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El caso del Gato Simbotas / 9 | INTRIGA EN LA MONCLOA

Código marrón

44. Alguien no había respetado el último deseo del gato Simbotas, o el que yo interpretaba que hubiera podido ser el último deseo de cualquier gato: ser enterrado en su territorio. Por desgracia, la etología es una ciencia poco difundida. Quizá quien lo enterró desconocía lo mucho que significa la patria para un gato.

-Esto es un desastre, Paco -Juanma arrojó al suelo su pala-. Jamás encontraremos el cadáver de Simbotas.

Habíamos perforado una tercera parte del jardín. Era la una de la madrugada. Llevábamos más de tres horas trabajando impunemente en los jardines del Palacio de la Moncloa. Desde luego, no se podía decir que Mariano Rajoy pareciera desbordado por el encargo que le había hecho el Presidente.

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-Te encargarás de cuidar de Palacio en mi ausencia -le había dicho.

La lucecita del despacho de Rajoy titilaba en la oscuridad, y digo bien titilaba, porque lo que se adivinaba tras las cortinas era el centelleo tembloroso de una pantalla de televisión. A lo lejos se oían voces como ay ay, gol, penalty o tira ya.

-¡Alto!

Mecachis las barbas: no había contado con Jaime Mayor Oreja, dedicado a vaciar las reservas de agua y a provocar destrozos en el Palacio para hacer fracasar a Rato y a Rajoy.

-Tú te encargarás de que Mariano y Rodrigo fracasen -le había ungido Aznar con su índice blando.

-¿Qué hacen ustedes aquí cavando hoyos? -dijo Mayor. Sus ojos, pequeñitos y verdes, brillaban de emoción en la oscuridad.

-¿Y usted? ¿Qué hace usted pisoteando flores? -se envalentonó Juanma.

-Eso es cosa mía. Menuda operación -dijo a cámara, a pesar de que no había cámara, por la costumbre; rebosaba autosatisfacción-. No olviden declarar a la prensa que les he capturado yo. En una misma noche, el jardín destrozado y Mariano en la luna mientras asaltan La Moncloa. ¡Estoy entusiasma-do!

Jaime Mayor dio una zapateta en el aire, como hacía Tejure, el amigo de Vicky el vikingo.

El señor Esquina lanzó su pico al suelo y echó a correr. No tardaría en ser detenido... ¡por el federiquito asesino! ¿Pero no estaba preso en Barcelona como autor del crimen del anticuario Tresserres? ¿Tendría un mellizo?

45 -Se ha metido usted en un buen lío, muchacho -me reconvino Federico Trillo, con la cabeza más ladeada que nunca: el flequillo casi alcanzaba a peinarle el hombro. Se sacó un espejito del bolsillo interior de la americana y, creyendo que nadie le veía, se atusó todavía más el tupé.

-Tiene usted muchas explicaciones que dar -repliqué -. Exijo hablar con el Presidente del Gobierno.

-No está usted en condiciones de gallear, barbián.

Trillo tenía razón. El asalto al Palacio de la Moncloa había resultado un fracaso: nos hallábamos presos en el cuarto de los ratones a la espera de ser interrogados, tal vez por la terrible Pilar del Castillo. ¿Y si vestida de cueros negros y armada con látigo de siete colas nos preguntaba por los reyes godos? Tal vez nuestro destino era peor. ¿Y si nos ofrecían a Francisco Álvarez Cascos como merienda?

-¡Tal vez pueda usted explicar, señor Trillo, por qué uno de sus federiquitos ha sido detenido por el crimen del anticuario de Barcelona! -decidí jugar mi mejor baza.

-Manda huevos lo que dice este buen hombre -parecía sincero el desconcierto de Trillo.

-Uno de los hombres que trabaja para sus servicios secretos privados, justo el que acaba de detenernos en el jardín, está acusado de asesinato.

-¿Y quién le ha dicho a usted eso?

-Lo dieron por la tele.

-También dan por la tele las aventuras de la tortuga D'Artacán y no por eso piensa usted que las tortugas dominan la esgrima. ¿O sí lo piensa?

-Salió en el telediario.

-Más a mi favor, caballero. Los telediarios no se los creen ni los prematuros.

-Vamos, Trillo. Usted sabe que lo que digo es cierto. Su federiquito está implicado en el crimen de Barcelona.

-¿Y qué, aunque así fuera? -cambió de táctica en la discusión-. A ésos les contratamos por ETT, hombre. Un día están aquí, otro allá, y no nos preocupamos de lo que hacen en su tiempo libre.

-¿El ejército español contrata a sus soldados por ETT? -exclamé, incrédulo.

-No, hombre -me regañó-. Me refiero a los de los servicios secretos. Soldao soldao, lo que se dice soldao, ya no quiere ser nadie, ni siquiera a tiempo parcial. Y es una lástima, porque guerras en las que participar no nos faltan, como aliados leales que somos de los Iueseí. Y ahí está Marruecos, para dar un empujón y...

-Paco, por Dios -dijo Juanma-, haz que se calle.

-Vaya con los ladroncetes irreverentes.

El señor Esquina no decía nada. Tras su intento de huida, parecía dueño de sí mismo y de la situación. Juanma se mostraba más abatido. Yo, en verdad, no podía evitar sentirme culpable por haberles arrastrado a este penoso encierro, lo cual tenía su parte positiva: me evitaba sentirme culpable por el recuerdo de Mayte. No había acudido a la cita, ni había respondido a mis llamadas. Sin forense que aceptara hacer la autopsia a Simbotas, ¿qué sentido tenía el intento de robar el cadáver del gato? Por mi tozudez, estábamos expuestos a las fauces de Cascos.

46 -Vaya, hombre, de nuevo este caballerete por aquí -chirriaban las ruedas de la silla eléctrica de Mariano Rajoy-. Cualquiera diría que le apetece un carguito, ¿eh, Fede?

Rajoy había entrado en el cuarto de los ratones con ganas de chunga, y me palmeó las rodillas al pasar a mi lado, me rodeó y me echó el humo de su puro desde el otro lado. Federico Trillo, sin embargo, no le aceptó el tono, y le respondió con solemnidad exagerada, exagerada incluso para Trillo.

-Este caballerete, señor Vicepresidente Primero, sostiene que uno de mis federiquitos ha sido detenido en Barcelona como responsable de un crimen.

-Qué imaginación fértil.

-Dice que lo ha visto por televisión, señor Vicepresidente Primero -insistió Trillo, en tono aún más inamistoso.

-Entonces es que tiene talento: su imaginación es similar a la de un director de telediarios -Rajoy se hacía el indiferente y chupaba parsimoniosamente su puro.

-¿Por casualidad ha ordenado usted un código marrón, señor Vicepresidente Primero? -preguntó Trillo sin mirar a Rajoy, sin darle importancia, como quien pregunta sabe usted qué tiempo va a hacer hoy.

-No entiendo la pregunta.

Trillo calló, entrelazó los dedos de las manos a la espalda, y caminó. Paseó ante el imaginario estrado que formábamos Juanma, el señor Esquina y yo. Se detuvo frente a mí, me miró fijamente, y poco a poco fue inclinándose hacia adelante hasta casi pegar su frente con la mía. Su voz era amable, contradictoria con su gesto.

-El señor Vicepresidente Primero no entiende la pregunta. ¿Acaso no sabe lo que es un código marrón, señor Vicepresidente Primero?

A pesar de dirigirse a Rajoy, Trillo apoyaba su frente en la mía y presionaba, como si quisiera adherirse a mí.

-No tengo la más remota idea -ya no había rastros de chunga en la voz de Rajoy-, y le recuerdo que soy su superior, señor ministro de Defensa.

-Un código marrón -se apartó de mi frente Trillo, volvió a pasear junto al estrado con las manos a la espalda- es una orden que se da a un agente especial para que asuma un delito sin haberlo cometido. Para que se coma un consumao, vamos, un marrón. De esta forma, el delito aparece resuelto ante la opinión pública. El código marrón se desactiva en comisaría: el detenido se identifica y queda en libertad, pero eso ya no lo recogen los noticiarios ni las estadísticas. Los códigos marrones no están prohibidos, puesto que jamás han existido. Por eso le pregunto, señor Vicepresidente Primero, ¡¿ordenó usted un código marrón?!

Al fin, el papel de su vida. Estaba Trillo igualito a Tom Cruise frente a Jack Nicholson en Algunos hombres buenos. Trillo apoyaba su frente en la de Mariano Rajoy, rojo de ira.

-¡No le tolero esta insubordinación, señor ministro de Defensa!

-¡¿Ordenó usted un código marrón a uno de mis federiquitos para que se comiera el consumao del anticuario?! ¡Diga sólo sí o no, señor Vicepresidente Primero!

-¡Sí, sí sí, maldita sea! -estalló Rajoy-. ¡Claro que lo ordené, y volvería a ordenarlo mil veces! ¡Desde que limitamos la entrada de extranjeros no hay suficientes inmigrantes para atribuirles todos los delitos que se cometen! ¡El Presidente quiere potenciar a Acebes, me pide que le proteja, que le ensalce! ¡Sí, lo ordené yo porque Acebes jamás lo hubiera hecho!

-Manda huevos -se quejó Trillo al estrado-. Utilizar a mis federiquitos para eso. Así se me vacía el ejército.

-¡Ustedes -se dirigió al estrado también Rajoy- quieren vivir tranquilos, creyendo que la policía detiene delincuentes, que Angelito Acebes es un ministro capaz! ¡Yo no hago más que entregar lo que ustedes...!

-Con códigos marrones -le espetó Trillo.

-¡Con códigos marrones, sí!

No pudo proseguir la discusión: la puerta del cuarto de los ratones, cada vez más parecido al sótano en el que vivía el cadáver de la señora Bates en Psicosis, se abrió, y en el rectángulo de luz se recortó la silueta de Eduardo Zaplana, sin peluca y sin cuchillo, pero con la misma expresión sobreexcitada de Norman.

El próximo lunes, décimo capítulo: Mayte al rescate

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