_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La maza

Me pregunto que pensará El Lute. Sería interesante saber qué le viene a la cabeza cuando oye hablar del mazazo, esa modalidad de atraco que ha causado estragos en las joyerías de Madrid. Toda la existencia de Eleuterio Sánchez quedó condicionada el día en que atracó una joyería de la calle de Bravo Murillo. Lo hizo en compañía de El Medrano, un tipo cuyo entorno y circunstancias personales le predestinaron como al propio Lute a convertirse en carne de garrote vil. Ambos entraron a punta de pistola, que era como entraban entonces los que apenas tenían algo que perder. El atraco se complicó, hubo un tiroteo y una niña fue a cruzarse con la trayectoria de una bala que le dio muerte.

Aquel riesgo de la vida propia y ajena que suponía el atraco a mano armada contrasta hoy con el modus operandi que ha puesto al borde de la ruina a todo un sector del comercio madrileño. Algo tan aparentemente primitivo como la maza se ha revelado como un instrumento delictivo extremadamente eficaz. Lo es, fundamentalmente, porque reduce los tiempos de riesgo a la mínima expresión y también la gravedad legal del delito.

Dos individuos viajan a bordo de una moto de gran cilindrada, ambos llevan casco, un elemento de protección obligatorio que pone a salvo su identidad sin despertar sospechas. Al llegar al establecimiento escogido, el de atrás se baja de la moto y saca la maza de hierro que oculta bajo su cazadora. Un solo golpe no suele ser suficiente para romper el vidrio de seguridad de los escaparates, pero en sólo diez segundos habrán caído cinco mazazos que terminan abriendo un boquete en el cristal. A partir de ese instante es cuestión de recoger todo lo que esté al alcance de la mano con la mayor celeridad y sin complicarse en lo más mínimo. El conductor de la moto que mantiene en todo momento la máquina en marcha vigila el entorno y se posiciona para emprender la huida. Cuando el de la maza vuelve a encaramarse al vehículo y reinician la marcha, apenas ha transcurrido un minuto desde que hicieron acto de presencia en el escenario del atraco. Todo ocurre tan deprisa que, cuando alguien llama a la policía o sus agentes reaccionan al aviso de la central de alarmas, los asaltantes han logrado ya poner tierra de por medio y diluirse en la vorágine del tráfico. Las posibilidades de cazarlos son mínimas porque, aunque suelen ser vulgares chorizos sin más ciencia ni conocimiento que la que se necesita para dar un mamporro, pertenecen a bandas bien organizadas. Ellos saben que en circunstancias normales sólo la casualidad de que una patrulla esté muy cerca o el helicóptero policial sobrevuele la zona elegida puede chafarles el atraco.

Como lo que más les preocupa es el pájaro, como llaman al helicóptero, habitualmente rastrean con escáneres las frecuencias que utiliza en sus comunicaciones la policía para tenerlo bien localizado. Así, con este sistema tan elemental y carente de sofisticación, unas cuantos grupos compuestos por jóvenes muchas veces menores dieron casi 70 golpes a joyerías de Madrid en el primer cuatrimestre del año. Un método heredero del alunizaje, aquel que obligó a fortificar escaparates protegiéndolos con vigas o bloques de hormigón, y que mantiene a decenas de agentes empleados en la llamada Operación Maza.

Los resultados, como ocurriera con la Operación Surco que frenó a los astronautas, son muy positivos, aunque sólo en términos estadísticos. Han reducido los mazazos y detenido a algunos maceros, pero, como estas bandas le tienen cogido el truco a la legislación española, saben que por los delitos contra la propiedad no tienen prisión preventiva.

Con todo, lo peor es que detrás de estas bandas ha de haber, necesariamente, alguien que compre todo lo que roban para ponerlo nuevamente en el mercado. Un equipo de inspectores, el grupo 13 de la Policía Judicial, trabaja intensamente en el intento de descubrir a los peristas y profesionales del sector joyero y peletero que adquieren el material robado o incluso contratan atracos de encargo.

Queda mucho por hacer en este campo, donde algunas personas supuestamente respetables pueden estar por una parte rogando y por otra, con el mazo dando.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_