"Los concilios sólo son peligrosos para los prelados de la Curia romana"
Chiapas incita a hablar del conflicto zapatista o de Bartolomé de Las Casas, el fiero defensor de los indígenas en la España de la conquista. Pero Chiapas es también el lugar donde, durante 40 años, ha desempeñado su tarea uno de los obispos más legendarios del planeta cristiano, cuya opción por los pobres le ha costado atentados (contra él y su hermana) y disgustos sin cuento. Se llama Samuel Ruiz y está en Madrid para hablar al XXII Congreso de Teología que comienza esta tarde, convocado por la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Los padres de Samuel Ruiz, Maclovio y Lupe, se conocieron en Estados Unidos, a donde llegaron desde México como espaldas mojadas, es decir como emigrantes ilegales. Regresaron apenas casarse y el primero de sus cinco hijos, Samuel, se hizo cura, estudió en la Pontificia Gregoriana de Roma y a los 35 años era ya el más joven obispo de su país. Se ha jubilado en su diócesis de San Cristóbal de las Casas, (Chiapas), donde ejerció el mismo cargo que Bartolomé de Las Casas 500 años antes.
'La única pregunta que nos van a hacer al fin de los tiempos es cómo tratamos a los pobres'
'Ustedes, en Europa, están equivocados con la teología de la liberación'
Pregunta. En Europa los obispos suelen tener los sesenta años cuando acceden a esa jerarquía. Ya no hay obispos de 35 años.
Respuesta. Ese defecto de la juventud se me quitó cada día que fue pasando.
P. Me refiero a que la Iglesia es ahora una gerontocracia.
R. Allá, en América, no. Allá hay gente joven, sangre nueva.
P. ¿Por eso se trata de la iglesia más comprometida con los pobres y, también, la más conflictiva para los poderosos?.
R.Todo aquel que opta por el mundo de la pobreza entra en conflicto. Pero la Iglesia tiene que optar. Hay riqueza porque hay pobreza, y hay pobreza porque hay riqueza. La única pregunta que se nos va a hacer al fin de los tiempos es cómo tratamos al pobre. Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber. Por eso, América Latina tiene sus mártires y sus santos. Primero cayeron los seglares; después, otras personas, organismos y demás. También entre la jerarquía que asume esta opción hay mártires, que no son, como antes, mártires de la fe, sino mártires de la justicia. Hoy se muere por optar por los pobres. Y ésa es la opción que tenemos que asumir todos los cristianos.
P. Esto nos lleva a hablar de la Teología de la Liberación.
R. No, no. Esto nos lleva a hablar de amor, de justicia. En Europa están equivocados con la teología de la liberación; creen que es marxista y esas cosas. No. La teología es lo último, primero hay que responder ante la realidad. Le pondré un ejemplo. Salgo a la puerta y encuentro a un hombre prepotente que está dando patadas a un niño y lo va a matar. ¿Qué tengo que hacer? ¿Me pongo a pensar con qué tipo de teología debo hablar a ese hombre para que sea eficaz mi palabra? Cuando yo termine de hacerle esa reflexión, ya lo mató. Antes de cualquier reflexión, tengo que hacer una opción: interponerme, decirle que está matando al niño. Lo que no puedo hacer es sentirme ajeno y decir 'a mí qué me importa que lo mate'. Como ser humano y como cristiano no puedo pasar de largo ante la persona malherida de la parábola del Buen Samaritano, como el sacerdote y el levita, a quienes importa más el templo que atender al hombre tirado en el camino por miedo a contaminarse con lo impuro. La reflexión es un paso subsiguiente. Lo primero es la opción. La teología es el resultado, no el inicio, de nuestro trabajo.
P. Usted participó en el Concilio Vaticano II y ha dicho que fue un concilio europeo, que no fue el concilio de los pobres.
R. No exactamente. Las dos preocupaciones fundamentales del concilio fueron el diálogo con el ateísmo y la unidad de la Iglesia, el ecumenismo. Pero unos días antes de la inauguración, Juan XXIII introdujo una tercera línea: los pobres. La Iglesia es, y debe ser, Iglesia de todos, pero, para los países subdesarrollados, es Iglesia de los pobres. Pero no fue esa la línea seguida. La reflexión sobre la opción por los pobres no estaba madura. En Europa entonces apenas había pobres.
R. ¿Cómo vivió el concilio? ¿Se enteró del conflicto que hubo entre prelados progresistas y prelados conservadores?
R. Fui testigo, pero no fui consciente. El peso de aquella experiencia fue tan extraordinaria, los documentos eran tan reveladores y deslumbrantes, que no comprendimos el mar de fondo. Nos llamaban la iglesia del silencio, de la Conferencia Episcopal Mexicana no habló nadie. Pero no estábamos ausentes; estábamos admirados y pasmados.
P. El cardenal Tarancón ha contado algo parecido en sus memorias. Dijo que se sintió conservador, que no percibió entonces lo que se estaba cociendo allí.
R. Quién no era conservador entonces. Ser conservador era ser observador. Pero, sí, las tendencias que allí se veían, los documentos que llegaban a nosotros, eran reveladores y nos cogieron desprevenidos. Y hubo luchas fuertes en algunos documentos, eso sí que lo vivimos.
P. Por ejemplo, el documento sobre la libertad de conciencia.
R. No, no tanto en ese tema. Eso afectaba sobre todo a los obispos españoles.
P. ¿Lo notaron entonces?.
R. Recuerdo que se distribuyeron documentos en los que se denunciaba que en España había curas en las cárceles por hablar vasco y catalán, pero pensamos que era una calumnia. No sabíamos nada, ya sabe. Franco era una especie de libertador ante el comunismo. Pero supimos que algunos obispos habían suspendido su estancia en Roma para venir a España.
P. ¿A recibir instrucciones de Franco?
R. ¿Se decía eso? No sé, a nosotros algunos de la curia nos quisieron amaestrar, pero no sé qué decirle sobre los españoles.
P. Lo ha contado el arzobispo emérito de Pamplona, Cirarda.
R. Lo único que vimos es que algunos prelados pidieron ausentarse para regresar a España.
[La entrevista se celebra en el el convento de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, en el barrio de Carabanchel Alto. Están presentes el secretario general de la Asociación Juan XXIII, el teólogo Juan José Tamayo, y la religiosa Mercedes García. Ésta relata cómo algunos de esos obispos se reunieron en ese convento con el teólogo González Ruiz para analizar lo que estaba pasando en el Concilio. Y cuenta al obispo que fue Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid, quien hacía de interlocutor ante Franco y organizaba las reacciones que, a voluntad del dictador, debían expresar los prelados de su confianza en el concilio].
P. Usted ha firmado la petición de un nuevo concilio, junto a medio centenar de prelados y miles de católicos.
R. No niego esa firma, pero la relativizo en el sentido de que la iluminación que supuso el Vaticano II no se ha agotado. Pero ha habido una sobrecarga de magisterio pontificio que provoca que algunos documentos hayan perdido impacto. Por eso queríamos llamar la atención sobre la necesidad de nuevas reflexiones. Es la misma reflexión que hizo el cardenal Martini hace dos años.
P. El cardenal de Milán fue criticado por eso con una impiedad asombrosa.
R. También hubo muchos que le defendieron. Muchos.
P. Parece como si la jerarquía católica temiera a los concilios. Como si fueran peligrosos.
R. Sólo son peligrosos para la Curia. Cuando murió en pleno concilio el gran Juan XXIII yo escuché a un monseñor de la Curia rezar por él. 'Que Dios le perdone el daño que ha hecho a la Iglesia con este concilio', rezaba.
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