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Columna
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Ronaldo

De todas las religiones diseñadas en el siglo XX, la más poderosa es el deporte, y muy especialmente el fútbol en Europa, América Latina, parte de África y Asia. La definitiva implantación del fútbol como religión no revelada se produjo en los últimos 50 años, y a pesar de que no tuvo profetas, ni dioses sobenaturales que lo avalaran, dogmas y rituales dieron a este deporte la gravedad de toda comunión de los santos y dos superestructuras de poder, una iglesia (la FIFA) y un dios. El primer dios futbolístico contemporáneo fue Alfredo Di Stéfano; a continuación Pelé, luego Cruyff, después Maradona y mediados los años noventa del siglo XX, recién derribado el muro de Berlín, se produjo una crisis teológica grave porque existía la religión, el ritual más mediatizado que nunca, presidentes de club a lo Berlusconi que aspiraban a ser Fu Manchú o Bin Laden, pero no había manera de encontrar un dios irrebatible.

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Fue entonces cuando la FIFA tomó la iniciativa de prefabricar un joven dios aupado a los cielos en pocos meses, los que median entre su hibernación en un club holandés y su explosión en el FC Barcelona. A pesar de su juventud, Ronaldo demostraba que necesitaba estímulos económicos y deportivos por encima de lo común, y cuando consiguió el título de mejor jugador de la FIFA, el nuevo dios de una religión de diseño y marketing fue coronado. Cargo indiscutido hasta que empezaron a rompérsele las rodillas, prueba evidente de que los dioses artificiales no tienen el envidiable esqueleto de los dioses originales, y en el caso de Ronaldo su corpachón de sprinter no se correspondía con sus rodillas de primera bailarina del Bolshói. Es un decir.

Remendado y campeón del mundo, Ronaldo quiere ir al Real Madrid, lo cual suscita una compleja situación en la que Valdano no le quita ojo de las rodillas y Florentino Pérez lo considera una inversión sacramental, con o sin rodillas, ¿no hizo Di Stéfano propaganda de las medias Berkshire gracias al injerto de las excelentes piernas de una modelo? Para Pérez, Ronaldo es dios, marketing celestial puro, y cuando los técnicos le piden un defensa central, le hablan en prosa y alejan al Madrid de la teología, único ámbito situado más allá de la intercontinentalidad.

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