La comedia de la crisis
En el concierto latinoamericano actual de voces urbanas, acentos irónicos y fábulas de absurdo social, la narrativa peruana se distingue de inmediato por el impecable humor con que reconstruye una comedia de la crisis. Fernando Ampuero (Lima, 1949), uno de los narradores recientes de mayor talento, convierte a la crisis en una caja china de sorpresas: en esta novela de factura magistral siempre hay una verdad detrás de otra; lo cual declara la incertidumbre de las evidencias, pero también la apoteosis del simulacro. Sólo que, como en la picaresca, no se trata ya de revelar las miserias comunes, sino de sobrevivir contra ellas. Caramelo verde es una caja china sin fondo: el narrador es víctima propicia de sucesivas trampas, que le dan cada vez una identidad distinta. En una de esas revelaciones despierta con una pistola en la mano y un cadáver al lado. Ese montaje lo convierte en un fugitivo, pero también en un perseguidor: huye de la banda robada y busca a su novia asesina. Como de una 'caja de sorpresas', en cada capítulo salta otra aventura.
CARAMELO VERDE
Fernando Ampuero Seix Barral. Barcelona, 2002 160 páginas. 12 euros
Reímos con la farsa de la
vida clandestina, mapa exacto de la pública, y nos rendimos al encanto del relato, cuya dinámica cambiante es una saga de quebrantos. El país ha convertido a la clandestinidad en el espacio natural, a tal punto que las avionetas que parten con la cocaína y vuelven con los dólares marcan las horas en el nuevo tiempo al revés. El absurdo y el sarcasmo reemplazan al orden y la civilidad. En ese mundo, el héroe de este relato encuentra en su historia, como en las maletas o las mochilas, dobles fondos y nuevos caminos: la crisis es siempre una segunda o tercera intención, porque la corrupción, la violencia y el crimen se han hecho impunes.
Sobrevivir con ingenio y humor, sin embargo, es un camino solitario y sin retorno: la verdad de la corrupción obliga al héroe de esta novela a dejar la sociedad y sumarse a una tribu amazónica. O sea, el personaje de una novela peruana no tiene otra salida que dejar la novela. La novia astuta que huyó con el botín de la banda de los narcotraficantes, dejando a nuestro héroe como sospechoso, provenía ya del Amazonas y lamentaba su alfabetismo reciente, su mala letra. El novio vengado, y ahora huido, se hace maestro de escuela en la selva para enseñar a los niños a volver a la novela, al relato de una nacionalidad hecha entre muchas trampas.
Con brillo formal y pasión narrativa, esta novela es también una demostración de cómo la nueva literatura latinoamericana es capaz de reprocesar el malestar no para naturalizarlo como trauma nacional ni para escandalizar a las buenas conciencias con una versión periférica y pintoresca del mal social, sino para convivir con la agonía cierta de un tiempo excesivamente real y, por eso, inverosímil. Las mejores novelas nacen, justamente, de esa fecunda disparidad. Relato picaresco, novela policial, retrato moral de tiempos de penuria, Caramelo verde es, al final, una fábula sobre la inocencia perdida por la escritura, cuya vehemencia y elocuencia son tanto catarsis como exorcismo.
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