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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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La boda

'Era una mañana feliz como las campanadas de una boda'. Esta deliciosa frase, surgida de la pluma de Scott Fitzgerald, me la dedicó un buen amigo y mejor escritor, cuando me casé no hace mucho. Recuerdo que pensé que era cierto, que las bodas eran bellas, musicales, quizá hasta mágicas. Superados los años de la imposición, cuando casarse era una antipática exigencia legal, y lo transgresor era negarse al evento, la libertad nos ha devuelto a muchos el ritual, despojado del sentido de antaño. ¿Qué es casarse? Fundamentalmente un acto cívico que, partiendo del hecho íntimo del amor y la convivencia, bautiza esa intimidad con amigos, músicas, palabras..., las mejores galas. Le da sentido colectivo. Y al dárselo, le recarga la emotividad, la densifica. Si me permiten la confesión, recuerdo que me emocioné cuando mi querido Monchito -ese gran bolero, él mismo- nos cantó en pleno Saló de Cent el clásico Toda una vida. 'Dios mío -pensé-, tanta liberación femenina y mis emociones son como las de mi abuela'... Día feliz, porque la felicidad fue la excusa para compartirla con la gente que amamos.

No creo que la pareja Agag / Aznar teorizara de la misma manera los motivos para casarse, y desde luego lo suyo no ha sido una 'boda transgresora'. Bien al contrario, ha sido tan clásica y conservadora que ha constituido todo un manual de la España más cañí, tanto que Buñuel podría haber hecho de ella una película de antología. Y, ¡se imaginan la película que haría Almodóvar! Sin embargo, tengo poco que decir al respecto, excepto expresar la misma convicción con que remataba Carmen Rigalt su crónica del evento: 'La novia parecía el personaje más desvalido e ingenuo de esta exagerada representación'. Pero una boda es bella siempre, como es bella la vida cuando está sobrecargada de emoción, cuando se hincha.

De la boda, como escenificación pública del amor privado, nada que decir pues, más allá de desear que les vaya bonito. Pero esta boda, a parte de la sobrecarga emocional, ha padecido tal sobrecarga política, tal cruce de intereses paraemotivos, que obliga a una segunda crónica menos respetuosa. El matrimonio Aznar ha elaborado, detalle a detalle, un acto de Estado y no sólo un acto privado, tanto que incluso ha mimado los aspectos internacionales del evento. Convertir a algunos presidentes de Estado y a la plana mayor de los ministros en padrinos de una niña de 20 años cuyo único delito es el de estar enamorada denota una megalomanía más que notoria. ¿Cuántos padrinos había por cabeza? Veintitantos... Tantos o más que en una boda de la realeza, no en vano Ana Aznar ha sido titulada 'tercera infanta de España'. Sinceramente, me niego a pensar que toda esta parafernalia de cargos, notables, poderes fácticos -¿faltaba alguno?- y ricos todos tuviera mucho que ver con el hecho privado de una boda. De ahí que resulten pertinentes las preguntas de IU y de IC sobre los gastos públicos de la cuestión -más de un millar de policías desplazados, corte de carreteras, alteración de rutas...-, y de ahí también el cambio radical de imagen de Aznar a partir de este momento; ¿o pretende continuar presentándose como el campeón de los austeros? Tendría gracia...

Hay un segundo aspecto, en esta boda política, que dice mucho de casi todo: no sólo nos 'habla' la lista de invitados, sino que nos habla, y mucho, la notoria lista de los no invitados. Así podemos observar que en todos sus años de actividad política, Aznar no ha hecho ni un solo amigo que no fuera de su núcleo duro, ni un solo socialista, ni un solo izquierdoso (lo de Blair es otra historia), ni un solo dirigente vasco que no sea de los suyos, ni un solo dirigente catalán... Parémonos aquí. Si esta boda se ha cuidado al detalle, y se ha formateado pensando en la imagen pública que quería darse del presidente -la hija pasaba por allí...-, el feo hecho a Pujol es un feo de Estado. Un feo gordo. El hombre que le ha votado los dos presupuestos generales que le han garantizado la presidencia, el hombre que le votó los primeros, cuando no tenía mayoría absoluta, el líder catalán que se esfuerza por ser el primero de la clase de constitucional, el hombre leal a la España que no se rompe, el catalán bueno, no ha sido invitado. ¡Imagínense ustedes los vascos malos! Es decir, Aznar tiene más complicidad con el presidente de El Salvador que con los presidentes de los territorios que conforman el Estado. O tiene más interés... Sea como sea, a la boda de Estado más real de la historia, cuidada hasta el detalle, donde nadie ha faltado, ha faltado Jordi Pujol. Lindo, lindo desplante, bonito patadón al honorable trasero. Por supuesto también ha faltado Ibarretxe, pero mejor en este caso, que lo habrían puesto con las cuadras... Sin embargo..., ¿verdad?...

Una boda puede ser la radiografía de una familia, como dicen que una cara radiografía el alma. Si es así, en esta boda de Estado el exceso se ha excedido por los codos, la España cañí ha reinado para duelo de la modernidad, y la España cerrada, que no habla con las periferias de ningún tipo -ni ideológicas ni territoriales-, que se monta al caballo del imperio y se siente apelada por la historia, la España de la historia contra la historia, ésa, ha tenido su gran día. Peineta y realeza incluidas. Y no me digan que así son las bodas de Estado, primero porque las bodas de Estado nunca tendrían que existir, y, segundo, porqué si hubiera sido Carmen Romero la oficiante..., para nada habríamos tenido tal espectáculo. Seamos justos con lo justo.

Pero, en fin, tañen las campanadas y son bellas, a pesar de todo. Que sea feliz esa frágil novia.

Rahola@navegalia.com

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