En casa de Twedledee y Twedledum
96 'La guardia civil, en una acción conjunta con los Mossos d'Esquadra, ha desarticulado la mayor red de tráfico de inmigrantes que opera en España'. 'El único que nos falta es el mandamás', comentó Ángel Acebes, con su habitual pulcritud. Jaime Mayor Oreja declaró que la operación demuestra hasta qué punto dejó bien preparadas las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, 'que cualquiera puede estar en Interior y tener algún éxito'. Por su parte, Rodrigo Rato se preguntó si estas actividades económicas clandestinas son necesarias para el mantenimiento del progreso en Europa, insinuando que la acción de Acebes va contra los intereses de las clases medias españolas, que pagarían en impuestos estas hazañas policiales... (...) ...y se introducían en España a través de las playas de Cádiz, para ser trasladados hasta Catalunya a través de la autopista del Mediterráneo, lo que, en opinión de un portavoz de Aznar, pone de manifiesto el uso fraudulento que los inmigrantes hacen del progreso que ponemos a su disposición. (...) ... la mayoría de las mujeres eran obligadas a ejercer la prostitución en clubes de carretera, aunque la policía sospecha que, en algunos casos, se había llegado al 'encargo de esclavas'. La banda facilitaba, a cambio de importantes sumas de dinero, importantes para el Tercer Mundo, para nosotros calderilla, la posibilidad de adquirir una esclava sexual, y esto provoca una situación compleja, dado que no resultaba sencillo demostrar este delito sin denuncia de la esclavizada, que en muchas ocasiones prefiere ser esclava sexual en Occidente que muerta libre en su país de origen y... (...) ... Nayira anunció en su sección fija en el programa televisivo Pelota Picá que se querellará contra quien afirme que ella era esclava de Salvador Tresserres. '¡Él me quería', proclamó, entre los aplausos del público, 'y quien diga lo contrario se enfrentará a la justicia!'. La señora Tresserres, a lo largo de las seis horas de emisión, se refirió a Nayira en todo momento como la 'esclava'. Nayira replicó que la señora Tresserres se había operado los pechos por deseo del presentador de Pelota Picá, y el asunto se sometió a la justicia, por supuesto, a la justicia del público: un cuarenta por ciento de los telespectadores consideró que la señora Tresserres era tan esclava como Nayira, y un sesenta por ciento quería verlas pelear sobre el fango o cambiaban de canal.
-¿Qué te parece? -pregunté a Laura cuando acabamos el intercambio de periódicos.
-Asqueroso -replicó, malhumorada.
-Ni una palabra de los diamantes.
-Parece bastante lógico, Paco -suspiró-. Se supone que lo tuyo es una misión secreta. No me parecería lógico que los periódicos explicaran que el veterinario contratado por el Presidente del Gobierno para curar un gato muerto se dedicara a la búsqueda de diamantes en el interior de los muebles de destacados políticos.
La voz metálica de la azafata nos advirtió que estábamos a punto de aterrizar en El Prat. Qué vuelo tan distinto al de una semana antes, cuando Francisco Álvarez Cascos nos guió en el avión secuestrado por Gaspar Llamazares. Entonces, el Gobierno me seguía. Ahora, me evitaba. Laura y Marta, con su amigo invisible a cuestas, regresarían a planeta Suegrum. Allí estaría la mitad de mi suegro saliendo del interior del lavavajillas roto por las gemelas Sánchez, Juanín y sus codazos procaces, Manuela en el papel de Betty la Fea, Cristina buscando literatos dentro del televisor y Manolo sopesando melones, diciendo éste está fenomenal. Yo debía enfrentarme al primer tipo de la lista que me entregó Mariano Rajoy, el primer poseedor involuntario de diamantes de contrabando.
97 -Grftxsfl -dijo Pasqual Maragall.
-Brmpf -respondí, sin pensar.
Me sonrió.
A veces, sintonizar con alguien depende de un golpe de reflejos.
-¿Te das cuenta, Paco -me chilló Pablo, ignorando como siempre que el teléfono no es un megáfono- de que todos los socialistas hablan raro? González en críptico, Zapatero en blanco y ahora Maragall en arameo?
-No es arameo.
-Pues será aracago, pero no hay quien le entienda.
-Son pequeños gruñidos -arranqué una hojita de un laurel, la doblé; sangró un poco, me la acerqué a la nariz: olía a arroz blanco-. Maragall es un animal solitario, una especie en extinción, como un oso panda.
-Qué bárbaro -vociferó-. Te cuelgas del primer socialista que pasa.
-Oye, perdona -me ofendí: tiré la hoja de laurel al suelo, la aplasté con la sandalia, en el empeine había un manchurrón oscuro-. Yo soy un veterinario independiente.
-Mire, independiente independiente -reflexionó Pasqual Maragall-, yo no conozco a nadie, salvo a mí mismo, claro. Yo voy tan por libre que muchos días ni siquiera estoy de acuerdo conmigo. ¿Me permite que apunte esta reflexión? Se la trasladaré a Jordi Pujol en un debate parlamentario.
-¿Es verdad que se le va la olla? -preguntó Pablo, siempre curioso ante las especies exóticas.
-Me saca de quicio -masculló Pujol-, me crispa los nervios, es que me me me me me me ay, gracias, me ataca.
-La gente cree que se me va la olla -le brillaron los ojillos a Maragall-, pero qué va, hombre. Le hago esas preguntas para crisparle los nervios. ¿Y usted quién es? ¿Le conozco de algo? ¿No será usted del partido este, cómo se llama, PSC o socialistas o algo así?
-Bueno, ¿qué querías? -gritó Pablo. Me aparté el teléfono medio metro para seguir hablando.
-Pero si has llamado tú -dije.
-No te oigo -se quejó-. ¿Dónde estás?
-En el jardín de la casa de verano de Pujol.
-¿Pero no estabas con Maragall?
-Han alquilado un pareado -aclaré-. Cada uno por separado, pero han coincidido. Al fin y al cabo, no son tan distintos. Es lógico que tengan los mismos gustos.
-¿Y Pujol ya no está con ese que hablaba en blanco, el primo de Zapatero? Te llamaba por eso. No lo cures. Ahora estoy en el aeropuerto de Roma, salgo para Madrid. Si intentas curarlo puede que...
Probablemente se había quedado sin batería. El silencio tras la interrupción de una conversación a través de un teléfono celular es siempre estruendoso, pero la paz que deja el final de una conversación con Pablo es maravillosa.
98 -¿Usted también se había fijado en que habla en blanco? -me interrogó Pujol-. Creí que solamente lo notaba yo. Para mí es una de las grandes virtudes de Mas, ¿sabe? Me molestaría que mi sucesor dijera algo de más contenido que yo. Y dígame, ¿sigue ocupándose de aquel asunto del gato? ¿Cómo se llamaba?
-El gato Simbotas.
Una piedrecilla golpeó el cristal del salón. Me extrañó que Pujol no se extrañara, ni acusara el incidente. Proseguí el interrogatorio, la verdad es que sin orientación clara, porque no sabía cómo preguntarle dónde tiene usted el mueble que le regaló Tresserres y que oculta un diamante de contrabando. Otra piedrecilla golpeó en la ventana. Pujol tampoco se inmutó esta vez. Tal vez fueran sus nietos.
-¿Qué ha sido de su director general fantasma, President?
-¿Yo tenía un director general fantasma? -intentó hacerse el loco. Quiso distraerme con una exhibición de muecas.
-El cuñado del anticuario, el que nunca fue nombrado, el que promocionaba el mueble catalán medieval con dinero público.
-¿De dónde ha sacado usted toda esa, toda esa, toda esa, toda esa -me ofreció la coronilla, se la golpeé para desatascarle-, ay, gracias, información?
-Me la facilitó usted -me asombré.
-Sería otro momento político y me convendría -cruzó las piernas y la pernera del pantalón le subió hasta la rodilla, descubriendo los calcetines estiradísimos sobre la pantorrilla, sujetos con una gomita-. Ahora no me interesa que usted conozca eso, por lo que le ruego que lo olvide. ¡¡Y basta ya!!
El grito no era para mí. Otra piedrecita había golpeado la cristalera del salón y Pujol saltó de su sillón, abrió la ventana y se asomó dispuesto a gritar. No pudo gritar, porque un chorro de agua le golpeó la cara.
Se giró hacia mí. No parecía enfadado. Sólo sorprendido de que pudiera pasarle algo así.
-¡Lo siento, vecino! -se oyó a lo lejos la voz de Maragall-. Estaba regando y brmfgsp, pero no volverá a frtshy, de verdad.
-Esto es demasiado -gruñó, empapado, vino hacia mí separando del cuerpo los brazos, abriendo mucho las piernas, como el dragón de Tasmania-. Venga conmigo.
Le seguí hasta la bodega. Tomó un bidón de aceite para el coche y, con una sonrisa siniestra, sin prestarme atención, sin esperarme, salió disparado por la puerta trasera, directo hacia el jardín de Pasqual Maragall.
-Ya que le gustan los juegue juegue juegue juegue, ay, gracias, jueguecitos -se entusiasmó-, ¡vamos a jugar todos!
Era como vivir dentro de una película de Jack Lemmon y Walter Mathau..., o en el episodio de Twedledee y Twedledum de Alicia al otro lado del espejo. Consulté la hora: en efecto. Eran las seis y media. Estarían peleando hasta las ocho y después irían a cenar. Era mi oportunidad para recorrer las dos casas y buscar tranquilamente las falsas antigüedades.
No habría de ser necesario recorrido alguno en la casa de Jordi Pujol: el mueble que sujetaba las herramientas tenía la marca de las tres erres.
Mañana, capítulo 24º: Pésimas noticias: lo mismo me muero.
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