Una buena educación
77.- Malo es confundir los tenedores del pescado y de la carne, pero más humillante aún es echarse vino tinto en la copa del agua. En la nariz de Ana Botella no cabían las arrugas de tanto mohín de disgusto.
-Nosotros tuvimos gato hasta hace tres años -explicaba Laura-. Perdimos a Chusqui en un verano, en Cantabria. Paco no quiso tener otro gato.
-Hay quien opina lo contrario -dije, vertiendo el vino de la copa de Laura en mi gaznate, en un momento muy bonito, muy Long John Silver-. Hay quien opina que lo mejor es adoptar otro gato enseguida.
-¿Ah, sí? -se interesó Aznar-. ¿Y por qué?
-La relación con un animal no es exactamente altruista -dije-. Satisface el deseo de ser querido. Por lo menos hay quien opina así.
-¿Quién? -terció Ana Botella.
-Yo -respondí, un punto más que achispado-. Querer a un animal es quererse uno mismo, lo cual no está nada mal. En realidad es el único cariño que es para siempre y no es difícil ponerse de acuerdo para hacer el amor, como dice Woody Allen.
-Ya -pareció sopesar mis palabras Aznar y me emocioné: me estaba haciendo caso; ¿y si me nombraba ministro de Medio Ambiente, como había insinuado Arenas? ¿O secretario general, en lugar de Arenas, je je? ¿O... sucesor? Me resbaló la servilleta desde las rodillas hasta el suelo, la recogí ayudándome con el dedo gordo del pie que asomaba por la sandalia, mientras Aznar rompía su silencio-. Quieres decir, querido Tú, que un gato es algo así como un ministro del Afecto.
-Pero no hablemos sólo de gatos -intervino Ana Botella, cantarina-. Hablemos un poco de mí misma. ¿Les he dicho que soy una mujer moderna, culta y modesta? Mi conversación es variada y mi sensatez inmensa. Todo el mundo dice que soy el CIS de Jose porque estoy en contacto con la calle. Salgo a la calle, se me ocurre una cosa, se la digo a Jose, Jose se la ordena a un ministro y aparece en el BOE. Más fácil, imposible. Democracia directa. Por cierto, tenemos que decirle a Rodri que vuelva a hacernos las cuentas de la hipoteca. Cómo se está poniendo la vivienda. Esperemos que siga así. Sólo faltaría que ahora que hemos comprado una casa bajaran los precios.
-No como un ministro -dije, ignorando a Ana Botella-. Eso sería como decir que la ministra de Educación sirve para educar al Presidente, y es evidente que ése no es su papel, a no ser que admitamos que es una completa inútil, ja, ja, ja.
Derramé la copa de agua sobre el mantel, se me escapó un eructo y, a pesar de que pedí disculpas, la mirada reprobatoria de Laura me hizo comprender que acababa de quedar fuera de la carrera sucesoria. De perdidos al río, me dije, y empecé a comer con las manos.
-Tu intuición tal vez sea buena, querido Tú -dijo Aznar, asombrándonos a todos-. Quiero un informe sobre Pilar del Castillo mañana en mi despacho a las diez de la mañana, después de mi desayuno frugal y mi hora y media de halterofilia y carrera, diez kilómetros, seis minutos cuatro segundos. Por cierto, ¿te importaría ir el viernes a ver al Rey en mi lugar? Tenemos que despachar, como todos los veranos, y qué quieres que te diga, Tú. No me apetece. La cena, mañana, a las diez de la noche. Aquí. Por cierto, otra cosa ¿a qué esperas para culpar a la cocinera del intento de adulteración de mi piscina de turrón? ¿O es que vas a perder el tiempo con historias de anticuarios que no interesan a nadie? Piensa que lo de la piscina me interesa a mí, que soy el que mando, ja, ja, ja, ja.
-Pero hablemos también un poco de mí misma -canturreó Ana Botella-. ¿Qué les parece como título para una conferencia Por qué las chicas de servicio se van en cuanto les haces los papeles?
78 -Le ruego que me escuche un momento.
Tal vez sea la voz grave, tal vez el gesto grave, tal vez la gravedad que intenta transmitir en todo lo que dice, pero la ministra de Educación, Pilar del Castillo, es de esas personas que incluso cuando piden algo por favor parecen estar transmitiendo una orden. Una orden grave. En una novela de Enid Blyton sería la gobernanta de un caserón misterioso. Hasta el final no se sabría si buena o mala.
-¿Le importa que cante?
-No, claro -procuré responder con naturalidad-. ¿Por qué habría de importarme?
-A ver qué le parece:
'El patio de mi ca-sa
es partí-cular
cuando llueeve se mo-ja
como los demás'.
Se hizo un silencio embarazoso. Tosí. Sonreí.
-He preguntado qué le parece -insistió. Si por lo menos se llamara Dulce del Bosque, pero no, tenía que llamarse Pilar del Castillo-. ¿No me ha oído? Por supuesto, me refiero al contenido, no a la entonación, no sea percebe.
-Me ha parecido bien -qué gracia de insulto: percebe, como de tebeo de posguerra.
-El gobierno catalán ha incluido esa canción en el temario de la clase de música para el año que viene. Es la única canción en castellano que tendrán que aprender los niños catalanes, ¡y justamente habla del patio de mi casa, que es particular! ¿No ve que se trata de un mensaje subliminal de nacionalismo excluyente?
-No se me había ocurrido.
-A mí también me pasó desapercibido. Fue el Presidente quien me alertó. El Presidente es mi guía y mi orientación en todas las reformas que hago. ¿Quiere saber cómo empezó todo? ¿Quiere que le ate o prefiere escuchar mi relato en libertad?
79La ministra comenzó así su grave relato: -Oye, Pilar -dijo el Presidente parapetado tras la mesa de su despacho y acariciando el lomo de Simbotas, aún vivo y ronroneante-. Háblame con sinceridad. ¿Qué opinión tienes de mí?
-Hombre, Presidente, no me preguntes eso.
-¿Te parece que tengo una buena formación -hablaba despacito, en un susurro-, que mis conocimientos son sólidosss?
-El Presidente -me aclaró la ministra- alarga las eses al final de las preguntas cuando desea una respuesta afirmativa.
-Imagino que contestaría usted que sí -la animé a seguir su relato.
-Es lo que pienso, por supuesto. El Presidente es un político fabuloso con una formación humanística muy sólida.
-Pues entonces, Pilar -dijo el Presidente, a contraluz, como Marlon Brando en su primera secuencia de El Padrino-, ¿por qué permites que la educación de nuestros chicos siga orientada por peregrinas teorías igualitaristas? Haz que los chicos estudien lo que yo estudié, Pilar.
-Pero habrá que actualizarlo, Presidente -repuso la ministra.
-Pilar, Pilar, ¿por qué me ofendes? -Simbotas bostezó entre las manos ingrávidas del Presidente-. ¿Te parezco un hombre trasnochado? ¿Crees que necesito actualizarme? Dímelo tú, Simbotas. ¿Crees que soy un hombre anticuado? ¿Crees que necesito actualizarme? Anda, díselo a la ministra.
-Miauuuu -maulló Simbotas, dulcísimo.
-Ya lo has oído, Pilar. Simbotas cree que soy una de las personas más preparadas, si no la que más, para el siglo XXI. Eso lo sabe un gato... -el dedo de Presidente escaló tembloroso una imaginaria montaña de claras a punto de nieve y se golpeó la sien-. ¿Y no lo sabe una ministra? Ay, ay, ay, ay, ay.
Negó con la cabeza abatida José María Aznar. Pilar del Castillo sudaba.
-Es que yo, Presidente...
-Me has ofendido, Pilar.
-Yo no pretendía, Presidente...
-Ah, no pretendía, no pretendía. El BOE está lleno de gente que no pretendió. Mírame, Pilar. Yo no fui una persona especialmente dotada para el estudio -se llevó su índice de algodón a la frente-. Pero, ¿sabes, Pilar? Me esforcé. Me esforcé y salí adelante. No me ha ido mal. ¿Te parece que me ha ido mal?
-No, Presidente.
-No, claro. Tú tienes muchos estudios, muchos másters, muchos diplomas... Y ahora estás aquí, temblando delante mío.
-Sí, Presidente.
-Pues si a mí no me ha ido mal, Pilar, ¿por qué no permites que los chicos estudien lo mismo que estudié yo? ¿O es que crees que los chicos de hoy no tienen derecho a ser como yo? ¿Tú que crees, Simbotas? Vamos, dile a la ministra lo que crees.
-¿Le vio usted hablar alguna vez con Simbotas? -la interrumpí.
-¿Qué importancia tiene eso, mendrugo? -Pilar del Castillo casi me golpeó con sus palabras.
-Deje que yo decida algo, ministra -supliqué-. Recuerde que el investigador soy yo.
-Eso es una bobada tremenda. Lo realmente importante del relato es que el Presidente es el verdadero inspirador de las reformas educativas.
-¿En qué tono te dijo eso la ministra? -me preguntó el Presidente, recién duchado tras su hora y media de halterofilia ycarrera, diez kilómetros, seis minutos tres segundos, y su desayuno frugal.
-En tono grave, como siempre, Presidente.
-Pero a ver, mi querido Tú -su voz escondía todos los matices de la impaciencia-, ¿crees que lo decía como un elogio o que intentaba culparme de la contestación social de esas reformas? No quiero que me cuentes un chisme, no me interesan nada los chismes. Me interesa como información, y con total sosiego lo pregunto, porque es de todos sabido que soy una persona templada: ¿mi querida Pilar quiere echarme a los estudiantes encima?
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Mañana, decimonoveno capítulo: Todos contra todos
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