Bizikleta festa
Ha dicho nuestro alcalde: 'El que se aburre es que tiene el corazón o el alma un poco triste' y lo ha dicho no porque se haya metido a psicólogo o a ducho en melancolías, sino refiriéndose a la Semana Grande. Hay tanta oferta de actos festivos en la calle que sólo puede aburrirse quien se lo proponga. O aquel a quien no le guste lo que le ofrecen. Pero los ayuntamientos deben actuar de acuerdo a una media y no van a ir programando actos para amantes del torneado de garapullos o fanáticos del rabihorcado menor, por eso cogen un roto le añaden un descosido lo dividen por dos y salen unas fiestas cuyo denominador común es la saturación. Donde en otras ciudades hay 10 actos al día en Donosti hay 100 dispuestos a quitar al triste más empedernido si no la murria, al menos la energía ya que con sólo desplazarse de un punto de interés a otro se quedará para el arrastre, es decir, como una seda. O sedado, si no es mucho abusar del calambur.
Los forofos de los bailables, el folclore, Víctor Hugo, la fuerza latina y los gigantes y cabezudos van más que servidos. Sin olvidar la bicicleta. Porque las bicicletas no son para el verano sino para Odón. Con ese empeño que le caracteriza y esa vocación de dejar marcada la ciudad con su impronta, nos ha construido un carril bici o bidegorri (por el color rojo del macadam con que lo hicieron) en pleno paseo de la Concha, menos para que los ciclistas puedan deleitarse contemplando el Marco Incomparable que para que propios y forasteros vean que en uno de los lugares más emblemáticos está la huella de Odón, por no decir la trazada. Pero, claro, el escaparate surgió con problemas. Los peatones temían, con razón, que siendo un lugar de esparcimiento y niños pudieran producirse embestidas y topetazos o cuando menos un incordio, porque no es lo mismo pasear distraídamente que pensando en que pueda echársete encima un centauro velocípedo.
De hecho la cosa tomó tal cariz que Odón no quiso inaugurar el flamante carril por miedo a encrespar más los ánimos. Qué pena; de haber estado oficializado podrían haberse incluido en el programa de fiestas carreras de bicis sorteando peatones o viceversa, carreras de peatones salvando bicicletas a menos que se hiciera una de todos contra todos. Qué lejana queda aquella salida del Tour, qué previa a la Semana Grande la célebre Clásica: los amantes del pedal, con tener derecho también a la diversión, han de conformarse hoy por hoy con una fiesta de la bicicleta en el Bulevar y para niños. Por lo menos así no están cerca del bidegorri, digo, los críos, arriesgándose a un empellón, sino que el bidegorri son ellos. O Indurain. O Armstrong. Los mayores de 7-9 años luchan por ganar; en cambio, entre los pequeños de 5-6 años están los competitivos, pero también quienes se lo toman como si no fuera con ellos, a menos que desfilen conversando con quien llevan al lado o se abstraigan en una mirada perdida en el infinito que se asusta cuando se percata de que le jalean. Esprintan tal vez los cuatro primeros sin saber que llevan por detrás un pelotón renuente y variopinto de tamaños, actitudes, atuendos y bicicletas. ¿Se trata por eso de una competición descafeinada? Ni por asomo; hasta las abuelas aplaudían golpeando febriles la chapa de las vallas. ¿Será la bici el secreto de unas fiestas participativas? Mira que si lo es el bidegorri...
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