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Columna
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Ciclos

El próximo 27 de septiembre Julio Iglesias actuará en Vitoria. Por unos cuantos euros -entre cuarenta y cien- usted podrá, si tiene ese capricho o esa desviación, darse el gusto de escuchar a su ídolo en vivo y en directo, en el centro político y admistrativo de nuestro hamletiano país. El internacional intérprete habrá cantado antes, si el tiempo no lo impide, en la localidad cántabra de Castro Urdiales, a media hora escasa de Bilbao.

La noticia quizás les deje fríos, pero a quien esto escribe no podría dejarle indiferente. Y es que quien esto escribe tiene al cantante de la mano en la ingle y los vahídos (o vagidos quizás) como una inevitable referencia biográfica. La gente de mi quinta asistió al nacimiento del ídolo, observó su fulgurante ascenso y ahora asiste a su lenta decadencia. Es el ciclo completo. De la sala de fiestas del club Kai-Eder, en la villa vizcaína de Plentzia, al Madison neoyorquino. La triunfada de Julio fue total. Se convirtió en un símbolo. Se instaló en su refugio de Miami, tapizado de dálmatas y rubias en bikini, apoteosis de la horterada fina. El tipo que cantaba La vida sigue igual no pisó un escenario español con sus terribles mocasines playeros durante varios lustros. Pasaría mucho tiempo hasta que su reactor privado aterrizase sobre la piel de toro. Si alguien hubiese sugerido por aquel entonces que el cantante actuara en Castro Urdiales se le hubiera tratado de imbécil. Julio era inalcanzable salvo para Madrid o Barcelona, y eso con mucha suerte y abundante paciencia y talonario. Hasta los matarifes y encofradores de ETA captaron la significación de Julio Iglesias y secuestraron a su jacarandoso padre.

Mi quinta asistió al nacimiento del ídolo, observó su ascenso y ahora asiste a su decadencia

Pero el ciclo se cierra. El principio del fin, me barrunto, fueron aquellos viajes que el cantante emprendió, invitado por Fraga, a Galicia, con Pelegrín por medio (¿recuerdan aquel cruce de Naranjito y Cobi que hacía de mascota jacobea?) La estrella, cada vez más opaca y alcanzable, cantará en Castro y en Vitoria, en donde a lo mejor no han querido cantar Bisbal y Bustamente. A Julio, si todavía sabe leer en español, le vendría de perlas la lectura de estos versos de Borges: 'Quien se aleja / de su casa ya ha vuelto. / Nuestra vida / es la senda futura y recorrida'.

Quien se aleja, en efecto, ya ha vuelto. Irse es volver. La marea de la vida, ésa que el 27 de septiembre arrojará (es un decir) a Julio Iglesias y sus señoritas (seguro que le acompaña un elegante coro de señoritas) a un escenario de Vitoria, es la misma que juega con nosotros, con todos, la que nos trae y lleva. La madrileña Cuesta de Moyano es, en el caso de la literatura, el ejemplo acabado de esta historia. Cada libro enterrado y desenterrado en Moyano lleva escrita una historia ejemplar. Acabar en el saldo de Moyano es como terminar cantando Gwendoline en la plaza de toros de cualquier capital de provincias. El éxito es efímero. Si no llega, podemos consolarnos. Y si llega, siempre nos quedarán Vitoria y Castro Urdiales.

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