Unos más culpables que otros
Agosto, siempre ávido de escándalos, nos trajo esta vez una vorágine social en los barrios de Amate y Los Pajaritos, Sevilla. Martes 13: muerte por disparos de la guardia civil de un joven delincuente (18 años), tras atracar un estanco; disturbios, cruce de acusaciones políticas... Asentada la polvareda (que no resuelto el caso, ni aclarado qué ocurrió exactamente en los avatares del suceso), conviene la reflexión. Para quienes no conozcan la zona, una precisión inicial: no estamos hablando de barrios marginales (como podrían ser Las Tres Mil Viviendas o buena parte de Torreblanca o Polígono Norte), sino de barrios obreros asentados, aunque con las carencias más o menos de rigor. La población, eso sí, bastante envejecida, lo que explica la facilidad con que determinadas bandas juveniles, vinculadas al tráfico de drogas, tienden a hacerse con el predominio social. De hecho, y desde hace cosa de un año, actuaba por esos territorios una autodenominada 'banda del demonio', convencida de ser invulnerable. (Hasta el párroco tuvo que ponerse guardia de seguridad privada, amenazado en varias ocasiones por jóvenes, siempre más o menos los mismos).
El discurso de los hechos tampoco abona la tesis de la marginalidad colectiva, ni mucho menos la del estallido social en respuesta a lo ocurrido, como algunos medios han llevado a sus titulares. Pero la verdad es peor: es la prolongada dejación de funciones de vigilancia y control por parte de la policía nacional, en esos y en otros muchos barrios de la capital; dejación que se hizo ya temeraria en el momento crítico: la mañana del miércoles 14, tras una intensa madrugada de guerrilla urbana, siempre activada por las mismas pandas. En ese momento, y sin previo aviso al Ayuntamiento, que hasta entonces oficiaba de colaborador, como es su obligación en estos menesteres, la Delegación del Gobierno retira el dispositivo especial de la policía nacional. ¿Por qué, si la situación se hallaba en su máxima virulencia? Más que presumible era que se reactivara, como en efecto ocurrió la madrugada siguiente. Sólo en la noche del 16, y bajo la presión municipal, de los medios y de los vecinos honrados -la inmensa mayoría-, la autoridad gubernativa vuelve a montar el dispositivo especial, y a solicitar la colaboración de la policía local. Pero en esas horas críticas, la sensación que cunde es de descoordinación y falta de interés en todas las autoridades. El daño ya está hecho.
Un daño que viene de muy atrás. En toda Andalucía faltan alrededor de 5.000 policías, con arreglo a la plantilla de 1996. (Curiosamente, el año que Aznar gana en España, pero pierde en Andalucía). Sólo en la capital, unos 500, como viene denunciando el propio sindicato del cuerpo. Hay noches que en Sevilla sólo está disponible un coche patrulla, lo que no sé si es bueno que se sepa. Peor me parece callarlo. Como que algunos jueces se han acostumbrado a aplicar sólo la parte blanda de la Ley del Menor, y sueltan a un mismo delincuente juvenil hasta cuarenta veces seguidas. Culpables todos, sí, como decía en este periódico Agustín Ruiz Robledo, el día 23. Pero unos bastante más que otros.
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