De Japantown a Alcatraz
El día anterior lo habíamos dedicado a Chinatown. Hoy le tocaba el turno a Japantown, el barrio japonés de San Francisco. Empezamos a pasear por sus calles y lo primero que nos llamó la atención fueron las esculturas de comida que había en los escaparates de muchos restaurantes. Eran unas copias perfectas de los platos que podías encontrar en el interior. Quizá son un poco kitsch, pero son muy útiles, ya que muestran en qué consisten los platos, cosa de agradecer, ya que en la mayoría de restaurantes la carta está sólo en japonés.
Estuvimos paseando durante un par de horas por las calles de Japantown y entramos en tiendas de todo tipo, siempre en busca de ideas. Al final, decidimos entrar en el restaurante Juban, un sitio muy divertido en el que había unas quince mesas equipadas con una pequeña barbacoa eléctrica en el centro. El concepto es interesante, ya que tú mismo puedes cocinar en la mesa los productos que solicitas. Pedimos langostinos y diferentes tipos de carne de buey. El original acompañamiento consistía en unos papillotes de ajos que se cocinaban en la barbacoa. Sin salir del barrio, fuimos después a varios restaurantes de sushi, siempre con la guía Zagat como referencia, puesto que no conocíamos a nadie en Japantown que nos pudiera aconsejar.
Visitamos algunos supermercados. A veces nos inspiramos en ellos para cazar ideas
Por la tarde cambiamos radicalmente de historia, ya que nos dedicamos a conocer la ciudad. Viajamos en tranvía por las calles empinadas, fuimos al puerto a ver las focas, visitamos el bar donde se creó el Irish Coffee (no sabíamos que se había creado en San Francisco) y fuimos a Alcatraz. Fuimos en barco hasta la isla y, una vez dentro del famoso penal, sentimos una sensación muy fuerte. Era impresionante encontrarte con las celdas abiertas, mientras nos venían a la memoria todas las escenas de películas y de libros que conocíamos. Fue una experiencia única.
Para acabar el día fuimos a uno de los restaurantes importantes, aunque cuando vamos a la caza de ideas pocas veces acudimos a los grandes restaurantes. En el Gari Danko, sin embargo, hicimos una gran cena. Después, nos fuimos al hotel y nos dedicamos, con Albert, Oriol y José Ramón, a pasar a limpio todas las notas gastronómicas y a hacer un resumen de los tres días que habíamos pasado en San Francisco.
A la mañana siguiente nos dedicamos a visitar supermercados. En ellos nos inspiramos a veces para cazar ideas. Te vienen ideas mientras contemplas los productos y, en ocasiones, viendo elaboraciones industriales se te ocurre hacer una versión propia en el restaurante. Por ejemplo, hemos hecho como postre una versión del Solero, que es un polo industrial. También hemos utilizado para nuestros platos pastillas balsámicas Fisherman, maíz frito, pipas de girasol, versiones de piruletas, etcétera. Éste es uno de los métodos creativos que tenemos en El Bulli, además de utilizar los cinco sentidos, recurrir a la memoria (la adaptación y la deconstrucción pertenecen a este método) o crear nuevas maneras de servir la comida, cambiando la estructura del menú. También tenemos en cuenta todo lo autóctono, los productos, las técnicas, los conceptos o la filosofía, y forman parte de nuestros métodos creativos las influencias de otras cocinas, la búsqueda teórico-conceptual o la simbiosis del dulce y el salado.
En San Francisco visitamos también el Museo de Arte Moderno y vimos en la tienda del museo vajillas y objetos que pensamos que podrían servir como recipientes para nuestra cocina. A continuación, nos dirigimos en coche a Berkeley. Allí se encuentra Chez Panisse, un restaurante mítico para muchos norteamericanos. (Con la colaboración de Xavier Moret).
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