'Ménage à trois'
Comenzaré con una afirmación sin duda polémica: en la actualidad, estando casada -como es mi caso-, tener amigas es arriesgado. Porque las mujeres, desesperadas ante el avance de la homosexualidad, se tiran (en sentido figurado) a por lo que sea. Lo digo porque tengo un amigo del que no sé si he hablado, buenísima persona, educado, y, para colmo, con unos músculos importantes, pero que tiene un problemilla, no grave grave pero, digamos, esencial: el músculo más requerido por la afición femenina no le funciona, y le estoy intentando ayudar. No digo su nombre porque es un chico superdiscreto que no quiere publicidad y tampoco quiere que se enteren sus padres por EL PAÍS de tal disfunción. Majísimo. Y se lo conté a dos amigas por teléfono, porque la pera de levantamiento que le he comprado por Internet no acaba de llegar y pienso honradamente que no hay pera que iguale las manos de una mujer. Yo pensaba que mis amigas se iban a rajar, porque comprendo que presentarle a una amiga necesitada a un hombre con semejante trastorno fisiológico es un marronazo. Lo que no me esperaba es que la idea de conocerlo supusiera un aliciente. Dijeron que dicho músculo está sobrevalorado y que el deseo puede expresarse no sólo fálicamente (son más modernas que yo). Las invité al campo y pusieron pegas, porque a estas divorciadas lo del chalecito les parece un muermo, pero lo que yo les dije, el que quiera peces que se moje el culo. A las ocho de la noche ya estaban las dos aquí, en sendos cochazos. Tienen pasta. Pueden comprarse cualquier capricho, menos un hombre, aunque, dada la desesperación y algunos anuncios ad hoc que aparecen en el Abc los viernes, se lo están planteando. Evelio todavía estaba en la puerta, 'Ave María, ¿cuándo serás mía?', dijo mirándoles las tetas, lo cual fue caldeando el ambiente porque hay momentos en los que un operario puede subir la moral de una mujer en el preclimaterio. Hablando de Evelio: el otro día vimos mi santo y yo un reportaje en profundidad que se llamaba Tetas. Salían unas tías americanas que contaban su relación con sus propias tetas. Tenían las tetas más raras que he visto en mi vida. Había una que decía que las tenía caídas, pero que a ella no le importaba, decía que el momento crítico es cuando te haces la prueba del lápiz, que consiste en ponerse un lápiz debajo del pecho y, si el pecho te sujeta dicho lápiz, es que en dos años te llegarán al suelo. Pero la tía le había buscado su lado positivo y, como era dibujanta y no se ponía sujetador, decía que en vez de tener cubiletes para los lápices se ponía toda la gama de Alpinos debajo de las tetas. Por cierto que a una de mis amigas le dio positivo esta prueba, pero con el mango del mortero, que tiene más mérito.
Mi santo, cuando las mujeres le ríen las gracias, se pone, para mi gusto, hasta patoso
Al fin llegó mi amigo, resplandeciente, pero con ese toque de melancolía en su mirada. Tuve que apartar a mis amigas porque no respetaban las distancias y lo estaban agobiando. El chico es tímido y mi santo se creció. No es que mi santo sea Carlos Latre, pero cuando las mujeres le ríen las gracias se pone, para mi gusto, hasta patoso. Empieza con sus imitaciones: a un enchufado de la Junta de Andalucía, a la Niña de los Peines recibiendo la Medalla de Andalucía (la Niña palpando la medalla, era ciega), a un viajante que le vendió a su padre un curso de inglés, Lara diciendo unas palabras en el Planeta. No actualiza, cuando lo conocí tenía el mismo repertorio. Le tuve que decir: 'Bueno, ya, cariño, ya'. Y las otras arpías, que siga, que siga. '¡No sigue, que se ha cansado!', me salió hasta un gallo, pero, coño, me da rabia que se ponga simpático cuando él no lo es. La reunión se disolvió, según mi santo, porque soy una borde. En cuanto a los otros tres, resumo: montaron un trío en el Villamagna; mi amigo, harto de recibir ternura, se les durmió, y las otras dos, a falta de pan, se hicieron un bollo.
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