El refugio de Machado
Antonio Machado fue siempre un solitario. Soledades se tituló ya su primer libro escrito en los albores del siglo pasado. La soledad de Machado es trágica, tiene aquella violencia del continuo descaecer de su existencia, parecida a la de un Hölderlin o un Gérard de Nerval. Evidentemente, Machado mantuvo siempre su lucidez, y la analogía con estos poetas tan sólo es válida en el sentido de la pérdida de las esperanzas. Su salida precipitada de Madrid con su familia, recuerda en muchos aspectos a la huida de Moratín tras la derrota de las tropas francesas en Arapiles. Ambos colaborarían en la prensa valenciana: Moratín en el Diario de Valencia, Machado en La hora de España.
Antonio Machado se refugió en Villa Amparo, en Rocafort, un precioso chalet de corte neoclásico incautado por el gobierno republicano. Rafael Ferreres, en un valioso libro que a menudo pasa desapercibido. Los límites del modernismo, reconstruye los días de Machado en aquella casa, con su jardín hermoso y cuidado, y al mismo tiempo algo salvaje, de buganvillas monumentales y jazmines añosos. Muchos intelectuales se acercaban hasta Villa Amparo para hablar con el poeta: los hermanos Gaos, José Bergamín, Ramón Gaya, León Felipe... Rafael Ferreres explica que a menudo le proporcionaban colillas que habían ido recogiendo por las calles de Valencia, con las cuales el poeta reconstruía apresuradamente un cigarrillo. Ferreres también anota cómo a veces sus visitantes no podían evitar hacer algún comentario de los discursos que su hermano Manuel, 'el mayor de los Machado', leía por la radio a favor de las tropas de Franco, y cómo Antonio, aislado y tembloroso, languidecía, ante aquellos ecos fratricidas. Hermanos enfrentados, uno escribiendo a la pistola de Lister, otro 'Al sable del Caudillo'...
En aquella casa de Rocafort, Machado vivió quizá su último periodo de paz. La Acequia Real de Montcada bordeaba una de las partes del jardín, y el gorgoteo de aquellas aguas le confería momentos de tan seráfica como falsa tranquilidad: 'Ya es de noche en el jardín/ -¡el agua en sus atanores!-/ y sólo huele a jazmín,/ ruiseñor de los olores (...)'. Desde la graciosa torre de la villa, que se alza a modo de minarete entre pinos y palmeras, se contempla a lo lejos la ciudad de Valencia y la raya del mar. Allí compuso sus famosos versos a la ciudad del Turia: 'Valencia de finas torres/ y suaves noches,/ Valencia,/ estaré contigo,/ cuando mirarte no pueda,/ donde crece la arena del campo/ y se aleja la mar de violeta!'.
Villa Amparo es ahora un restaurante de lujo donde se sirven caterings para bodas y otras celebraciones masivas. La Acequia Real de Montcada ha sido cubierta a su paso por Rocafort, y a su alrededor han proliferado los bungalows y las viviendas unifamiliares. Aún así, la villa se alza con orgullo entre toda aquella pavorosa vulgaridad. Si no ha sido destruida por la especulación urbanística que ha azotado este municipio durante las últimas décadas, sin duda se ha debido a la débil memoria del poeta. No obstante, no ha podido servir a un mejor objetivo: al igual que otras casas singulares de aquellos parajes (como el Mas de Jaumandreu, donde pintó Ignacio Pinazo, y cuyos dueños, ajenos a toda veleidad cultural, escriben Xamandreu), se ha transformado en lugar de charangas y boleros que se prolongan hasta la madrugada. La triste y nostálgica soledad de Machado sobrevive en cierto modo en aquella casa. Unos azulejos en la entrada del restaurante recuerdan la estancia del poeta. Pero se trata tan sólo de un adorno, como la historiada veleta de la torre, que casi siempre señala a levante, al mar de violeta.
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