THE CURE SEDUCE CON SU CLASICISMO EN BENICÀSSIM
Primera jornada y éxito de unos clásicos que no marchitan: The Cure. Treinta y tres mil personas llenaron sin abarrotar el recinto del FIB. El festival lleva camino de batir sus propios récords antes de su conclusión la próxima madrugada
Dicen que la juventud es una etapa de la vida en la que hay poco espacio para los recuerdos y menos aún para el reconocimiento a la obra de los mayores. Pues bien, en la primera jornada del Festival de Benicàssim unos mayores como The Cure cuestionaron con su concierto esta suposición, aupándose gracias al clasicismo de su sonido frente a una audiencia juvenil y respetuosa que se acabó inclinando ante el peso de Robert Smith. The Cure fueron así los primeros triunfadores de un festival que ya tiene memoria.
Cuando se hizo público el cartel del FIB en algunos sectores, causó extrañeza la presencia de una banda como The Cure, grupo veterano con tintes de dinosaurio y un perfil actual más bien poco independiente. Llegado el día de su actuación, pudo comprobarse lo adecuado de la inclusión de la banda de Robert Smith. De entrada se notó una nutrida colección de camisetas negras, cardados y maquillajes tétricos que en su máxima expresión reconstruían telas de araña en el maquillaje ocular. Con la precisión con la que un coleccionista de miniaturas pinta los ribetes del uniforme de un granadero napoleónico, los fans de The Cure vistieron sus mejores galas para la ocasión. Pero hay más. En el backstage, zona del festival sólo accesible a artistas y trabajadores, se formó un tumultuoso corro de curiosos con la única intención de ver a Robert Smith en su tránsito entre camerino y escenario. Eso no había ocurrido jamás en la historia del festival, ni siquiera con Björk, musa de la modernidad y de la independencia. Pero se trataba de Robert Smith. Eran en torno a las dos de la madrugada y la estrella iba a sentar cátedra.
Pelo cardado, ropa negra, labios pintados de rojo sin perfilar, con trazo grueso y descuidado. Uniforme. Público expectante. Silencio. Primeras notas. Sonidos oscuros y siniestros. Línea de guitarra, línea de bajo, batería y la voz penetrante de Smith, quejándose. Dos horas largas sin apenas concesiones. Al igual que en su última gira por España, la enésima de despedida, The Cure acudieron al repertorio menos complaciente de su carrera. Visitaron sus discos clásicos sin dejarse llevar por los hits imaginables. Un concierto de autoafirmación en su oscuridad frente al luminoso colorido del público juvenil. Sólo en los bises The Cure guiñaron el ojo y miraron más allá de sus fans con temas como Three imaginary boys, Just like heaven o Boys dont't cry. Hicieron su bolo, no el bolo de un festival, y esa recalcitrancia les permitió triunfar, pero les impidió arrasar. Parafraseando al líder de la oposición, The Cure lograron un triunfo tranquilo. Fueron los reyes de la noche.
Los que iban para virreyes se quedaron en algo menos que eso. Los Planetas desaprovecharon una espléndida oportunidad para reafirmarse ante su público, ése con el que han crecido, y su concierto en el escenario principal dejó al personal completamente frío. Y eso que la cosa comenzó caliente. Por mor del guión de una película que se está rodando en el contexto del festival, las pantallas laterales ofrecieron planos de una pareja que se estaba arrullando ardorosamente entre las primeras filas. ¿Realidad?, ¿ficción?, se preguntaba el público mientras tocaban los granadinos. Ése fue el punto álgido de su concierto, lo que viene a significar que en su desarrollo apenas destacó nada más que su linealidad. Y lo cierto es que al público se le veía con ganas, ni rastro de la apatía exhibida en otras ocasiones. Pero ocurrió que les traicionó el sonido y que las nuevas canciones, quizá exceptuando Corrientes circulares en el tiempo, apenas ofrecieron lugar donde hincar el diente, de forma que el público esperó vanamente el momento para entrar en el concierto. Lo logró, aunque a medias, cuando sonaron éxitos generacionales como Santos que yo te pinte, La playa o Un buen día, canciones que, pese a todo, no acabaron de transmitir energía suficiente como para desatar griterío una vez concluidas. En suma, un concierto fallido. ¿Será por las nuevas canciones? Y ninguna nueva canción sonó en la terna de jóvenes cachorros ingleses que también pasaron por el escenario principal. Electric Soft Parade, Supergrass y Muse tocaron el pop y el rock inglés de toda la vida, eso sí, con esa total autoconfianza que parece genética en los músicos ingleses. Los primeros van para estrellas, los segundos son unos esforzados del estribillo y los terceros tienen encima aires trascendentes. En conjunto, apenas depararon nada más que tres horas de música y buenas intenciones.
El resto de los escenarios fue ofreciendo sorpresas, sonrisas y público, un público por lo general informado que conoce lo que quiere escuchar. Pese a la nutrida concurrencia que circulaba por el recinto de concierto en concierto, apenas hubo agobios, y, si se sabía buscar, siempre había una barra y una caseta de tickets sin cola. Sólo sucumbió a la catástrofe la insuficiente dotación de establecimientos de alimentación, que, unido al hecho de que casi todos sentimos hambre a la misma hora, generó colas de longitud desesperante. También ocurrió con los lavabos de féminas, pues ya se sabe que los varones construyen un mingitorio en cualquier ángulo recto. Aun con todo, la desesperación llevó a muchas chicas a utilizar el mismo desparpajo masculino a la hora de aliviarse. Estampas del festival.
Más estampas: Miss Kittin & The Hacker. Baile canalla. Chica mona, francesa y sosa con chico con aparatos que hacen ritmos bailables y añejos. Glamour de periferia. Cantaron la historia de una novia que trabaja haciendo strip-tease. Lentejuelas. Puestos a escoger, hubiese sido preferible Lina Morgan y el ex pianista de Cine de Barrio. Pero, bueno, en el FIB no se lleva este canalleo, sino el del dúo francés. Antes, mucho más serio, Cranes llenaron el mismo escenario con pop evanescente y delicado, y The Notwist mezclaron pop, guitarras y electrónica en crepitación sin alcanzar los resultados que consiguen en disco. Y canciones fue lo que en un set muy chocante quiso hacer DJ Shadow. Este mago del collage sonoro en clave hip-hop realizó una actuación propia de estrella del rock, haciendo temas con principio y fin que presentaba micro en mano y convirtiendo el schatch que detalladamente mostraba una cámara situada sobre el giradiscos en una truculencia a la altura de un solo de guitarra. Parecía querer demostrar lo grande que es. Ciertamente lo es y su habilidad para encastrar ritmos, ruidos y samplers en su universo sincopado constituyeron uno de los momentos de la noche. Reprodujo sus grandes éxitos y se marchó. Quedó en el aire la sensación de que aquello podía haber sido mejor.
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