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El caso del gato Simbotas / 13 | INTRIGA EN LA MONCLOA

Pelota Picá

58 -Un gato con tal cantidad de venenos en el cuerpo haría cosas muy raras, Paco -dijo Mayte.

-¿A qué llama usted un comportamiento raro? -preguntó Josep Piqué, con esa forma tan suya de agarrarse el cuello que sugiere una voz interior que permanentemente le amenazara con rebanárselo: echa la cabeza hacia atrás hasta rascarse la columna vertebral con la coronilla, extiende los labios como si quisiera que le besaran y, con el pulgar y el índice, se atrapa un pedacito del gaznate.

-¿Parecía mareado? -inquirí-. ¿Temblaba, tenía convulsiones? ¿Se aficionó a los programas de José Luis Moreno? ¿Respiraba con dificultad?

-No sé decirle, no sé decirle -se escabullía Piqué-. La verdad: bastante trabajo tenía metiendo a España en todas las salsas. Con desigual fortuna, cierto, pero siempre con gran sentido de la oportunidad: ¿qué mejor momento para tener una crisis con Marruecos? Justo cuando Occidente busca puentes con el mundo árabe. ¿Qué mejor momento para comparar a España con Israel? Justo meses antes de que Israel se eche encima la opinión pública mundial con una feroz campaña militar contra Palestina. Con ese currículo, no tenía tiempo para atender las tribulaciones de un gato, y ahora en Ciencia y Tecnología estoy de paso, créame.

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-No creas a nadie -dijo Mayte, emocionada, sintiéndose al fin dentro de la aventura-. Simbotas tenía en su cuerpo todos los venenos del mundo: dicumarol, sí, y cianuro, probablemente se lo llevaban administrando desde meses atrás en pequeñas cantidades, por eso había ido acostumbrándose. Pero también arsénico y mercurio. ¡Incluso le he encontrado rastros de tertulia radiofónica!

-Me ha dicho un pajarito -canturreó Javier Arenas al otro lado del teléfono- que los resultados de la autopsia de Simbotas me descartan como sospechoso, o por lo menos me envuelven en una nebulosa junto a unas cuantas docenas de posibles envenenadores. Menuda papeleta, campeón, je, je.

-Veo que las noticias vuelan -me molestaba la desfachatez con la que espiaban mis conversaciones telefónicas.

-No queríamos molestarle, amigo veterinario -intervino Federico Trillo-, sólo ayudarle en sus pesquisas. Desde la renovación del convenio de amistad y cooperación con los Iueseí, nuestros sistemas de espionaje han mejorado mucho. ¿Qué le parece esta conversación a tres?

-¿Qué le has contado a Juanín? -me arrancó Laura el teléfono, se me encaró, me abofeteó.

59 La primera vez que viajé a Suegrum, la finca de los padres de Laura en La Garriga, tuve la impresión de haber sido embrujado para adquirir la apariencia de un gorila. La expresión de la cara de los habitantes de Suegrum no hubiera sido distinta si Laura les hubiera presentado a Chewbaca o Copito de Nieve como pareja para la cena de Nochebuena. Tal vez hubiera sido mejor, teniendo en cuenta que Copito de Nieve es una gloria nacional que trasciende fronteras. Chewbaca, no digamos.

Patricia, la madre de Laura, dispuso en nuestra habitación dos camas individuales formando una ele. Encolerizado, antes de cenar, intenté convencer a Laura para colocar las dos camitas juntas. Borracho, tras la cena, me entretuve besuqueándole los pies entre risas. Después pasó que... Bueno, no pasó nada especial, pasó que pasaron diez años. Nos dieron cama doble en Suegrum poco antes de casarnos, nació Marta, nos compramos un chalecito adosado repleto de escaleras estrechas. Laura solía dejar junto a la escalera los trastos que quería que yo bajara al sótano o subiera a la buhardilla, no dejes trastos ahí, cualquier día me voy a matar, si no los dejo ahí no los bajas, al principio entre risas, como si viviéramos dentro de un capítulo de Benny Hill, todo lo hacíamos deprisita y riendo, ji, ji, no dejes trastos ahí, ja, ja, en algún momento las risas se convirtieron en gritos, ¡si no los dejo ahí, no los bajas!, no hay quien aguante un episodio de Benny Hill de diez años, y nunca volvimos a besuquearnos los pies. Punto pelota. Matrimonios así, a patadas, ya lo sé, pero era el mío, y me fastidiaba.

-Chico, vaya drama por un casquete -me palmoteó Juanín, sacándome del ensimismamiento-. Yo no recuerdo cuándo fue la última vez que fui fiel a María Luisa y no ando por ahí echando la lágrima como el Bustamante.

-Anda, piérdete -intenté apartarle con un manazo.

-Chico, todavía estás enfadado porque se me fue un poquito la lengua al contarle a tu mujer que tienes un lío con una buscavenenos. Venga, vámonos de pilinguis y te olvidas de todo. Hay un club a veinte minutos con negras de primera. Calité.

El tiempo que mi suegro no dedica a los chistes lo invierte en romper cosas y repararlas, sucesivamente, y no siempre por este orden. Había vuelto a estropearse el lavavajillas, porque no lo había llenado mi suegra, sino las gemelas Sánchez, y lo habían hecho mal. Familias así, a patadas, pero no era la mía. Por suerte. La mía sí que no la soporto.

Decidido: me iba a Madrid, regresaba para pasar el resto del verano bebiendo cerveza helada con Juanma en el Caravasar. Telefonearía a Mayte.

-Me voy a la piscina -dije, sintiéndome como Felipe, el amigo de Mafalda, siempre incapaz de hacer lo que se proponía.

-¡Bien hecho! -me golpeó el hombro Juanín, me susurró al oído-. Hay una zona de top-less que es como visitar el cielo.

60 'Entre Salvador y yo había un amor muy grande', declaraba la nigeriana Nayira. Durante los dos últimos años, todas las siestas, sin faltar una, las pasaban en la habitación del hostalito La Mala Reputación. 'Él decía que La Mala Reputación era su verdadero hogar'. 'Conmigo hacía algo más que desahogarse, conmigo vivía, conmigo era feliz, no sólo había sexo entre nosotros'. 'Me lo contaba todo, también de sus negocios, no había nada que él hiciera y que yo no conociera', decía Nayira. El programa de televisión Pelota Picá había invitado a la señora Tresserres a dar su versión de su vida íntima. Tras unas dudas de orden moral solventadas con un cheque al portador, la señora Tresserres había aceptado y la emisión había sido un exitazo. 'Tal vez mi marido tuvo con ella un escapito, pero de dos años seguidos, nada de nada'. Nayira había telefoneado al programa: 'Señora, me conozco de pe a pa el tubo de escape de su marido', dijo, con un notable dominio del castellano. El debate entre las dos mujeres concluyó con la señora Tresserres derrumbada al oír a Nayira la prueba definitiva de la intimidad alcanzada con su marido Salvador: 'Usted le pedía besitos en el Atrás y que la llamara Cerdita Mía'. '¿Qué tiene usted que decir a eso, señora Tresserres?', disparó el moderador. La señora Tresserres se cubrió el rostro para ocultar sus lágrimas mientras la voz de Nayira gritaba '¡Cerdita Mía, Cerdita Mía, Cerdita Mía, él la odiaba, Cerdita Mía!'. El 68% de los telespectadores creía que la nigeriana debía ser expulsada de España por haber traído la desgracia a un matrimonio respetable. En una carta al director, un señor opinaba que el único pecado de Tresserres fue echar una canita al aire con una inmigrante, y de ahí a la extrema derecha hay un paso, concluía, con bastante conocimiento de causa, se ve. La conferencia episcopal confiaba en que la lección quedara aprendida y se pusiera fin a los adulterios interraciales que descomponían la sociedad cristiana. La mayoría de los periódicos dedicaba dos o tres páginas a denostar la emisión, además de un editorial exigiendo documentales y música clásica en todas las televisiones y un reparto equitativo de la publicidad que quedaría libre del sector televisivo. Pelota Picá prometía para esta noche peleas en el barro entre partidarias de Nayira y partidarias de la señora Tresserres.

-Hola -unos pies junto a mi codo y, sobre los pies, una muchacha de pelo negrísimo-. ¿No me conoces?

Aparté las gafas de sol, mi mirada escaló por las rodillas, los muslos, el pubis, el vientre, el bultito de los pechos cubiertos por un biquini minúsculo y... Manuela, la niña mayor de Juanín. Ya no tan niña.

-Hola, hola, hola, no te había reconocido, perdona -me di la vuelta, me senté, me puse en pie, volví a sentarme-. Vaya.

-¿Quieres decir que no conoces a tu sobrina sin aparato en los dientes, con el pelo corto y con tetas? ¿No has visto Betty la fea?

-Perdona, ja, ja -decidí ponerme en pie.

-No escondas la barriga. Es patético.

-Vaya -acerté a decir palmeándome la tripa-, ja, ja.

-He estado quince días en Dublín practicando para ti.

-Practicando ¿qué?

-Sexo, por supuesto.

-Ah, por supuesto, claro, ja, ja -de tal Juanín tal astilla, pensé.

-¿Tampoco has visto American Beauty? La tía es una imbécil, por cierto, y una cursi. Si no quería acostarse con él, por lo menos que le hubiera hecho un Huhg Grant.

-¿Qué es eso?

Pateó el césped con rabia, como una niña contrariada, en realidad era una niña contrariada.

-Papá tiene razón -suspiró-. No sabes nada de la vida.

Vibró el móvil en el bolsillo de mi camisa escandalosamente rosa. Número privado, con la rabia que dan.

-Creo que tiene usted suficientes datos como para dar por cerrada la investigación, cretino -era José María Aznar. El descanso vacacional no le había dulcificado-. Le espero mañana a las nueve y media, tras el desayuno, y mi hora y media de carrera. Ocho kilómetros, cuatro minutos, veinte segundos. Espero que tenga usted un buen socialista al que culpar de todo.

Mañana, decimocuarto capítulo: En busca del Presidente.

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