LA CREATIVIDAD Y SUS DEMONIOS
El evolucionista de Harvard Stephen Jay Gould recibió una vez una invitación de una empresa japonesa para asistir a un congreso en Tokio. Gould supuso que la idea sería discutir sobre la evolución biológica con sus colegas japoneses, pero cuando le mandaron el programa reparó con perplejidad en que el resto de los ponentes -todos occidentales- eran escritores, filósofos, neurobiólogos, físicos, informáticos y cosas así. Y entonces se fijó por primera vez en el título del simposio: ¿Qué es la creatividad?
Gould charló con algunos ponentes, y le dijeron que las empresas japonesas tenían desde hacía años una verdadera obsesión con la creatividad. Sus ejecutivos estaban convencidos de que ya habían superado a la industria occidental en calidad, eficacia, precio y penetración en los mercados, pero también sabían que las ideas verdaderamente originales habían llegado con demasiada frecuencia a Tokio por valija diplomática, por así decir.
Uno de los occidentales más creativos es el físico norteamericano Douglas Hofstadter, profesor de Ciencias Cognitivas, Ciencias de la Computación, Historia y Filosofía de la Ciencia, Filosofía, Literatura Comparada y Psicología en la Universidad de Indiana (hay que ver lo que ahorra en personal esa universidad, verás como se enteren los japoneses), además de premio Pulitzer por su libro clásico de 1979 Gödel, Escher, Bach, ex columnista de la mejor revista de divulgación del mundo, Investigación y Ciencia, y vamos a dejarlo aquí.
Una típica formalización hofstadteriana del problema de la creatividad es ésta: la serie de letras abc se cambia a abd. ¿Cómo cambiaría usted la serie xyz de la misma forma? Tiempo.
Se acabó el tiempo. La respuesta más aburrida es xyd, que asume que la regla abstracta aplicable a los dos casos es 'cambia la última letra por una d'. Es fácil programar un ordenador para que salga airoso si admitimos ese tipo de respuestas como creativas.
Una solución más creativa sería wyz. La regla abstracta aquí maneja conceptos más interesantes que la anterior, y diría algo así: 'Mueve una cualquiera de las letras terminales de manera que avance una posición en el sentido alfabético que la aleja de sus compañeras'.
Programar un ordenador para que responda con este grado de creatividad ya es más complicado, porque dar con soluciones de tipo wyz requiere diseñar programas que codifiquen de alguna forma conceptos abstractos como 'lo que vale para un extremo vale para el otro', 'ascender una posición en el alfabeto es homólogo a descender una cuando el problema en su conjunto se ha invertido en un espejo', e incluso 'estos conceptos abstractos podrían ser aplicables al problema, así que a ver si cuelan'. Ese programa ya lo hizo Hofstadter hace unos años, y se llama Copycat.
La mejor manera de describir Copycat es como una 'tormenta de cerebros' en el interior de una sola cabeza (o de un solo disco duro, es este caso). El programa está compuesto por cientos de agentes o pequeños demonios informáticos, cada uno especializado en examinar un aspecto simple de cualquier prueba que se le presente. Todos los demonios trabajan a la vez en el problema, y las interacciones entre unos y otros están regidas en gran medida por el azar. De ahí la creatividad.
Hofstadter está trabajando ahora en el Metacat, que viene a consistir en añadir a Copycat un observador interno que pueda ver actuar a los demonios y recordar, en pruebas posteriores sin relación con la presente, qué tipo de estrategias más o menos azarosas han funcionado mejor en tal tipo de problema. El objetivo final, según Hofstadter, es que Metacat 'llegue a ser capaz de percibir analogías entre analogías': una cascada sin fin que muy bien pudiera estar en la base de la creatividad humana.
Respecto a la cuestión japonesa, déjenme decirles que hay un biólogo teórico japonés, Susumo Ohno, que lleva 30 años asombrando a sus colegas de todo el mundo con la extremada agudeza, originalidad y creatividad de sus ideas sobre la evolución biológica. A ver si se acuerdan de invitarle las empresas de su propio país.
Hoy tengo dos ejercicios para usted: el primero, que transforme la serie edc en muchas series a la vez con un solo cambio de letra; el segundo, que diseñe un programa capaz de responder la última línea del siguiente diálogo:
Groucho Marx. Coja una carta de este mazo.
Margaret Dumont. Ya está. ¿Y ahora qué hago?
Groucho Marx. Puede quedársela, tengo otras 39.
[Solución a la primera: etcétera].
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.