Ely Guerra y Fangoria se cruzan en Nueva York
Prosigue el LAMC, el festival de Nueva York que enseña la enorme y variada realidad de la música latina. Dos eventos brillaron de forma distinta, en la jornada del viernes, en dos de las zonas más dispares y a la vez más neoyorquinas: los conciertos de Ely Guerra y Fangoria.
A Brooklyn, barriada situada a unos veinte dólares en taxi del centro, se llega cruzando el famoso puente de las cuerdas metálicas que tanto se ve en las películas y cambiando los gigantescos rascacielos por casas más bajas, a cuyas puertas se sientan los vecinos para combatir los rigores del calor. Un sabor a barrio de verdad que se ha enriquecido ahora con la llegada de músicos de todo el mundo, que aspiran a convertirlo en una especie de capital de la world music de este lado del océano. Su enorme zona verde, el Prospect Park, se convirtió en el escenario ideal para la actuación de uno de los personajes más queridos de la música latina alternativa en Manhattan: la mexicana Ely Guerra.
Ésta dice de su música: 'Transmite mis preocupaciones, mis asuntos emocionales aún por resolver, mis obsesiones'. Y eso se tradujo en una apasionada actuación de esta mujer menuda y hermosa que parece encontrar en cada nota de su actuación una puerta que conduce, parafraseando a Miguel Hernández, de su corazón a sus asuntos.
Ante una entregada parroquia de tres mil hispanoparlantes, gente de a pie que acudía con sus familias, Ely desgranó las canciones de su último disco en una intensa y emocionante actuación que terminó eclipsando a la de los locales Si Se y los mexicanos Jumbo, con los que compartía cartel. Ely Guerra es, hoy por hoy, una de las solistas más exportables del mundo latino.
Surrealismo
De vuelta al centro de la urbe, la poblada noche de Broadway sirvió de paisaje para uno de los momentos musicales más surrealistas por los que seguramente haya pasado Alaska en toda su larga carrera.
En un local de superdiseño, cercano a Times Square, Olvido con Fangoria y la rapera Mala Rodríguez hicieron lo que pudieron ante el cúmulo de adversidades con el que habían de tropezar: mal trato por parte de la organización y la sala, incumplimiento de las mínimas exigencias en cuanto a equipo y un retraso de dos horas que en España y con cualquier banda norteamericana de medio pelo hubiera supuesto la inmediata intervención de los marines.
En fin, una noche para olvidar ante tanto desatino, claramente ejemplificado en un letrero instalado en el recinto y que seguramente hubiera supuesto las delicias de Buñuel: 'Aquí los conciertos son formales. Por favor, intenten no bailar'.
Y al pie de la letra, porque, mientras sonaban No sé qué me das y el resto del bailable repertorio de la superestrella española, una recua de homínidos de dos metros de estatura, vestidos de traje oscuro y armados de walkie talkies, instaban al escaso respetable al que permitieron entrar al recinto a que dejaran de bailar.
Tal vez los organizadores locales del LAMC deban aprender que la música española también existe.
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