las elecciones

Ahora habrá ocasión de someter a examen el sistema. Ni la izquierda ni la derecha, ni socialdemócratas ni democristianos, van a obtener una mayoría absoluta. El resultado definitivo se decidirá según el éxito o fracaso de los posibles socios de coalición.

Los Verdes y su carismático líder, Joschka Fischer, sólo pueden aliarse con el SPD de Schröder, con el que gobiernan. Sin embargo, por ahora, no parece que vayan a poder conservar una mayoría absoluta, que alcanzaron unidos en 1998, tras 16 años de Helmut Kohl. El FDP, liberal -un partido estilo grupo de presión, apoyado por votantes de clase media, desde dentistas hasta abogados-, espera tener el 10 %. Su único objetivo en política es permitir gobernar a un partido más grande y quedarse con las migajas del poder en el gabinete de ministros. Quiere reunir los suficientes votantes para instalar a Stoiber en la cancillería.

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Llegamos así al factor decisivo en este juego de poder, el pequeño PDS, postcomunista y antes dominado por Gregor Gysi, que, por desgracia, dejó a sus camaradas hace unas semanas, en circunstancias poco claras, para volver al ejercicio privado de la abogacía. Desde entonces, el apoyo al PDS ha caído del 7 % al fatídico 5 %. Si el PDS no entra en el Parlamento, Stoiber tiene más posibilidades de ser el próximo canciller alemán.

Las elecciones se están convirtiendo en una campaña presidencial, que incluye dos debates televisados entre los candidatos. Eso ha hecho que entren en juego todos los trucos propios de una campaña estadounidense. Un país que vivió a gusto muchos años con un octogenario Konrad Adenauer -hecho para cualquier cosa menos la televisión-, al que sucedieron políticos profesionales como Helmut Schmidt y personajes paternales y voluminosos como Helmut Kohl, de pronto ha empezado a prestar atención a detalles tan superficiales como el bronceado, el color del cabello, el lenguaje corporal, el carisma televisivo o la vida conyugal de sus posibles dirigentes.

Aunque con retraso, los principales políticos alemanes se han dotado de sus propios jefes de prensa, asesores de imagen, sastres y publicistas; los maestros del brillo y el acabado. No es extraño, en esa situación, que todavía haya hasta un 30 % de electores indecisos. ¿Es posible que los peluqueros tengan todas las respuestas?

Aun así, los temas de la campaña están claros: un paro elevado, más de cuatro millones de personas, sobre todo en el Este; el vertiginoso aumento en los costes del sistema de salud; la falta de crecimiento por unos mercados regulados en exceso, los altos costes laborales y la crisis económica mundial. La consecuencia de todo eso es un otoño de descontento para los alemanes, aunque las condiciones de vida son buenas. Nadie se muere de hambre. Estar parado en Alemania significa tener un nivel de vida muy superior al de nuestros vecinos con empleo en el este o el sur de Europa. El Estado del bienestar alemán está vivo y coleando, pero en bancarrota. Es demasiado caro y todo el mundo lo sabe. Ahora bien, nadie quiere ser el que tenga que cambiarlo.

La pregunta crucial en esta campaña es la siguiente: ¿Quién va a decirles la verdad a los votantes?

Respuesta: No los políticos.

¿Cómo salir de la rutina de un crecimiento económico mínimo y deudas en aumento? Los dos dirigentes de los grandes partidos saben que quien defienda cambios drásticos en nuestro sistema social perderá las elecciones.

Nunca ha habido más ensayos, artículos, libros, debates y declaraciones sobre la necesidad de reformas en Alemania que estos días. Y nunca ha habido más resistencia por parte de todos a las consecuencias del cambio. Tanto empresarios como sindicatos se aferran a sus posiciones tradicionales.

Nada se mueve, excepto los ríos y los lagos de Alemania del Este, que inundaron regiones enteras y ciudades como Dresde hace unas semanas. En agosto, en la peor catástrofe natural jamás ocurrida en la zona, Sajonia parecía Bangladesh bajo el monzón. Schröder pudo lucir sus cualidades de gestor en la situación de emergencia, prometió miles de millones, que aún hay que sacar como se pueda del fondo del barril presupuestario. Stoiber, que corrió un poco tarde a la región para levantar unos cuantos sacos de arena, quedó peor. Las posibilidades de Schröder aumentaron. Para los postcomunistas, era imposible culpar del desastre a las manipulaciones imperialistas de antaño. Y sus perspectivas prácticamente se han desvanecido. Mientras tanto, Schröder fue a Johanesburgo para estar allí siete horas y regresar al día siguiente a la lucha nacional por el poder. ¿Quién quiere ser político en estos tiempos?

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