Una jubilación de oro
Los privilegios del ex presidente de General Electric
Jack Welch lo tenía todo: prestigio profesional, una mujer encantadora, el respeto de sus pares en todo el mundo, una gran fortuna y un tren de vida correspondiente a quien había convertido su gestión al frente de la General Electric (GE) en un espejo universal. Recién jubilado, concedió una entrevista a la Harvard Business Review en la que entrevistado y entrevistadora fueron más allá del pregunta-respuesta. La esposa rompió la baraja, no hubo acuerdo de separación y, para reclamar sus derechos, la despechada Jane Beasley acaba de revelar las cuentas familiares, sufragadas de forma fabulosa por GE. Estados Unidos, el país de la desmesura, ha quedado boquiabierto.
La todavía señora Welch estima en una demanda presentada ante el juez, de la que informa The New York Times, que los gastos rutinarios de la pareja ascendían a 127.000 euros mensuales y que su marido sólo aceptó pasarle una pensión de 35.000 tras 13 años de abnegado matrimonio en los que mientras él llevaba a GE a la cumbre, ella manejaba la economía doméstica, probablemente no pequeña tarea para una fortuna estimada en unos 900 millones de dólares. En 2000, su último ejercicio completo al frente de GE, Jack Welch fue retribuido con 16,7 millones de dólares.
Jane acató a regañadientes la oferta de Jack, antes de recapacitar y darse cuenta de que iba a suponer una intolerable pérdida de tren de vida. Porque a los más de 125.000 dólares de gastos rutinarios había que añadir los gastos que corrían a cargo de GE, y eso era inconmensurable. Jack, que tiene 66 años, es un genio de las finanzas y negoció una jubilación envidiable.
Welch pactó seguir de asesor a razón de 86.535 dólares por 30 días de trabajo anual, que se engrosarían con otros 17.307 por día adicional de presencia en la compañía, además de recibir una pensión de nueve millones al año, con el acuerdo explícito de seguir manteniendo de por vida los mismos privilegios y beneficios de que gozaba en sus años de jefe supremo. Ninguna de las partes reveló el alcance del acuerdo y Jane Beasley se siente incapaz de evaluarlo. Pero extiende la lista ante el juez.
Además del ya conocido derecho a usar el avión privado de la firma y el empleo de algunos asistentes, una concesión generalizada para los ejecutivos carismáticos retirados, Jack Welch podía usar como propio el espectacular piso de Manhattan, junto al Central Park, propiedad de GE, con todos, todos, los gastos anexos incluidos, ya fueran los mayordomos, el vino o los periódicos. Tenía reservados asientos de privilegio para ver el baloncesto de los Knicks, el tenis del Open y de Wimbledon, el béisbol de los Yankees y la ópera del Metropolitan. Almuerzos en un reputado restaurante corrían a cargo de la compañía, que, además de coche y chófer para él y su mujer, cargaba con el coste de la telefonía y los ordenadores en sus cuatro casas de Estados Unidos, en las que, por lo demás, GE gastó 7,5 millones en mobiliario y mantenimiento.
Un especialista en retribuciones de ejecutivos confiesa su pasmo a The New York Times y atribuye la responsabilidad a GE al decir que los beneficios de Welch constituyen el más tremendo abuso de activos de una empresa de que tiene noticia. Ahora le toca al juez evaluar.
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