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Entrevista:MANUEL NIETO | Geólogo | SABIOS

'HAY QUE PARAR A PENSAR ADÓNDE VAMOS'

Miquel Alberola

Como todas las personas, Manuel Nieto (Granada, 1949) vive en el marco temporal de su propia existencia y en el ámbito espacial del lugar en que se mueve. Sin embargo, como geólogo, tiene otra escala temporal; y en cuanto al espacio, salta del microscopio a la imagen por satélite, lo que le da una perspectiva más amplia y relativizada.

Pregunta. ¿Por qué tiene tan mala leche la geología?

Respuesta. Como rama de la ciencia es muy útil y proporciona grandes servicios a la humanidad. Lo que sí es terrible es el efecto devastador de los riesgos geológicos en los que el hombre, con su portentosa tecnología, no puede hacer nada por evitarlos, aunque sí prevenir sus efectos. Por el contrario, existen otros riesgos que se relacionan siempre con actuaciones del hombre sobre el territorio. En este caso sí es posible mitigar, incluso evitar, dichos riesgos.

El hombre es un agente geológico, y las grandes áreas urbanas son cuencas con ingentes cantidades de materiales
Si los países pobres utilizaran los mismos bienes y servicios que los del mundo occidental, se produciría un colapso en la tierra

P. ¿Quién es más peligroso, el hombre o los riesgos geológicos?

R. Actuamos sobre la tierra como si no tuviese sus propios procesos dinámicos externos e internos, y ocupamos indiscriminadamente el territorio, incluso en lugares con elevado riesgo. Después nos asombramos cuando la tierra responde. Hoy el hombre es un agente geológico, y las grandes áreas urbanas son cuencas sedimentarias con ingentes cantidades de materiales extraídos de otros lugares.

P. La naturaleza no ha significado siempre lo mismo para el hombre.

R. El significado es hijo de la relación y ésta se ha ido modificando a lo largo de la evolución humana, a medida que el hombre ha dispuesto de instrumentos de intervención en el medio, desde el hacha de piedra y el fuego a los sistemas de comunicación actuales. Un cambio importantísimo tuvo lugar hace unos 10.000 años cuando el hombre pasó de cazador y recolector de semillas a agricultor. En esa época se debió concebir el Edén y la Arcadia, paraísos terrenales perdidos, virginidad perdida en la relación del hombre con la naturaleza. Se concibieron cuando ya no estaban, como consecuencia de la transgresión a la naturaleza que representa el hombre agricultor (Caín) frente al cazador.

P. ¿Por qué razón el hombre deja de ser armónico con el medio?

R. No creo que haya una sola razón, sino varias a lo largo de la historia. Todas ellas tienen un denominador común: para abastecer sus necesidades. La pregunta sería: ¿por qué el hombre siempre tiene más necesidades que antes? Y ¿por qué éstas se resuelven siempre del mismo modo? A costa de la naturaleza, incluida en ella a otros seres humanos.

El paso fundamental, en el que aún hoy vivimos, se dio a comienzos del siglo XVII. Con Descartes se sientan las bases filosóficas que, junto con los avances científicos de Kepler, Galileo y Newton, traen como consecuencia el desarrollo de la enorme capacidad técnica de la época moderna. Éstas, y la formulación de sistemas filosóficos que justifican un determinado modo de actuar, separan al hombre de la realidad. Para Kant , todos los fenómenos externos, la realidad terrenal completa, existe para cada uno en particular sólo en su imaginación. Así pues, es solamente su representación. Para Schopenhauer, el mundo en sí es la voluntad, es decir que las cosas existen en la medida que son pensadas, lo que implica separarse definitiva y mentalmente en su medio. En consecuencia, como dijo Heidegger en el año 1953, las dos más altas virtualidades de la mente humana, la contemplación filosófica y la expresión poética en esa realidad según su ser, no según sus potencialidades energéticas (y económicas, me atrevo a introducir), quedan así coartadas, si no abolidas.

P. ¿Eso da paso a la sostenibilidad como máxima utopía contemporánea?

R. Fruto del 'desarrollo' anterior se ha llegado a un punto, por vez primera en la historia de la humanidad, en el que el hombre tiene capacidad para transformar la naturaleza hasta tal punto que su propia vida en la tierra puede resultar inviable. Surge así, por necesidad, el concepto de sostenibilidad, que implica utilizar los bienes naturales de forma que se garantice su accesibilidad a las generaciones futuras y lo que implica una ética y un compromiso ante la vida y ante la propia tierra.

P. ¿Qué problemas plantea la implantación de ese modelo?

R. La sostenibilidad sólo puede alcanzarse en territorios reducidos, sin internalizar impactos ambientales derivados de sistemas operativos que afectan a la totalidad del planeta, y que, por lo tanto, son globales. A la vez coexisten en un mismo mundo espacios desarrollados y depauperados. Si los países pobres o en vías de desarrollo utilizaran los mismos bienes y servicios que los del mundo occidental, se produciría un colapso en la tierra. Richard Rorty planteó en 1996 en el Foro Filosófico de la Unesco la siguiente cuestión: ¿Quiénes somos? Y concluyó que, para que dicha pregunta posea algún significado moral, ha de tener en cuenta los recursos disponibles. Puede deducirse que 'nosotros' (los habitantes de los países desarrollados) para poder vivir y mantener nuestro nivel económico no podemos permitir que 'los otros' utilicen la misma cantidad de recursos naturales que gastamos nosotros. Lo que el cristianismo y la Ilustración habían resuelto (todos somos la totalidad de los seres humanos), vuelve a abrirse: todos no podemos ser todos si queremos ser. Esto es tremendo, es la constatación que la fuerza moral no ha crecido igual que las aptitudes técnicas de los hombres, sino que, por el contrario, ha retrocedido.

P. ¿Hay posibilidad de retorno?

R. De entrada, existe una enorme dificultad: la naturaleza se resiste a ser aprehendida, y las leyes naturales que hoy conocemos son sólo relaciones causa-efecto, o reglas de aplicación. Estamos muy lejos de alcanzar la sabiduría requerida para actuar con rigor. En consecuencia, lo que debiera haber es una reflexión serena. Hay que parar a pensar adónde vamos y decidir los modelos de uso del territorio y de los recursos naturales. Con participación y con rigor, y no con posturas apriorísticas basadas en informaciones sesgadas.

El geólogo Manuel Nieto, en una de las salas de su despacho.
El geólogo Manuel Nieto, en una de las salas de su despacho.JESÚS CISCAR

RESIDUOS

Como resultado de haber conciliado el conocimiento científico con la práctica empresarial, Manuel Nieto está igual de lejos de quienes confunden el bien del territorio con un simple recurso, que de los apocalípticos que dan el mundo por agotado. No es un catastrofista, pero tampoco un ingenuo que crea que todo se puede resolver sin un enorme esfuerzo y sin que se den una serie de condiciones difíciles de adoptar porque requieren cambios de mentalidad esenciales. Sin embargo, tiene una gran fe porque la sociedad está produciendo mentes preparadas para afrontar un cambio hacia una mejor relación del hombre con la naturaleza, y mientras tanto apuesta por unir al concepto de sostenibilidad el de restauración de ecosistemas. En 1973 fue de Granada a Valencia para realizar en seis meses un proyecto de la FAO y ya no regresó. Ha sido profesor de Geología y Geodinámica en la Universidad de Valencia y director del plan de gestión de residuos sólidos, urbanos e industriales de esa misma provincia. En 1987, el mismo año en que dejó la presidencia del Grupo Español de Geología Ambiental y Ordenación del Territorio, fundó la empresa Evren, en la que dirige un equipo interdisciplinar de profesionales que desde una nueva perspectiva ha realizado numerosos trabajos de integración de actividades humanas en el territorio por diversas partes del mundo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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