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VISTO / OÍDO
Columna
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Felación y heroínas

Algo tiene julio que favorece las revoluciones: 4 de julio, 14 de julio, 18 de julio (por favor, no comparen). Algo tiene agosto para los aniversarios luctuosos: Marilyn, Groucho Marx, Diana de Gales. Tampoco hay mucho para comparar, pero creo que entre Marilyn y Diana hay algo que se cruza: dos mujeres de libertad sexual, dos mujeres que han creado símbolos. No basta con decir que Marilyn siguió el camino de martirio, oferta, intercambio o seducción que muchas de sus hermanas de Hollywood y de otras tierras: ella tenía su personalidad pura, demostró que se puede salir pura de mil felaciones y de diez mil ventas, y que se puede sentir su desgracia dentro de su triunfo. Hay razones para que una época de libertades la tomara como su heroína. El cruce con Diana de Gales es notable. Nadie puede decir que las mujeres de casas reales son todas castas y virtuosas: hay largas listas en los libros de historia de cualquier país. Pero su publicidad, su desparpajo, su indiferencia por la desesperación y la enemistad peligrosísima de los Windsor marcan un ejemplo.

Tan peligrosa que el padre del chico que murió con ella mantiene sus acusaciones de que fueron asesinados para que la madre del que va a ser monarca del Reino Unido no viviera, casada o no, con un árabe islámico. No tengo razones para creerlo, pero tengo menos para dudarlo: léase la historia del hacha del verdugo en la Torre de Londres. Ni los Windsor ni los Tudor fueron escasos en cortar cabezas y en poner la suyas, cuando llegó el caso, en el tronco. Tengo antiguo empeño en insistir que a Diana le deben mucho las mujeres del mundo, como al caso Clinton con Mónica Lewinsky, quizá actriz en las felaciones más famosas del mundo, pero fue un caso de publicidad involuntaria, no como el de Diana. En estos dos temas no fueron sólo las libertades de las mujeres implicadas, sino la aportación pública a los sucesos sexuales: la aprobación. Clinton salvó la presidencia por el pueblo y los honores a la princesa Diana fueron tributados por un pueblo más bien puritano, como el inglés. En su aniversario hay otra vez flores del pueblo y visita a su tumba.

Esta conversión de lo que antes se hubiera llamado una fresca, y quizá cosas peores, en una heroína nacional, más bien mundial, podría figurar entre lo que ya no se llama progresismo más que para denigrarlo, con Rousseau, que ahora se desdeña -por cierto, se acostaba con su criada-, y con Karl Marx -¡también se acostaba con la suya!-, es decir, con algo que necesita quitarse la cáscara polvorienta que los siglos han acumulado contra nosotros. No creo que se pueda decretar ya el fin de la palabra 'progre' cuando todavía hace mucha falta.

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