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VISTO / OÍDO
Columna
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Las causas del fenómeno

Garzón, doctor honoris causa en una universidad de Estados Unidos, ha dicho que 'en la lucha contra el terrorismo es esencial atacar las causas del fenómeno y no sus efectos'. Nada más cierto, y los jueces tienen en cuenta una serie de atenuantes o eximentes para cambiar sus sentencias en razón de las causas. También tienen agravantes para endurecer la sentencia. No me refiero al que llama 'fenómeno del terrorismo', que, llevando adelante esas doctrinas, podría hacer un esfuerzo de comprensión por la agresión civilizada a los islámicos durante los últimos siglos que podría llevarles a la destrucción no sólo de un trozo de Nueva York, sino de todo, aunque siempre el mal tiene un límite, no sé por qué causas humanas: Truman sólo destruyó Hiroshima y Nagasaki, cuando podía hacer desaparecer Tokio. Ayer, hacia las cinco de la mañana, Ángel Trapero decía en la SER (Si amanece, nos vamos): 'Los suicidarios atentados del 11 de septiembre, sean quienes fueren sus autores...'. Es una frase cargada de modificaciones para una sentencia. Yo comprendo mejor la barbarie de Nueva York que el terrorismo vasco, aparte de la espectacularidad y la cosecha de muertes.

No entiendo el nacionalismo de nadie más que como algo nocivo, que llevaban 'los nacionales' en su mochila, ni entiendo la religión como causa de guerra sino como disfraz de algo. Como en Irlanda del Norte, donde tuvieron la desgracia de caer en el catolicismo y ser destruidos durante siglos por los que habían tenido la suerte de elevarse -a la riqueza, a las armas, a la clase superior- del anglicanismo: su problema es la miseria, la subordinación. En todo caso, creo que Garzón estropea un poco su frase con la alusión al terrorismo. Cuando digo que alguien estropea algo quiero decir que no coincide conmigo. Hay que tener cuidado de que no le gane a uno el efecto político. Es esencial atacar las causas de todo delito, y no sus efectos. Si es un delito escapar del hambre africana o americana sin que el señor cónsul ponga un visado en un pasaporte que ni siquiera les dan, sabemos que hay que atacar no a la persona, sino a lo que le hace huir, y que no basta la cumbre de la Tierra en Johanesburgo, ni la Ley de Inmigración de Aznar.

No bastaron las represalias y las ejecuciones del zar Nicolás en la revolución de 1905; volvieron en 1917 y le mataron. Con ese límite misterioso en el mal a que me refería antes: tardaron un tiempo antes de decidirse.

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