DE PAKISTÁN A BARCELONA SIN SALIR DE CASA
Boda en Pakistán y viaje a Barcelona. Es el itinerario de cientos de mujeres afincadas en el barrio del Raval. En las callejuelas estrechas que apenas pisan viven según la tradición del 'país de los puros'. El esposo, al que conocieron el día que se casaron, y el 'izat' o respetabilidad, marcan su vida tras los visillos. Desde allí luchan por un futuro mejor para sus hijos
Entre Pakistán y el Raval hay 6.700 kilómetros y muy poca distancia. En el barrio de oscuras callejas vive la mayor colonia paquistaní de España. Y lo hace al estilo del Punjab. La lucha por mantener la identidad y el recelo ante la diferencia refuerzan las costumbres del país islámico sobre suelo barcelonés. Por eso, apenas se ven mujeres por la calle. Su lugar es la casa: hay que mantener el izat, la respetabilidad. Tras los visillos, ellas sueñan que algún día pisarán la playa. O que sus hijas catalanas serán doctoras... y se casarán con un paquistaní.
Entre el sueño y la realidad media una brecha que custodian los maridos. Ellos mandan y las mujeres obedecen. 'Acha, acha', vale, vale: una frase en urdu habitual en los labios femeninos. También rige en los masculinos para someterse a la presión social que ejercen entre sí los propios compatriotas. Sobre quien quiebre las normas caerá la haya, la vergüenza, una lacra en el ambiente cerrado de los paquistaníes del Raval. Un mundo angosto, como las escaleras gastadas que llevan a pisos diminutos adornados con la imagen de La Meca.
'Algunos padres sacan a las hijas del colegio y las mandan a Pakistán para que se casen allí'
'Me da vergüenza que los hombres me miren en la calle, pero también hay paquistaníes modernos'
Peldaños arriba, Farzana lo explica con un ejemplo: 'A mi marido le gustaría llevarme alguna vez al restaurante, pero no lo hace porque entonces los demás hablarán mal de mí. Nadie se atreve a romper esas normas'. Las mismas pautas para las mismas historias. La de Farzana es un calco entre las paquistaníes de Barcelona. A los 16 años su familia la comprometió con un hombre al que conoció el día de la boda, celebrada cuatro años después en su pequeña ciudad. Al cabo de otro cuatrienio viajó a la capital catalana gracias al reagrupamiento familiar. Su esposo llevaba casi tres lustros aquí. Se afincó en el Raval, un barrio castigado de Ciutat Vella con vivienda barata y fuerte presencia de compatriotas. Pero no sólo. Este distrito es el de mayor población inmigrante: el 26,% de los empadronados son extranjeros, según el Ayuntamiento.
Los paquistaníes ya forman la quinta colonia foránea más numerosa de Barcelona (6.112 empadronados, un 79,5% más que hace un año, a tenor de los datos municipales). El consulado honorario estima la cifra real en 15.000. Es el grupo con mayor componente masculino: más de siete de cada diez son hombres. La mayoría procede de la región del Punjab (fronteriza con India) y desempeña trabajos poco cualificados en la industria, la hostelería, el comercio o la construcción. 'Tres de cada cuatro tienen una formación escasa', matiza el economista Afzaal Ahmed, presidente en funciones de la Asociación Cultural Hispano-Paquistaní.
Pese a ello, intentan prosperar. En este barrio levantado junto a la Rambla para albergar a los obreros de la expansión industrial del siglo XIX, han florecido los negocios paquistaníes. Locutorios, videoclubs con películas indias sin besos, restaurantes de curry y horno tandoori o supermercados con arroz basmati en oferta menudean en calles como Sant Pau, Hospital o Carme. También hay peluquerías. Sólo para caballeros. Por eso la de L'Arc de Sant Agustí ha corregido el cartel: 'perruqueria de senyores' tiene las dos últimas letras tachadas. Las señoras se arreglan la melena en casa.
En las calles que apenas dejan pasar el sol la prostitución ha perdido terreno. El Ayuntamiento ha derribado muchas casas para esponjar este barrio que alterna espacios sórdidos y de vanguardia. Iglesias y mezquitas. Aquí aterrizan las paquistaníes, destinadas a convertirse en madres de familia.
'De Barcelona me sorprendió todo. Lo primero, ver las piernas de las mujeres. Yo miraba y miraba...', recuerda riendo Farzana. Al cabo de seis años se ha acostumbrado a ver piernas mientras las suyas siguen cubiertas por el salwar qamiz, el traje tradicional de túnica y pantalón. Como otras paisanas sólo ha visto la playa al ir al Hospital del Mar. Nunca ha puesto los pies en ella, ni, por supuesto, tomado un baño. Le gustaría, pero no puede. 'Aunque estuviera vestida, la gente hablaría mal de mí si me vieran en la playa. En cambio, muchos hombres paquistaníes van allí a mirar a las mujeres en bañador', explica. El izat, la honra, es mucho más estricto para las mujeres.
Igual que otras compatriotas, Farzana cree que la mayoría están contentas ocupándose del marido, la casa y los hijos. 'Vivimos mejor que en Pakistán', apunta. Pero ellas también ven cómo viven las barcelonesas, 'muy libres'. 'A nosotras nos gustaría tener más libertad para salir, hablar o poder trabajar. Los maridos no nos dejan y el idioma es un obstáculo', coinciden varias paquistaníes. La mayoría no se desenvuelve ni en castellano ni en catalán y las pocas mujeres con empleo suelen trabajar en el negocio familiar.
Las limitaciones femeninas llegan a ser muy estrictas y se detallan sin varones en escena. Entonces, hay mujeres que se quejan de que sus esposos no las dejan ir solas a la calle, ni siquiera para llevar a los niños al parque o hacer la compra. 'Sólo puedo salir si me acompaña él', matiza una. 'A algunas tampoco les dejan ver la televisión', añade otra. Vestir a la europea es tabú por más que a muchas les encantaría ponerse vaqueros, aunque holgados.
En los pequeños cuartos de estar, las mujeres explican que en su cultura el amor no lleva al matrimonio, sino al revés en el mejor de los casos. También confiesan su soledad. Casi todas echan en falta la amplia familia en la que crecieron, primero bajo la obediencia paterna y luego al dictado de la suegra. Pero hay quien se alegra de tener lejos a la madre política. Algunas aseguran que su familia será más breve. 'Mi marido y yo tendremos sólo dos hijos porque la vida es cara', explica una joven.
Tras otros visillos del Raval, Shena enciende la pantalla con consentimiento marital. Sus programas favoritos (El diario de Patricia y Pasapalabra) le ayudan a aprender español. Como la clase sólo para mujeres que imparte una profesora gracias a la insistencia de varios hombres, entre ellos su marido. Esta veinteañera acude contenta al aula dos veces por semana. La acompaña su pequeña hija, para la que sueña un futuro de doctora.
'No está prohibido que las mujeres trabajen, pero si el empleo no es digno y respetable, preferimos que no lo hagan', explica el periodista Javid Mughal, que desde hace dos años edita en Barcelona el semanario Hamwatan (El Mirador). Seis páginas, cinco en urdu -el idioma oficial de Pakistán junto con el inglés- y una en español para favorecer la apertura e informar de la situación paquistaní y de la de los inmigrantes aquí. También se manejan los dos idiomas en el programa sabatino de la radio Ciudad de Badalona (FM 94.4). Lo prepara Afzaal Ahmed, deseoso de difundir información de servicios y la cultura milenaria de una república islámica con 131 millones de habitantes donde cuatro de cada 10 viven en la pobreza.
Para muchos ciudadanos del país de los puros la prosperidad pasa por emigrar al mundo rico. Los estados petroleros del Golfo Pérsico, Estados Unidos, la ex metrópoli británica, España... Y en ese caso, sobre todo Barcelona. 'Al principio iban allí porque tiene puerto', apunta una fuente diplomática. Según otras, el clima, la presencia de compatriotas y las oportunidades de trabajo fueron más determinantes. En cualquier caso un lugar que permita vivir, traer a la mujer, sacar adelante a los hijos, ahorrar para la boda de la hermana, y quizá volver rico a casa.
Mientras, vivir como en casa, o casi. 'La mayoría de los paquistaníes son tradicionales. Aquí tienen miedo de perder la identidad y se aferran a sus costumbres', afirma Roser Roig, Noor-e-Iman desde que, en 1997 abrazó el islam. Un año después de la conversión se casó con un paquistaní. En el centro de salud del Raval donde esta maestra trabaja de administrativa saben que las mujeres musulmanas prefieren mil veces una doctora a un médico. Sobre todo si la consulta es de ginecología. Muchas se niegan a una exploración masculina.
Roser, segunda esposa de un marido bígamo, cree que no es complicado asumir el choque cultural 'si se dejan a un lado los prejuicios'. Asegura que se puede vivir a caballo de la cultura española y la paquistaní. Pero eso parece más fácil en las fachadas de las tiendas ('Tot a 100 i mes. Pakistani general store', reza un bazar), que en el día a día femenino. Hay quien incluso rechaza la posibilidad. Como la veinteañera Shagutfa. El marido le permite salir sola, pero ella lo evita. 'Me da vergüenza que me miren los hombres en la calle', argumenta. Esta mujer que ha vivido diez años en Holanda está contenta de su existencia, de su 'mentalidad atrasada'. 'También hay paquistaníes modernos en Barcelona', matiza.
Cierto, pero tienden a salir de las estrecheces del Raval. Se encaminan hacia otros barrios, como el cercano Poble Sec. Suelen ser personas con mayor formación y mejor nivel adquisitivo. Como Naghmi, una maestra preocupada por los dilemas de sus hijos. 'Tienen una educación en casa y otra en la escuela. Lo que está mal en un sitio está bien en otro. Tienen muchas complicaciones en la cabeza', explica. Pone un ejemplo: en su tradición el afecto entre hombre y mujer no se muestra en público. En la calle o la televisión las cosas son muy distintas.
Las niñas suelen tener un panorama más difícil. 'A los padres no les gusta que sus hijas estudien en un colegio mixto. Muchos las sacan al cumplir los 16 años, algunos incluso antes, y las mandan a Pakistán para que se casen allí. Temen que tengan un novio español', dice la maestra que ahora cuida de sus hijos. Niños y niñas estudian Corán y urdu en la mezquita o en casas particulares. Para las familias es muy importante que los pequeños conozcan su cultura.
Pero hay enseñanzas que chocan con ella, como la música y la gimnasia: los más conservadores no ven bien que las chicas cursen esas materias. Con todo, las madres son las principales valedoras de la escuela, sostiene Afzaal Ahmed. 'Las paquistaníes de Barcelona tienen un comportamiento muy valiente. Vienen de mundos muy cerrados, pero intentan dar el máximo de formación a sus hijos e hijas'.
Sara y Afzala Malik son un ejemplo. Estas hermanas pertenecen a la segunda generación. Nacidas en Barcelona se sienten sobre todo catalanas y aseguran que 'no es difícil compatibilizar las dos culturas'. 'Tenemos una mentalidad más española. Para nosotras es difícil convivir con la gente en Pakistán', dice Sara, de 22 años. Las Malik hablan español entre ellas, catalán con los amigos y urdu en casa. Pero la boda pasa por Lahore o Islamabad, donde está muy mal visto el divorcio en la mujer.
'Las musulmanas tenemos que casarnos con musulmanes', explica Sara. 'Los matrimonios mixtos no suelen funcionar', advierte Rubina, de 42 años y madre de tres barceloneses. Ella y su marido se relacionan más con catalanes que con compatriotas, pero para sus hijos querría cónyuges de origen paquistaní por la afinidad religiosa y cultural.
Eso también pesó sobre Sara. Cuando quiso casarse, hace tres años, eligió a un paquistaní al que no había visto en persona pero con el que había hablado por teléfono. Por teléfono, también, se casó. Luego celebró la ceremonia en Pakistán. Ahora esta ciudadana española se desespera: las autoridades niegan el visado a su marido porque consideran fraudulento el matrimonio. El hijo de Sara crece sin padre mientras ella batalla la decisión ante los tribunales y supervisa el supermercado que le montaron sus padres, deseosos de que hijos e hijas tengan autonomía económica.
Afzala, de 18 años, estudia para administrativa. No piensa en boda, pero le gustaría seguir trabajando si se casa. Como su hermana, alterna la vestimenta paquistaní con la europea. Huma Jamshed prefiere esta última. Esta química de 35 años fue profesora en la Universidad de Karachi antes de doctorarse cum laude en Madrid con una tesis sobre membranas poliméricas de elevada conducción protónica. Ahora busca un empleo acorde. Su marido la respalda y ella está encantada de vivir en un país que la trata 'bien' y donde, por primera vez en su vida, ha tenido que cambiar por sí misma la rueda del coche. Le gustaría que muchas paquistaníes tuvieran pronto ese mismo problema.
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