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Columna
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Aventuras fonéticas del euro (I)

En poco más de medio año de vida, el euro ya ha dado síntomas de rebeldía fonética andaluza. Es lógico y natural. El habla nuestra de cada día, que no es ningún desvío ni retroceso asilvestrado del idioma, como creen sus refinados detractores, posee una sensibilidad especial para detectar los puntos negros del sistema. La palabreja en cuestión, que parece una mosquita muerta, se las trae. Ese diptongo eu, en comienzo de palabra, es de lo más débil que existe en castellano. Contiene un elemento revolucionario wau en la segunda vocal (en realidad una semivocal), que encubre un sonido velar y, por si fuera poco, otro labial. Vamos, una joya para fonetistas aburridos. Si además va acentuada, como ocurre en euro, la complejidad se pone por las nubes. Todos estos fenómenos explican la variedad de soluciones a la andaluza que ya asoman por ahí, para escándalo de puristas y divertimento estival. Pero vayamos por partes.

De la dificultad fisiológica que encierra la pronunciación de ese elemento da buena prueba el hecho de que en nuestra lengua sólo hay tres palabras que empiecen con ese diptongo acentuado, éu, y también se las traen: éuscaro (perteneciente al eusquera), éustilo (del lenguaje de la arquitectura), y, ¡oh casualidad!, euro, uno de los cuatro vientos cardinales, el oriental, en el repertorio exclusivo de los poetas áulicos; una palabra de la que ya nadie se acordaba. Las tres indican bien a las claras el grado restringido de su uso, más bien desuso. Pero es que sin acento, el repertorio resulta también bastante corto y plagado igualmente de neologismos, cultismos y voces específicas de lo más alambicado: euritmia, euclidiano, euforbio..., además de Eugenio, Eulogio y Europa, con esa e tan caediza (Ugenio, Ulogio, Uropa), por algo será. Ante todas ellas las hablas populares han sentido siempre una especie de aversión instintiva, nada caprichosa, pues procede de una debilidad estructural de la lengua.

Pues bien: por todo eso, las pautas naturales del habla vienen ensayando nuevos rumbos para el nombrecito de nuestra flamante moneda: uro, por simple reducción del diptongo, al estilo de Ugenio,y acaso reforzado por el recuerdo fonético de duro, valor monetario ya extinguido. Leuro, con una prótesis consonántica, que facilita la pronunciación, sobre todo en el encuentro y amalgama con otras vocales anteriores: cuarenta leuros, quince leuros... , más fáciles que cuarenta euros, quince euros. Al mismo rango pertenece neuro, apoyado quién sabe en qué suerte de asociación inconsciente con la cantidad de neuronas que hay que emplear en los cálculos mentales con la añorada peseta. Los caminos de la etimología popular son inescrutables, y los de la metáfora humorística también. En Alcalá de Guadaíra, algunas personas mayores han tirado de una antigua palabra, leru, que designaba a cierta clase de escarabajos. (No desdeñen aquí la posibilidad de una metáfora rastrera, debida al poco aprecio que se le tiene todavía a la dichosa moneda). Pero atención a la siguiente, que ya la he escuchado varias veces, y es por donde pudiera orientarse la solución popular a esta contienda de curso legal. Pero eso tendrá que ser el próximo día.

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