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Crónica:Ciencia recreativa / y 31 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

UN ESQUEMA EN LA CABEZA

Javier Sampedro

Los humanos somos adictos a la narrativa. La leemos en las novelas, la vemos en las películas, dormitamos sobre ella durante el culebrón de la sobremesa, nos la contamos unos a otros en la barra del bar o en la tumbona de la playa y, si en un momento dado no tenemos a mano nada de lo anterior, nos la imaginamos y santas pascuas. Una explicación simple y barata para nuestra sed de ficción es que la realidad es a menudo un tormento o un ladrillo soporífero (qué gran reflexión para un 31 de agosto), pero hay otras hipótesis.

El neurocientífico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Steven Pinker cree que la narrativa es una tecnología que ha resultado de extrema utilidad durante la evolución de la especie humana. Considera, con el científico de la computación Jerry Hobbs, que las novelas se rigen por los mismos principios que los experimentos científicos: 'El novelista sitúa a un personaje ficticio en una situación hipotética de un mundo que, por lo demás, es real y se rige por hechos y leyes ordinarios, y luego permite al lector explorar las consecuencias'. La función esencial de la narrativa, según Pinker, es aportar un catálogo de situaciones ficticias pero posibles, una lista de escenarios a los que, quién sabe, tal vez nos veamos sometidos algún día, y que nos viene muy bien conocer para cuando la vida se ponga otra vez a imitar al arte, como hace siempre.

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El filósofo Daniel Dennett postula que los cerebros animales han evolucionado a través de tres fases. La primera es lo que él llama 'criaturas darwinianas'. El comportamiento de estos cerebros simples (imaginen el de un gusano) está predeterminado genéticamente. Si es adecuado para sobrevivir, el bicho se reproduce. Si no lo es, desaparece de la faz de la Tierra. La segunda fase son las 'criaturas skinnerianas' (por el psicólogo conductista norteamericano B. F. Skinner). Una criatura skinneriana tiene una gama bastante amplia de comportamientos posibles, pero los genera al azar. Si alguno funciona bien en una situación dada, los demás se silencian y el bicho (tal vez una abeja) sale adelante. Si la situación cambia, el bicho no muere necesariamente, como si fuera una impresentable criatura darwiniana: vuelve a desplegar al azar toda su batería de respuestas posibles, y si una de ellas funciona, vuelve a silenciar las demás. Las criaturas skinnerianas son como un mal pianista de bar: si no sabe cómo sigue la canción, prueba todas las teclas hasta dar con una que no suscite abucheos.

Los humanos, en la clasificación de Dennett, somos 'criaturas popperianas' (por el filósofo de la ciencia Karl Popper). Una criatura popperiana hace lo mismo que una criatura skinneriana, pero sólo dentro de su propia cabeza. Es decir, que prueba muchas posibles respuestas al azar, pero sólo como simulaciones mentales. Las respuestas que no funcionan en la simulación mental nunca se llevan a la práctica, lo que nos ahorra estar metiendo la pata permanentemente de manera aburrida y peligrosa. Mejor dicho, metemos la pata permanentemente, pero nadie se entera ahí fuera. Cuando una respuesta simulada mentalmente parece funcionar bien, la llevamos a la práctica y quedamos como Dios.

En palabras del investigador John Holland: 'La verdadera esencia de una ventaja competitiva, sea en el ajedrez o en la actividad económica, es el descubrimiento y la ejecución de jugadas en un escenario ficticio'. La narrativa es la gasolina mental de una criatura popperiana como el lector.

Algún teórico de la novela se ha quejado de que, cada vez que idea una clasificación de las técnicas narrativas (por persona, punto de vista, tipo de narrador interpuesto, etcétera), llega un nuevo novelista y se lo salta a la torera. Pero ése es el juego, en el fondo. Los sistemas teóricos ya los podemos estudiar en un tratado o en un libro de texto. Lo que esperamos del novelista es que se salte los sistemas: que nos revele una situación, un ángulo o una distancia en los que no habíamos reparado, que nutra nuestro laboratorio teatral interno con nuevas estrategias de ficción, que nos prepare para cuando tengamos que salir de nuestro cráneo y enfrentarnos al infierno de ahí fuera.

Como dijo un cliente de un amigo veterinario de Dos Hermanas (Sevilla): 'Mire, doctor, que a este perro le ha salido un esquema en la cabeza'. Eso queremos nosotros: que nos salgan esquemas en la cabeza. Feliz invierno interior.

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