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Reportaje:

La noche fue rumbera

La fiesta que celebró los 10 años de los Juegos Olímpicos tuvo el ritmo rumbero y mestizo como protagonista

La rumba, la rumba como reina de la noche, de la fiesta, de las palmas del público y de la ciudad que más sabe de rumba catalana: Barcelona. En la fiesta que celebró los 10 años de la puesta en órbita internacional de la ciudad, los artistas llamados al escenario tomaron a la rumba como guión de sus actuaciones, y el público, con el oído acostumbrado a las palmas y a los estribillos rumberos, secundó la idea golpeando rítmicamente con las cartulinas plegables repartidas a tal efecto por la organización. Cerca ya de la una de la madrugada, la fiesta concluyó con Los Manolos en escena y su Amigos para siempre cantado 10 años después con la misma intención.

En un espectáculo sencillo pero bien estructurado y con ritmo en el que destacó por su plasticidad la partición del primer escenario para dejar aparecer tras él al segundo -el de las actuaciones-, lo único que falló fue la hora de cierre de la fiesta. Organizar un acto familiar entre semana obliga a los organizadores a no hacerlo concluir más allá de medianoche. En caso contrario, que es lo que ocurrió, los niños empiezan a dormirse (cuando no a subirse por los practicables de los cámaras de televisión), y tras ellos los padres ponen cara de cansados y de incapaces de controlar la situación, y a partir de cierto momento todas las actuaciones se suceden con los vomitorios del estadio llenos de público que se va.

Fue un espectáculo sencillo, pero bien estructurado y con mucho ritmo

Eso fue lo único que deslució un espectáculo que fuera de guión ofreció las inopinadas evoluciones de dos jóvenes suspendidos del puente de luces del escenario junto a una pancarta reivindicativa. Su presencia, que a todas luces manifestó cierta laxitud en los controles de seguridad, puso la nota sorprendente a una noche musical que inició Maria del Mar Bonet ejerciendo de dama mediterránea.

Lo hizo como sólo ella lo sabe hacer, imponiendo un lirismo bañado por el salitre de su mar. Luego llegaron un Gerard Quintana que se la jugó, y ganó, acudiendo a un oscuro tema de Sopa de Cabra, el precioso Hores bruixes; un Adrià Puntí un poco sobreactuado en la interpretación de Ull per ull y un Pep Sala que se olvidó de Sau y acudió a un tema de su repertorio particular, La taverna d'Old John.

A partir de este punto fue la rumba quien controló las riendas de la noche. Lo hizo con un Peret en plan patriarca que quiso desempolvar para la ocasión ese Gitano fino, un tema que fue popular en la España en blanco, negro y gris que no hubiese dado cabida a unas Olimpiadas. Además de un par de rumbas más, Peret hizo de anfitrión de Pepesito Reyes, coautor de una Guantanamera que puso el toque cubano de la noche.

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Más tarde Rosario homenajeó de nuevo la rumba catalana mediante temas como Al son del tambor en los que recuerda a su padre, El Pescaílla. Ya con Raimundo Amador interpretó Muchas flores antes de dar paso al mestizaje y cruce musical de Ojos de Brujo, una banda que representa perfectamente el espíritu del Fòrum de les Cultures.

Lástima que siendo ya demasiado tarde, el público que había ascendido al estadio Olímpico no apoyase al grupo barcelonés, que secundado por Dani Mono Loco, del grupo Macaco, y por el senegalés Cheik Lô, demostró que las fronteras sólo existen para ser vulneradas por aquellos que quieren construir lenguajes de ida y vuelta.

Si nunca hubo músicas puras, menos aún en un mundo cada día más recoleto.

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