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El caso del gato Simbotas / 19. | INTRIGA EN LA MONCLOA

Todos contra todos

80 Me estaba aficionando a recorrer el jardín en paseos ensimismados, dándome portes de presidente, imitando las zancadas gigantes de José María Aznar.

-¡Paso libre, matasanos!- Mariano Rajoy encabezaba de nuevo una expedición de ministros (siempre con Mayor Oreja incrustado entre ellos), todos en bicicleta y con bolsa de merienda. También iba Celia Villalobos, que seguía negando su cese.

-Veo que les gusta el ciclismo -me hice a un lado.

-No a todos -intervino Zaplana, con una espléndida corbata fucsia por encima del culotte-. Arenas se va de campamentos. ¡Menúa patán los morros lan dao! ¡Uno menos!

-¡Bien! -gritaron todos, menos Ana Palacio, algo fuera de juego en este ambiente de política, digamos, a ras de suelo.

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-No es así, hombre -me aclaró Rajoy, que había aprovechado el parón en la marcha ciclista para encender un puro-. Dado que tenemos todos los medios de comunicación en contra, el Presidente ha ordenado que se adoctrine individualmente a ciudadanos voluntarios para que difundan nuestros mensajes por las calles.

-Servirán de apoyo a la campaña municipal -se ufanó Jaime Mayor.

-Sí, a la campaña socialista, rata con barbas -pensó Rodrigo Rato-, que Javier Arenas está conmigo.

-Que te crees tú eso, sabueso -pensó a su vez Mayor.

-Tengo que hablar con usted, señor Acebes -interrumpí los navajazos telepáticos.

Acebes miró hacia atrás, como si hubiera otro Acebes en el grupo.

-¡Pero si es un honod para mí participar en esta edxcursión! -protestó.

-Te jodes, Angelito -terció Celia, masticando gominolas-, que este señor te querrá preguntar lo que le dabas al gato Simbotas. Y piensa que ayer habló con Pilar del Castillo y esta mañana está castigada. ¡Esto es la isla de los 10 negritos!

-Vamos, señores -retomó el mando Rajoy-. Tres kilómetros y una cervecita. Así me gustan a mí las comisiones interministeriales.

-Ay, Pixie, sé valiente -dijo Michavila, o me lo pareció.

-Ve tranquilo dsin mí, Dixie -respondió Acebes.

81 -¡Se nos va a caer el pelo a todos! -bramó Javier Arenas.

Cerró la puerta con un golpetazo. Todo el edificio tembló. Recorrió la veintena de metros del sendero del jardín murmurando maldiciones.

-¿Sabes por qué estoy así? -me gruñó-. ¿Eh? ¿Lo sabes? ¡Ten!

Me golpeó el pecho con una revista y la abandonó. La cogí al vuelo.

-Estarás contento -remachó.

Pensé que sería la última encuesta del CIS, pero no; eran fotos de Aznar: en lo alto del trampolín, gritando en el aire, sorbiendo gotas de helado de café que le colgaban del bigote.

-¿Por qué habría de estar yo contento?

-Desde que merodeas alrededor del Presidente todo son cosas raras -se quejó.

-Le recuerdo que me llamaron cuando empezaron las cosas raras -me quejé.

-No es verdad, señorito -protestó-. Cuando tú llegaste el gato estaba vivo, y aquí todo empezó con un gato vivo, aunque nadie lo recuerde.

-Yo nunca vi al gato vivo -protesté- y no he hecho más que seguir órdenes.

-Tranquilo -se puso serio, pero con esa cara de aguantarse la risa que hace de él El Hombre Increíble-. Nadie te acusa de nada. ¿Eres socialista? ¿Eres inmigrante? ¿Tienes aspiraciones sucesorias? Si no es así, no tienes motivo para intranquilizarte, campeón.

-¿Cómo han podido salir publicadas estas fotos?

-Ay, campeón. Tenemos todos los medios de comunicación en contra, lo cual ya tiene delito, porque casi todos son nuestros. Pero así es.

-Ya me han hablado de sus susurradores -pasé página de la revista: en un rincón aparecía la imagen de Gaspar Llamazares como autor del reportaje fotográfico. La sombra de la piscina era él. También era una sombra en la revista. Quise leer sus declaraciones, pero Arenas me tomó del brazo y me arrastró hacia un rincón del jardín. De repente tuve miedo. Fue como un fogonazo: la impresión de que más o menos así pudo ser la muerte del gato Simbotas.

-Eso es un proyecto secreto -musitó, mirando a derecha e izquierda, para asegurarse de que nadie nos oía-. ¿Quién te ha hablado de los susurradores?

-Los ministros se han ido de excursión y lo han comentado.

Intenté moverme, pero Arenas me había acorralado contra el muro. Sus manos se apoyaban en la pared, sin aparente violencia, como colocadas ahí con naturalidad.

-¿Lo han comentado todos? -preguntó, muy despacio-. Vamos, piénsalo bien. ¿Lo han comentado todos o sólo dos?

-Creo que dos -tal vez eran sus ojos pequeños y vivos, tal vez su corbata de elefantitos rojos sobre la camisa amarilla, tal vez sus dientes inmaculadamente blancos: algo en él daba miedo.

Y, sin previo aviso, dejó caer los brazos y permitió que me zafara de su encierro.

-Buen chico -suspiró, como si el alivio lo sintiera él-. Han sido dos, en efecto. Dos, pero no dos ministros, porque Jaime no es ministro.

-Entonces, señor Arenas...

-Call me Javier, campeón -se sacudió de los pantalones un polvillo que no tenía, sólo por el placer de hacer un gesto viril.

-Entonces, Javier, usted ya sabía lo que me estaba preguntando.

-La política es un juego de rol -me pasó un brazo por encima de los hombros, presionó cariñoso-. Sólo hay dos reglas: sobrevivir en el propio grupo y destruir al grupo contrario. Cada cual con sus armas. Ahora vuelvo a ser ministro, y eso es importante, pero más importante es seguir de secretario general y ministro del Telediario del Fin de Semana. ¿Sabes cuánto hace que salgo sistemáticamente, escúchame bien, sistemáticamente en el telediario del fin de semana?

-Ni idea -encogí el cuello para deshacerme de su abrazo, pero no me dejó escabullirme.

-Dos años, siete meses y dos semanas. Y ahora, háblame sinceramente.

-Siempre lo hago, señor Javier.

-¿Tú has oído del Presidente alguna frase, o captado algún gesto que pudiera querer indicar que me tiene reservado algún alto destino, pero alto alto, alto de verdad?

Crujió la hojarasca unos metros más allá. Arenas brincó hacia atrás. Yo no pude ver quién huía. Él sí. Su rostro había perdido el bronceado que luce durante todo el año. ¿Otra vez Llamazares con su cámara de fotos?

-Peor -temblaba-, mucho peor. Era Cascos. Me ha oído expresar en voz alta aspiraciones sucesorias. Estoy perdido.

82 En la mecedora del porche, empujándose metódico con los pies, la mirada fija en una labor de punto, esperaba el ministro de Interior.

-¿Con qué alimentaba usted al gato del Presidente, Acebes?

-Con lo mejor -respondió sin alterar el gesto ni la voz ni el estado de ánimo: así es Acebes-. Era un honod para mí alimentar al gato del Pdresidente.

-Ése es más falso que un euro tunecino -dijo Villalobos ajustándose un gorrito de papel albal frente a un espejito de mano. Ya era de noche: se la veía fatigada por la jornada ciclista-. Pero así le gustan ahora al Presidente, en lugar de personas sinceras, directas y claras como yo.

-Sabe que un testigo afirma haberle visto a usted 'echarle de tó' a la comida de Simbotas, ministro -dije.

-¿Se refiere usted a la pobre Celia Villalobos? -Acebes, angelical, levantó la vista de la labor de punto-. Me alegra que la crea usted, porque no es bueno que a una minidstra no la crea nadie. Ay, no, que ya no es ministra. Ni pinta nada, ¿verdad? Pero bueno, es importante que udsted la crea.

-¿Niega usted haberle 'echao de tó' a Simbotas? -insistí.

-Por supuesto, al gato Simbotas le di siempre de todo y de lo mejor.

-Creo que no voy a obtener nada de usted -decidí sincerarme.

-Muchas gracias- dijo Acebes-. Mi carrera política se edifica sobre el menodsprecio de los demás. En eso también me parezco al Presidente, y ahí están puestas mis esperanzas sucesorias.

-Te preguntarás, chavalillo -Villalobos ya se había cansado de chismorrear de Acebes- qué estoy haciendo con el pelo cubierto de albal. Me estoy tiñendo. Quiero prohibir los tintes para el pelo. Sí, ya sé que no soy ministra, pero tengo tirón popular. Si no me dejan publicar en el BOE me iré al programa de María Teresa Campos, que también es un medio de comunicación, y muy digno. Yo soy así. Dejé de fumar y prohibí las máquinas de tabaco. Engordé un poquito y prohibí los productos adelgazantes. Ahora que me están saliendo canas comprobaré qué hay de turbio en los tintes de pelo. Las amas de casa me absolverán.

-Seguro que para compensar los daños a la industria cosmética -refunfuñó Miguel Arias Cañete al pasar por delante del baño- el Gobierno en pleno tendrá que teñirse el pelo. Y los calvos a ver qué nos teñimos.

-Mucho nervio, mucho nervio -parecía seriamente preocupado Rajoy-. Presiento algo grave. ¿Un purito para desestresarse?

Mañana, vigésimo capítulo: La pista de los diamantes.

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