_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En tierra de nadie

También en Barcelona hay barrios que no existen. Como el mío. Ni el Ayuntamiento sabe si somos Sarrià o Les Corts: depende. Depende del servicio, del papel que se necesite, de la reclamación que haya que hacer. Depende, tal vez, del humor del burócrata de turno o de la buena fe del funcionario. Depende. Eso es lo que define a los barrios que existen pese a que no existan. Son barrios de frontera perpetua: tierra de nadie. Es decir, tierra de todos. A mucha honra. Esto también es Barcelona.

Una Barcelona diferente. La he visto construir desde hace 30 años desde mi casa, la primera que hubo en la zona alta de Carlos III, cuando, en vez de la boca del túnel de Mitre y la boca del túnel recién construido sobre la Ronda del Mig, había una espléndida rambla plagada de palmeras y adelfas. Alrededor, todo eran descampados, barrancos y dos granjas, con cerdos incluidos. Hoy todo es dióxido de carbono donde antes gruñían -y olían- los cerdos. Bastantes árboles de no gran interés y la rambla de palmeras se fue con ellos. Después se fueron los escasos caballos que pasaban por la Diagonal y el paso ligero de 'la abuelita cañón', que así llamaban los estudiantes a la espléndida figura de la abuela Salisachs, verdadera precursora del footing, que nunca renunció a los tacones. No había metro, ni estaba El Corte Inglés, ni Banca Catalana, ni La Caixa, ni un edificio de oficinas de Núñez y Navarro, ni se veía el pirulí de la torre de Calatrava. No era, ni siquiera un lugar de paso. Era un no lugar. Es decir: el porvenir.

Hubo un tiempo en el que Barcelona fue brillante en muchas cosas menos en la construcción de barrios
Más información
ENTRE SARRIÀ, LES CORTS Y LA DIAGONAL

Con el paso del tiempo dejé de ver el reloj de la torre de la iglesia de Sarrià, el Tibidabo y el pequeño barrio de Capitán Arenas -lo único que permanece igual- para extasiarme ante bloques de cemento en forma de cajas de zapatos, a cual más sorprendente por su falta de imaginación y belleza. Pero pude ir en metro, o a comprar a El Corte Inglés (cuya marquesina, por cierto, vi caer estrepitosamente, a las diez de la mañana, una semana después de la inauguración, sin que ningún periodista pudiera publicar ni una línea). Eran otras épocas, sin duda.

He visto, pues, construir el porvenir, paso a paso. Todo un master en obras privadas y públicas, como comprenderán. Abrir, cerrar calles. Horadar el suelo, tragar el polvo. Y esperar el resultado de tanto trajín de obreros, camiones, arquitectos, ingenieros y autoridades de inauguración. Que yo recuerde, el tramo de Carlos III entre lo que hoy es plaza de Prat de la Riba y la Diagonal habrá sido inaugurado siete u ocho veces en estos 30 años.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

El resultado de la construcción del porvenir, en ese barrio de frontera donde caben todos y los habitantes de la zona somos presuntos apátridas, salta a la vista. Ahí casi nadie había previsto nada salvo crecer, comunicar y ganar dinero. Eran tiempos en los que se experimentaba y se iba a salto de mata: todos éramos autodidactas. Y así salió el barrio que no existe. El barrio que es símbolo de un tiempo barcelonés brillante en muchas cosas menos en la construcción de barrios. Una cara barcelonesa maldita, sin duda. Pero real. Mi propia casa -un genuino producto del constructor Figueras- tuvo el número cambiado -el 5, por ejemplo, no estaba entre el 3 y el 7, sino después del 9- durante 20 años. Había que advertir a los amigos de esa peculiaridad para que encontraran la casa. Hoy esto ya no pasa, pero es casi un milagro. Como el conjunto de la zona. Prodigiosa zona, como diría Eduardo Mendoza. Ahora se construye el tranvía y todo vuelve a estar patas arriba. ¿Mañana? ¿Quién sabe cuándo se da por concluida la construcción del porvenir en tierra de nadie?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_