Ciegos y pliegos
Si peor, mejor. En el género de las relaciones de sucesos, que floreció en España hasta entrado el siglo XX y que ha sido puesto en relación con el periodismo moderno, se dejan sentir los efectos de una voluntad tremendista que privilegiaba la edición de casos raros, macabros y espantosos. Según esto, lo que se decía que le pasó al abogado Gutiérrez en Martín Muñoz de las Posadas cierto día de 1576 reunía todas las condiciones para ser un éxito editorial de la popularísima literatura de cordel.
Según el rumor, el letrado, que trataba mejor a sus dos lebreles que a los pobres, llamó a los médicos porque se encontraba enfermo. Éstos le auguran su pronta muerte y le aconsejan que pida confesión. Furioso, reniega de la fe cristiana y, entre blasfemias, invoca a los demonios para que se lo lleven en cuerpo y alma. De inmediato, se presentan dos personajes vestidos de negro con antifaces y, después de interrogarlo sobre sus pecados, proclaman su eterna condenación, reclamando lo que el malvado Gutiérrez les había prometido. Llevada su alma al infierno, su cuerpo es devorado por dos grandes perros negros que, claro, no son otros que los extraños visitantes. Los familiares del difunto urden entonces un falso funeral y amortajan un bulto de paja al que consiguen dar entierro, aunque un vendaval impide que el cortejo avance, despertando las sospechas de los vecinos, que no cejan hasta descubrir la irreverente artimaña. ¿Libelo de villanos o misterio providencial?
INVENCIÓN, DIFUSIÓN Y RECEPCIÓN DE LA LITERATURA POPULAR IMPRESA (SIGLO XVI)
Pedro M. Cátedra Editora Regional de Extremadura Mérida, 2002 535 páginas. 10 euros
Recuperado el orden con tanto dramatismo, se abría la ocasión para la enseñanza. Cierto o falso, el caso de Martín Muñoz demostraría lo inexorable de la justicia divina, el necesario respeto por los sacramentos y el castigo seguro que esperaba a los faltos de caridad, advirtiendo, asimismo, sobre los peligros de las invocaciones y juramentos, sin olvidar una posible crítica social a juristas y letrados.
Una atractiva mezcla de conveniente ejemplo y de maravillosa narración explica la difusión que alcanzaron en los siglos XVI y XVII esta clase de relatos construidos por el ingenio de algún autor avispado que poetizaba con mayor o menor fortuna creencias, rumores o hablillas locales y que el afán comercial de los impresores no tardaría en convertir en mercancía de masas, tanto populares como letradas. En el caso de lo sucedido al malvado Gutiérrez, el autor fue el ciego, o medio ciego, Martín de Brizuela, y el impresor, por su parte, el sevillano Alonso de la Barrera, aunque éste se ocultó con un falso pie de imprenta. Entre ambos forjaron el pliego poético titulado Caso admirable y espantoso perdido durante cuatro siglos y que ahora recupera Pedro Cátedra en este magnífico libro dedicado a desentrañar la ejecutoria del ruiseñor popular Brizuela que le ha valido el Premio Bartolomé José Gallardo.
Su aportación es, sin duda, excepcional porque, para empezar, ofrece un ingente volumen de documentación inédita sobre la literatura de cordel. Es posible conocer ahora detalles precisos sobre la composición de los pliegos y sus autores, su proceso de producción material, sus canales de distribución y, lo que es más, sobre su público. En esto, el libro supone un vuelco en los estudios porque se determina el número de copias del pliego Caso admirable y espantoso que corrió por Segovia en 1577, identificándose sus formas de difusión y la tipología social de los que lo pudieron conocer.
Pero la importancia de esta magnífica obra se acrecienta porque expone de forma renovada algunos aspectos de la circulación de los textos en el Siglo de Oro. Frente al lugar común que supone una radical división entre lo letrado y lo popular en función del grado de alfabetización, Cátedra demuestra la existencia de un fluido circuito que ponía en relación a los lectores cultos con los iletrados, insistiendo en los usos de los pliegos en medios urbanos todavía con aspiraciones de reforma religiosa o, tantas veces, simplemente ávidos de nuevas más sabrosas cuanto más increíbles. Bien como autores, bien como vendedores o recitadores itinerantes, se reconoce el protagonismo que en ese circuito habría correspondido a los ciegos, interesados a título personal o colectivo en superar mediante la composición, venta o recitación de oraciones y coplas el estatus de mendigos dentro de la polémica quinientista sobre la pobreza fingida y las formas de caridad.
Nos encontramos ante un libro llamado a ocupar un lugar de referencia en la historia del libro clásico europeo que, además, está compuesto de una forma amenísima. Cátedra hace que lo bibliográfico se vuelva apasionante y sus lectores llegarán a interesarse vivamente por cuestiones que, en principio, les parecerían ajenas. Si mejor, mejor.
Fernando Bouza, Universidad Complutense de Madrid.
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