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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Por la mítica Ruta 66

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TRAS SOBREVIVIR al eje del mal, al ántrax, a la comida basura, a la sonrisa de Bush, a los teclados sin eñes y a nuestros estudiantes de la high school, decidimos finalizar nuestros dos años de trabajo como profesores visitantes en Estados Unidos cruzando el país de costa a costa. Partimos desde Savannah (Georgia) y tomamos la mítica Ruta 66 en Illinois hasta llegar a San Francisco (California). 'Conocida como la madre de todas las rutas, el nostálgico viaje hasta California por la Ruta 66 nos hace volver a los buenos tiempos de antaño', así rezaba la postal que compramos en la primera gasolinera, prometiéndonos un viaje no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, y sin pensarlo dos veces, como aconseja Dylan, 'golpeamos' la carretera, como haría Jack.

América, inmensa belleza estrangulada por una terrible realidad, donde las contradicciones son tan intensas que crean adicción. Atravesamos Illinois y Misuri, y nunca olvidaremos el cielo de Alabama, cargado de tormentas, ni a aquel travestí corriendo bajo la lluvia en el amanecer canalla de Memphis. Kansas y Oklahoma están amarillas de tedio. La cegadora luz de Nuevo México y los ojos rendidos de los indios. Sus pueblos tenaces de tormentas de arena. En Las Vegas, la eufórica histeria, tan americana, se hace densa como el plomo. En el cañón del Colorado hay carteles disuadiendo a los visitantes de que bajen y suban el mismo día. Las altas temperaturas en el fondo del cañón y la dificultad de acceso podrían ser peligrosas. Pero mis dos compañeros de viaje son valientes y cabezotas, y ¿qué no? Y allí van. Vuelven deshidratados y con los pies destrozados de ampollas, pero con una sonrisa más profunda que el mismo cañón.

Después de atravesar 11 Estados, llegamos a California: Sequoya Park, Yosemite, unos escaladores han pasado la noche colgados en la ladera de El Capitán; al amanecer, uno de ellos canta un aria y ríe, sus carcajadas resuenan en la pared bestial. Y por fin San Francisco, donde el aire es agridulce; una ciudad tantas veces soñada que es ya en sí otro viaje.

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