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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Itinerario sentimental

El noveno viaje del Papa a Polonia ha tenido aspectos que van más allá de los estrictamente pastorales, con ser éstos los que articulan la agenda del jefe de la Iglesia católica. Que Juan Pablo II eligiera Cracovia para los cuatro días de su reciente gira no es una casualidad. Tiene mucho de regreso a los orígenes de quien a lo largo de 40 años, desde el noviciado hasta el arzobispado, habitara la ciudad que abandonó sólo para asumir el timón de Roma. E inevitablemente también de despedida de una luz y un paisaje sentimental, razonable en un hombre de 82 años progresivamente enfermo. En este ánimo se enmarcan sin duda la visita a la tumba de sus padres, sin descender del automóvil, y el sobrevuelo de su localidad natal, la vecina Wadowice.

El Juan Pablo II que celebró una sofocante misa de tres horas en la capital medieval de Polonia era a todas luces un hombre más gastado que el que hubo de suspenderla en el mismo lugar hace tres años por achaques de salud. Pero su liderazgo moral entre los polacos no ha decrecido un ápice, como lo atestigua el fervor con que más de dos millones de personas escucharon sus rituales mensajes de afirmación de la vida y de condena a la eutanasia, la clonación de células humanas o el aborto. El Papa no ha olvidado recados más mundanos, desde el abierto desmentido a los rumores sobre su retirada anticipada hasta su explícito aval al ingreso de Polonia en la Unión Europea. Un apoyo éste agradecido en lo que vale por el Gobierno de Varsovia, que celebrará un referéndum el año próximo sobre la cuestión y donde el apoyo de la Iglesia -más del 90% se declara católico- resulta crucial para vencer las reticencias de muchos. Juan Pablo II ve en la Polonia cristiana un modelo para la Europa en construcción.

Ha sido, sin embargo, el carácter de peregrinación íntima, lo nostálgico de su agenda, lo que ha hecho definitivamente diferente este regreso del Papa a su tierra, a la ciudad que le catapultó como uno de los hombres que han perfilado el siglo XX. Desde esta perspectiva, el reencuentro de Wojtyla con Cracovia debe ser juzgado a más distancia y con más pudor.

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