REGRESO A CIMADEVILLA
El mar luminoso de la bahía de Chetumal, en la península de Yucatán, y un brumoso amanecer del Cantábrico unidos por una mirada. El autor mexicano viaja a Gijón para cumplir el sueño frustrado de su abuela emigrante: volver a ver su ciudad natal
El lugar se llama Cimadevilla y está en lo alto de una pequeña península que mira a todas partes. Es fácil suponer la razón militar de su fortuna: el fantasma de la guerra. La guerra y el miedo fundaron la villa. La guerra se ha ido, no hace mucho. El mirador altivo sigue ahí, dominándolo todo, ofreciendo a quien se sienta en su piedra de siglos la misma línea del horizonte que tuvieron ante sus ojos los vigías romanos.
Me siento al amanecer en Cimadevilla. La moderna ciudad de Gijón, tierra de mis abuelos, próspera y laberíntica, queda abajo, desaparece de mi vista y de mi conciencia. También de mis oídos: aquí sólo se oye el viento antiguo, sustraído al tiempo y a la historia, el viento puro y soberano de todos los tiempos.
Aquí sólo se oye el viento antiguo, sustraído al tiempo y a la historia
Amanece. Miro la línea del horizonte, me pierdo en ella, olvido mi nombre, mi atuendo, mi tiempo. Por un momento inolvidable soy el vigía romano que mira el horizonte.
El vigía romano que soy yo está sentado ahí, en la cima de la villa de Gijón que aún no existe, que es apenas una fortificación en marcha frente al mar. El vigía mira la línea neblinosa del mar del norte. Espera ver barcos navegando el estrecho, amigos o enemigos, heraldos del comercio o de la guerra. Pero no ve, como yo, sino la línea neblinosa, el confín radiante del mar alzado contra la costa como un farallón líquido.
Está amaneciendo, el mar tiene también una textura inmóvil, fantasmal, en cierto modo eterna. El vigía espera ver barcos, pero ve sólo ese tiempo detenido. Por un momento pierde el sentido de su vigilancia, olvida su nombre y cree saber quién es. Es todo ese horizonte sin contornos, la neblina infinita del origen del mundo, la puerta del más allá.
El vigía romano piensa en el primer hombre que subió a ese risco. Lo ve subir con un palo en la mano, desnudo, inquieto, perseguido. El viento lo acaricia y lo calma, lo invita a sentarse y a mirar. Por un momento inolvidable, el vigía romano es el primer hombre que subió a esa piedra y vio el horizonte del mar del norte en el amanecer. Pero entonces no existían el norte ni el mar ni el horizonte, porque no había norte y sur en la cabeza de nadie, no había mar ni tierra, no había siquiera las palabras que pudieran nombrarlos. Había sólo la línea neblinosa y blanca del horizonte, inmóvil, en cierto modo eterna, y el viento sin tiempo soplando sobre aquella cima sin nombre, anterior a la historia.
Nada dice en el interior de ese hombre la línea radiante del mar que lo llama. Nada puede decir en su interior porque no existen aún las palabras que puedan decirlo. Nada dicen tampoco en el dudoso latín del vigía romano, ni en mi incierto español: nada que el vigía pueda decir, entender, repetir; nada que yo pueda descifrar. Lo que dice ese horizonte al amanecer no puede ponerse en palabras. Es un júbilo triste y largo, una alegría sin movimiento, una quietud beatífica que quiere ir a todas partes, fundirse con todas las cosas, desaparecer felizmente en el resplandor de la mañana.
Todo eso sucede en mí mientras amanece en Cimadevilla una mañana de agosto del siglo pasado. He venido a Asturias a ver, a imaginar, el lugar de mis abuelos. He pasado unas horas en Albandi, donde nació mi abuela Josefa García, y he creído reconocer en callejuelas y edificios, y en el muro que escolta la playa de San Lorenzo, el Gijón viejo donde nació mi abuelo, Manuel Camín, quien salió de su tierra por primera vez, soltero, en 1907 y por segunda vez, casado, en 1914, para no volver.
Durante años, primero en Cuba, después en México, mi abuela Josefa preparó su regreso a Asturias acopiando vajillas y manteles, cortinas, porcelanas, ropa de cama. Cada cosa tenía un lugar y tendría un uso en la casa imaginaria que ella pondría en Asturias al fin de su aventura en América. El ciclón que destruyó mi pueblo, Chetumal, en 1955, destruyó también los arcones del regreso asturiano de Josefa García. Era lo último que quedaba de su sueño y de su empeño por volver: los arcones con las cosas para su casa de Asturias. Los había pospuesto la realidad, los destruyeron la furia y el lodo del ciclón Janet.
Creo que para ese momento ya no había en Josefa García esperanza alguna de cumplir el retorno soñado, diferido cuarenta años. Pero la destrucción de los arcones la destruyó por dentro. A partir de entonces fue una especie de fantasma, silenciosa y ausente, pese a sus brillantes ojos verdes, vivos a pesar de ella, independientemente de ella.
La recuerdo o la invento mirando largamente con sus ojos increíbles el mar de la bahía de Chetumal, su cabello entrecano movido y desarreglado por el viento, sus arrugas profundas como surcos de la tierra que nunca quiso arar. La recuerdo o la invento mirando el mar con la fijeza imbatible del sueño de regreso, prometiéndose ir algún día hacia ese horizonte lejano y disolverse en él rumbo a su origen.
Cuando el día abre y bajo de Cimadevilla, lo primero que viene a mí es ese recuerdo: Josefa García mirando el confín del mar que nunca cruzará para volver al mar que yo he mirado todo el amanecer. Por un momento soy, quiero ser, Josefa García, y cumplir su designio de regresar. Por un momento puedo decir que ha regresado.
Guía práctica
- Datos básicos Población: 266.419 habitantes. - Dormir Parador de Gijón (teléfono 985 37 05 11). Parque de Isabel la Católica, s/n. La habitación doble, 91,94 euros (en agosto, 116,48 euros). Alcomar (985 35 70 11). Cabrales, 24. En primera línea de playa. 64 euros. Hernán Cortés (teléfono 985 34 60 00). Fernández Vallín, 5. La doble, desde 84 euros. Bahía (985 16 37 00). Avenida del Llano, 44. 63 euros, IVA incluido. La Casona de Jovellanos (985 34 12 64). Plaza de Jovellanos, 1. Desde 51,08 euros. Pathos (985 17 69 17). Santa Elena, 6. En agosto, 96,16 euros la doble; con la oferta de fin de semana, 51,09 euros. Gijón (985 35 60 36). Pedro Duro, 6. 54 euros; en agosto, 84 euros. Agüera (teléfono 985 14 05 00). Hermanos Felgueroso, 28. 96 euros. Príncipe de Asturias (teléfono 985 36 71 11). Manso, 2. Desde 60,85 euros la doble. Pasaje (985 34 24 00). En el puerto deportivo. Desde 58,90 euros. - Comer El Sueve (985 14 57 03). Domingo García de la Fuente, 12. Carnes a la brasa. Buena relación calidad precio. Entre 19 y 25 euros. Casa Víctor (985 35 00 93). Carmen, 11. Pescados, carnes y platos de caza. Unos 27 euros. Casa Pachín (985 17 13 13). Unos 20 euros; menú, 9. El Candil (985 35 30 38). Numa Guilhou, 1. En torno a 25 euros. La Marmita (985 35 49 41). Begoña, 20. Carnes a la piedra. Entre 25 y 30 euros.El Puerto (985 34 90 96). Puerto deportivo. Pescados. Entre 35 y 40 euros. La Zamorana (985 38 06 32). Hermanos Felgueroso, 38. Sidrería para tapear donde también se sirven buenos pescados y mariscos. A la carta, entre 25 y 35 euros. Riscal (985 35 30 35). Horno, 8. Fabes con almejas y otras contundentes especialidades asturianas. Precio medio: 15 euros. - Información Oficina de Turismo (teléfono 985 34 60 46); www.infogijon.com. ISIDORO MERINO
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