El misterio del helado de café
69. -Acompáñeme -había dicho el Presidente, sin más, con esa confianza que da saber que todos cuantos te rodean tienen que hacerte caso si no quieren ver su nombre en el BOE. Le seguí hasta un pabellón cubierto que ocultaba, según me había dicho Aznar, la esencia del poder: el Presidente se disponía a darse un baño en una piscina rebosante de helado de café. Así como el Tío Gilito, el primo rico del Pato Donald, mostraba su poder bañándose en una piscina de monedas, Aznar había mandado construir una piscina de helado de café en su residencia veraniega.
-Es usted un privilegiado -me señaló con su índice algodonoso como si me acusara-. Ya ve que ni siquiera acepto la presencia de los miembros de mi seguridad.
Viéndole encaramarse al trampolín, parsimonioso, solemne, cubierto sólo por un bañador estampado en gaviotas, dispuesto a cumplir un capricho infantil que al mismo tiempo deseaba mantener en secreto y divulgar, era imposible no quererle.
El súbito ataque de ternura aznarista no me impidió percatarme de una sombra furtiva que aparecía tras una puerta. Todo sucedió en segundos.
-¡Alto! -grité, y eché a correr tras la sombra que huía.
-¡Estaba en la depuradora! -gritó Aznar, ya en el aire, recién tomado el impulso desde el trampolín.
-¡No se tire, Presidente! -grité.
-¡Tocáme los c...! -no pudo completar la frase. Se oyó un estruendoso ¡chof!
Aznar emergió enfurruñado, relamiéndose restos de helado en el bigote.
-No lo pruebe, Presidente -me acerqué-. Puede que esté adulterado.
-No ha nacido el chulo que me quite a mí el helado de café.
70 -No he entendido nada de tu mensaje -la risa de Mayte se entrecortaba en el interior del teléfono por falta de cobertura-. ¿Qué quiere decir Pts pd vnn x ¿? Brrr ring choff!! Ay tururú.
-El Presidente puede estar siendo envenenado por vete a saber quién; se baña en una piscina de helado de café, un sujeto merodeaba por ahí pero ha huido y no he podido atraparlo -dije, tratando de impresionar a Mayte con la contundencia de los hechos para compensar mi falta de progresos en el aprendizaje del idioma del móvil.
-A mí me parece -se contorsionaba ante el espejo Laura para acomodarse dentro de un vestido de punto amarillo- que Aznar es un celoso, y que piensa que el gato Simbotas está teniendo demasiado protagonismo. Ahora quiere que le envenenen a él.
-Las sospechas son mías, Laura -dije.
-¿Pero tiene algún síntoma? -se burlaba Mayte, se me acercaba un perro, trotando torpe entre los frutales, parecía un cruzado de galgo, desgarbado, patoso, aparté la mirada para no distraer mi atención de Mayte-. ¿Se marea, se encuentra débil, me estás tomando el pelo? Si quieres puedes llamarme sin motivo, no hace falta que te inventes nada, Paco.
-Yo sólo te digo lo que ha pasado -me hice el ofendido-. Lo siento, no quería molestarte. ¿Cómo está tu hija?
-Mi hija está igual de bien o de mal hoy que ayer, que no llamaste, o anteayer, que tampoco llamaste.
-¿Estás enfadada?
-Por qué iba a estarlo. Voy a tu casa una noche, vienes a mi casa una tarde, desapareces sin decir ni mu y cinco días después telefoneas para decirme que al Presidente del Gobierno le duele la barriga.
-Ay -dijo un albaricoque al que había pateado en un arranque de furia infantil.
-Tengo que colgar, Mayte -me asusté-. Esto está embrujado.
-Vale -colgó ella antes que yo.
-No se asuste, hombre -dijo una voz grave a mis pies-. Soy yo, Jesús Caldera, portavoz socialista en el Congreso infiltrado en la residencia de verano de los Aznar disfrazado de perro galgo, ¿qué le parece? Sigue usted con mal de amores, ¿eh?
71 -¿Cómo ha llegado usted hasta aquí, señor Caldera?
-Ssssst -se alarmó, sacudió la cabeza, rodeó el albaricoque husmeándolo-. No me llames señor Caldera, llámame Tobi o algo así.
-Está bien, Caldi, explíqueme qué significa esto.
Me pareció que sería menos sospechoso caminar seguido por un perro que hablar frente a un árbol. Caldi trotaba a mi lado, con alguna dificultad, dado que el disfraz de perro no le permitía llevar gafas. En eso le aventaja Mortadelo.
-Ya sospechábamos que algo raro se estaba cociendo. No podemos permitir, desde una oposición responsable, que se trate de envenenar al Presidente del Gobierno. Vamos a defenderle, para intentar derrotarle después en buena lid.
-En cuanto descubra que está usted por aquí saldrá por la tele acusando a los socialistas de intentar envenenarle.
-Lo sé, lo sé -suspiró resignado-. Pero el pueblo español sabrá valorar nuestro talante y nuestra forma de hacer oposición, y estamos seguros de que en las próximas elecciones nos mantendrá en la oposición.
-Querrá usted decir que les llevarán al Gobierno.
-Vaya -gruñó, me enseñó los colmillos-. Veo que es usted un radical.
-A mí no me parece bien que sepas que hay un socialista disfrazado de perro galgo por aquí y no digas nada, Paco -Laura parecía decidida por el vestido liso rojo, holgado, pero ahora no encontraba bolso para combinarlo-. No sé, lo veo como desleal, y más después de lo que ha pasado en la piscina.
-De manera que lo dsucedido con el gato Dsimbotas no ha sido un hecho aislado -aventuró Ángel Acebes.
-Pensé que usted, como ministro del Interior, debería estar al corriente.
-¡Jo! Menuda dresponsabilidad. Tengo que contardselo a Mariano.
-¿Dio alguna indicación el Presidente sobre la naturaleza de sus sospechas? -el aliento de Rajoy delataba que seguía birlándole los puros a Aznar.
-Quiero que interrogue usted al servicio, porque hay algún inmigrante -dijo Aznar-. Si se está cometiendo un crimen, lo lógico es que sea un inmigrante, dado que el 90% de quienes ingresan en la cárcel son moros o negros.
-En resumen -sentenció Rajoy meditabundo-. Le han encargado a usted un código marrón.
-¿Tienes que culpar a un inmigrante? -Laura detuvo por un momento su ritual de vestuario.
-¡Preferirán que encarcele a los socialistas esos progres trasnochados! -gruñó Aznar.
-Deberías decirle lo del galgo socialista, Paco -volvió Laura a sus vestidos.
-¡Pero si Caldera quiere proteger a Aznar! -la miraba tendido en la cama, en calzoncillos pero con la americana puesta, todo yo glamour-. ¿No ves que son oposición responsable? Además, te recuerdo que también trabajo para ellos.
72 -¿Qué hay de nuestro pequeño asunto, amigo? -detuvo Caldi su trotecillo junto a un peral, levantó una pata trasera, orinó.
-He contactado con un colega de Sicilia.
-¿Y qué dice? -meneó el rabo.
-¿Oye? -me gritó Pablo como si quisiera que su voz me llegara desde Sicilia sin ayuda del teléfono-. He estado trabajando en lo de tu cliente que habla en blanco.
-¿Desde Sicilia?
-Un cibercafé. Las vacaciones no hay quien las aguante. Escucha: sabes que reconocemos a qué especie pertenecemos porque al abrir los ojos vemos a nuestra madre.
-Eso se llama 'imprinting' -aclaré a Caldera, aunque dado su disfraz me sentí algo chusco-. El patito feo es un caso de mal 'imprinting'. Al nacer creyó que su madre era un pato. Tardó en darse cuenta de que era un cisne. Tarzán es otro caso de mal 'imprinting'. Se creyó mono.
-He leído que Zapatero es diputado desde los veinticinco años -dijo Pablo-. Demasiado pronto. Él cree que pertenece a la especie de los diputados.
-¿Quieres decir que desconoce lo más sucio de la vida? -me burlé.
-Al contrario -oscureció la voz para demostrar lo serio que estaba-. Un tío criado entre diputados no puede ser un ingenuo. Si habla en blanco es porque trama algo.
-Entonces, ¿qué? -Caldi mostraba su ansiedad abriendo mucho la boca y sacudiéndose como si estuviera mojado-. ¿Lo de José Luis es grave?
-Túmbese de espaldas -le ordené.
-¿Cómo? -se quejó Caldi de la aparente falta de respeto, pero me obedeció, y le cosquilleé un poco en la tripa-. Ay, qué risa tía Felisa.
-No -le consolé-. Mi amigo cree que no es grave.
-¿Lo ve, ja ja ja? -pataleaba Caldi feliz-. Ya le dije yo que José Luis es un monstruo, ay, ji ji.
Se oyó un alboroto de arbustos removidos, un gruñido sordo y pasos a la carrera.
-¡Mi madre! -Caldi salió zumbando. Guca y Cico, los cockers dorados del Presidente del Gobierno, se aproximaban a toda velocidad. Tras ellos, corría y resoplaba Jaime Mayor Oreja.
Mañana, decimoséptimo capítulo: Botellón de ministros
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