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Crónica:Ciencia recreativa / 6 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

NEUROBIOLOGÍA DE LA SIESTA

Javier Sampedro

Dormimos para descansar, ¿no es cierto? Pues la verdad es que no está nada claro. Para descansar bastaría tumbarse en cualquier parte. ¿Por qué tenemos además que perder la consciencia, con los peligros y molestias que ello comporta? ¿Es que la evolución biológica es una completa estúpida?

El gran científico alemán del siglo XIX Friedrich August Kekulé estuvo a punto de perder la salud por una desconcertante paradoja de la química de su tiempo. Kekulé estaba seguro de que las moléculas orgánicas se basaban en largas cadenas de átomos de carbono. Cada carbono puede formar cuatro enlaces, y emplea algunos en asociarse a sus carbonos vecinos en la cadena, y el resto en asociarse a otros átomos, como el hidrógeno. Pero había una molécula orgánica, el benceno, cuya fórmula (C6H6) no cuadraba ni a tiros con esa teoría. Faltaban dos hidrógenos. ¿Qué había sido de ellos? El rompecabezas no parecía tener solución.

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De pronto, una noche de 1865, Kekulé soñó con una serpiente (la cadena del benceno) que se agitaba sin parar... hasta que se mordió la cola. ¡Ahí estaba la solución! La molécula de benceno no era una cadena lineal, sino circular. Por eso le faltaban dos átomos de hidrógeno: los dos carbonos terminales se habían deshecho de ellos para poder unirse entre sí y formar un anillo. Todos los datos aislados y contradictorios de la química orgánica encajaron de repente en un esquema coherente gracias al sueño de Kekulé. ¿Se puede llamar a eso 'descansar'?

Steven Laureys y Pierre Maquet, de la Universidad de Lieja, han presentado en el último congreso anual de la Organización para la Cartografía del Cerebro Humano, celebrado en Japón en la segunda semana de junio, un experimento que muy bien pudiera esclarecer el misterio de Kekulé. Los investigadores belgas entrenaron a unos voluntarios -¿nunca habrá escasez de voluntarios para este tipo de cosas?- para que pulsaran un botón a toda velocidad cada vez que una luz apareciera en una posición determinada de una pantalla. Y les sometieron a un escáner cerebral no sólo mientras hacían la prueba, sino también mientras dormían al acabar la jornada. El sorprendente resultado fue que las mismas redes neuronales activadas durante la prueba se reactivaban después durante el sueño.

Más aún: en una prueba similar, pero apañada para que las luces no aparecieran al azar en la pantalla, sino siguiendo una pauta temporal compleja y desconocida para los voluntarios, los cerebros de éstos activaron durante el sueño -además de las mismas redes de antes- una zona de la que se sabe que está implicada en el aprendizaje de la gramática y de las sucesiones de símbolos (su nombre es núcleo caudado). Y lo más interesante: al día siguiente, los voluntarios habían mejorado en la prueba (tardaban menos en pulsar el botón), como si su cerebro hubiera descifrado durante el sueño la pauta compleja que seguía la luz en sus aparentemente caóticas apariciones en la pantalla. ¿Lo ven? La serpiente de Kekulé. Así es exactamente como el investigador Laureys interpreta sus propios resultados: el cerebro intenta resolver durante el sueño los problemas que le han obsesionado durante el día.

Los experimentos anteriores se referían al sueño nocturno, pero la neurobiología más reciente también ha roto una lanza por aquella modesta y olvidada costumbre de nuestros abuelos: la siesta. Los investigadores de Harvard Sara Mednick y Matthew Walker acaban de demostrar (Nature Neuroscience y Neuron, números de julio) que una simple siesta de media hora es capaz de mejorar la ejecución de una tarea mental, previamente deteriorada por la fatiga de haberla practicado durante toda la mañana. Y lo que es mejor aún: si la siesta dura una hora en vez de media, la recuperación es todavía mayor. ¿Demasiado bueno para ser cierto? Pues esperen, que todavía queda la guinda.

En un experimento, Mednick y Walker han podido concluir que la mejora en la ejecución de la tarea es responsabilidad de una fase del sueño denominada 'sueño no REM del segundo estadio'. El nombre de la fase no importa. Lo que importa es lo que Walker ha dicho de ella: 'Ésta es justo la parte del sueño nocturno que resulta suprimida cuando uno madruga' (declaraciones a www.sciam.com, 3 de julio).

Entra dentro de lo posible que algún jefe, directivo o gestor esté leyendo esto, así que recopilemos los resultados: dormir mejora el rendimiento intelectual; una siesta de media hora es buena; si es de una hora, mejor; y madrugar no es una buena idea. Viva Lieja. Viva Harvard.

ENRIQUE FLORES

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