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El caso del Gato Simbotas / 11 | INTRIGA EN LA MONCLOA

El anticuario

50 'El robo en el domicilio del anticuario Tresserres se suma a la macabra plaga que se ha adueñado de Barcelona: una banda se dedica al asalto de pisos mientras la familia asiste al funeral. La detención del cabecilla supone un nuevo éxito policial que habrá que añadir a la lista de méritos del reciente ministro Ángel Acebes, que ya ha salido tres veces por la tele para decirlo y... (...) (...) de la Generalitat, Jordi Pujol, rechazó la dimisión del falso director general emparentado con el anticuario Tresserres. Este director general fantasma, que nunca fue nombrado para cargo alguno y que según Artur Mas 'simplemente se ha traspapelado', se ha convertido en un (...) (...) ninguna preocupación, ya que, según Pujol, 'si no nos han pillado en nada serio en veinte años, a cuento de qué van a pillarnos ahora', dando a entender que la administración catalana no tiene nada que ocultar y que patatín y patatán, dónde está la pelotita, a ver, dónde está la pelotita (...) (...) ha mostrado una gran entereza en estos días difíciles la señora Tresserres, que se niega a aceptar que su marido tuviera un lío con la muchacha de servicio, la nigeriana Nayira, a pesar de que fue la propia chica quien, después de permanecer dos días desaparecida, compareció voluntariamente ante la policía para declarar que un individuo llamó a la puerta de la habitación del hostal La Mala Reputación en el que acostumbraban a pasar las siestas y, tras serle franqueado el paso, y sin mediar palabra, disparó contra Tresserres a bocajarro (...) (...) mientras que la oposición de izquierda se ha interesado por la selecta clientela de Tresserres, que abastecía a toda la administración catalana de reproducciones de muebles antiguos, pagados, al parecer, a precio de cueva de Altamira auténtica'.

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51 -¿Se te ha pasado el enfado?

-Qué tonto eres -dijo Laura-. Te ha visto mamá en el telediario. Qué mala cara tenías.

-Me maquillaron un poco para ponerme más cara de malo.

-Ay, Paco, Paco.

-Bah, me lo busqué yo, por querer demostrar que el Gobierno miente.

-¿Pero no te ha contratado el Gobierno?

-La política es muy complicada, Laura. Por suerte, el Presidente me facilita una investigación a fondo. Como la de Gescartera, me dijo.

-¿A quién se le ocurre robar un gato muerto?

-Voy a ir a veros, Laura.

-¿En serio? ¿Y el gato Simbotas?

-Creo que podré conseguir que me paguen un billete de avión a Barcelona. Viaje de trabajo: quiero interrogar a Jordi Pujol.

-Coño, Paco, qué importante te has vuelto.

-No te creas. Pujol ya no es lo que era.

-¿Qué has comido estos días?

-Macarrones secos con dos donuts rayados.

-Voy a vomitar. ¿Cuándo crees que vendrás?

-Espero que mañana mismo. Esta tarde tengo que trabajar con Mayte en la autopsia de Simbotas.

-No trabajes hasta muy tarde.

-No creo. Tengo una cita con Alfonso Guerra.

-Hala, de cadáver en cadáver, qué alegría.

52 Pocos animales son tan reacios al comportamiento grupal o familiar como los gatos. La mitad de su jornada la dedican a dormir. Su tiempo de vigilia lo dividen entre el aseo personal y la caza. Domesticar un gato no es tarea fácil. Hay quien discute incluso que eso sea posible. Los gatos raramente aceptan dueño o compromisos sociales ni familiares, son individualistas y podría parecer que su vida consiste en esperar la espera de la época de celo para practicar sexo.

-Mira, Paco, ha sido un polvo y ya está -dijo Mayte, girándose hacia mí, robándome la visión de su culo redondísimo-. No te comas el coco -se descalzó los guantes de goma, se quitó la bata-. Esto está clarísimo: Simbotas murió por hemorragias internas.

-Entonces, ¿no fue envenenado?

-Sí, sí fue envenenado, pero no con cianuro. Esperaremos los resultados, pero es casi seguro que le pusieron dicumarol en la comida.

-Dicumarol. Eso es un matarratas.

-Es matarratas si lo usas con ratas. Matagatos si lo usas con gatos. Nada sofisticado, puede adquirirse con facilidad. Actúa lentamente.

El dicumarol se usa como matarratas precisamente porque actúa lentamente. Las ratas no son estúpidas. Si una rata ve a otra morir tras ingerir alimento, no probará bocado. Simbotas había sido envenenado horas antes de que los federiquitos me mostraran su cadáver, antes de que yo fuera contratado. Bien. ¿Y qué?

-¿Cómo que y qué? -me susurró Jaime Mayor-. Alguien envenena a un gato con matarratas, coloca cianuro en su plato y le contrata a usted para que investigue. ¿Quién podría hacer algo tan retorcido y al mismo tiempo carente de lógica?

-¿Arzalluz? -pregunté.

-Ésa es otra historia, hombre -a Mayor pareció molestarle que confundiera sus batallas-. A ver, piense un poco.

-¡Van a por mí, van a por mí! -Javier Arenas pegó la espalda a la pared, se mesó las canas dos, tres, cinco veces-. Jaime quiere mi puesto, mis dos puestos.

-¿Con quién estabas cuando murió Simbotas, Paco? -se recogió Mayte la melena en una cola de caballo, la anudó con dos vueltas de la goma.

-Con Rajoy.

-Pues ése mató al gato.

-Qué dice usted, hombre -fumó larguísimo Rajoy-. No niego que entre Simbotas y yo hubiera algunas diferencias. La cercanía al Presidente provoca celos, ya se sabe, pero no nos vamos a envenenar por eso. ¡Si así fuera en La Moncloa no quedaría nadie vivo!

-Te invito a un café -dijo Mayte.

-Vale.

-En mi casa -me sostuvo la mirada-. Luis se ha ido con la niña a Ávila, con sus padres.

-Vale.

-Cualquiera diría que acabo de alegrarte el día.

-Es que no entiendo la lógica

-No hay lógica -suspiró fatigada-. Sin malos rollos ni comeduras de coco. Sólo olvidarnos de todo un rato.

-Tendría gracia -yo seguía pensando en la otra lógica- que Jesús Caldera tuviera razón y tras el caso del gato Simbotas estuviera la financiación ilegal del PP.

53 -Eso es imposible, hombre -golpeó la superficie de la mesa con la palma de la mano abierta-. ¿No ve usted que el PP es el partido más honrao del mundo? Fíjese en lo que le digo: no de España, no. ¡Del mundo!

Las manos de Alfonso Guerra son tan afiladas que en su vuelo van abriendo jirones en el aire. Parece un movimiento azaroso, al compás de lo que dice, pero un estudio meticuloso demostraría que en realidad las manos de Guerra aluden en todo momento al baile del pan de Charles Chaplin en La quimera del oro. Pudiera ser que Guerra viva melancólicamente a la espera de que alguien capte su culta alusión. No quise decirle que yo sí lo había captado, porque me pareció que era feliz en su melancolía.

-Supongo que lo dice usted con ironía -dije, negligente.

-En absoluto. Fíjese en lo que le digo: problemas de financiación ilegal han tenido todos los partidos en España. Incluso el nuestro tuvo algún asuntillo poco claro. Pero es que eso ha sucedido en Italia, en Alemania, en Francia, en Gran Bretaña, por supuesto en Estados Unidos... En todos los países y todos los partidos salvo el PP del señor Aznar, que es el más honrao del mundo. ¿Dice que quiere usted verme para qué?

-José Luis Rodríguez Zapatero habla en blanco.

-A mí me lo viene a contar.

-Pensé que usted, como presidente de la Fundación Pablo Iglesias, podría ayudarme. Se supone que aquí está la esencia del socialismo, ¿no?

Se asomó Guerra por encima de los cristales de las gafas, tal vez apiadado, tal vez perplejo.

-Esto es el castillo de Transilvania y a mí me tienen aquí como al Conde Drácula, hombre. En el Gobierno fui oyente y ahora soy mirón. Me siento en mi esquinita y me divierto. ¿Y no cree usted posible que ese gato Simbotas se suicidara? Si yo fuera el gato del señor Aznar, desde luego me suicidaba. Si quiere usted mi consejo, yo sospecharía de Michavila, el curilla. A cada palabra se le oye el frufrú de la sotana, y eso no puede ser bueno.

-¿Y sobre Zapatero? ¿No me aconseja nada?

Negó con la cabeza.

-Todo lo que tenía que hacer por mi partido ya lo hice. Si ahora resulta que hablan en blanco, mira, que se pinten de verde o de fucsia.

Hasta entonces no me había llamado la atención la fotografía que tenía sobre la mesa. Era Alfonso Guerra, de joven, con barba valleinclanesca, la misma barba del señor Esquina. Hasta aquí el misterio del misterioso aficionado al jazz que conocía La Moncloa como la palma de su mano. Guerra sonreía y le brillaba el colmillo, como a Pedro Navaja. Qué vanidosillo. No sólo no ocultaba su identidad oculta, sino que quería que me diera cuenta.

Mañana, duodécimo capítulo: Yoda en Suegrum

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