La Bisbal divina
Por razones de familia, cada pocos fines de semana me veo paseando por la carretera de Girona a Palamós, convertida en una avenida a su paso por La Bisbal d'Empordà. Allí, el turista o el dominguero encuentra cualquier cosa posible de hacer en cerámica. Un día me crucé con una mujer diferente a todos los que normalmente circulan por allí. Llevaba una túnica de colores, un espectacular tocado en la cabeza y tantos collares que parecía imposible que su cuerpo no se volcara hacia adelante. La he visto muchas veces más y sólo sabía de ella que regentaba Saltar i Parar, una de esas tiendas que conforman la avenida. Pero hace unas semanas tropecé con el libro que Ana María Moix acaba de publicar (aunque escrito en 1971) en Editorial Lumen, 24 horas con la gauche divine, y en la primera página tuve la revelación de quién era el impactante personaje. Se llama Montse Ester y es una de las protagonistas de lo que se dio en llamar la gauche divine, algo que Oriol Bohigas definía en el mismo libro como 'una alta burguesía liberal con superficial adhesión a lo progresivo'.
Saltar i Parar no es una simple tienda de regalos exóticos. Por todo lo que contiene, podría ser también un museo etnológico
Saltar i Parar no es una simple tienda de regalos exóticos. Por todo lo que contiene podría ser también un museo etnológico o una sala de exposiciones o, para aquel a quien le gusta conversar, un salón de té de ambiente hindú. Está pintada de azul y ocre y tiene dos pisos conectados por una escalera de madera; detrás está la vivienda y un jardín. Hace ocho años que se reinauguró en La Bisbal -digo reinaugurar porque la tienda abrió por primera vez en 1966, en la esquina de la calle del Brusi de Barcelona-. Montse Ester ha cambiado de domicilio muchas veces y a donde va ella va Saltar i Parar. Ésa es una de sus gracias. En su libro, Moix define a Montse Ester así: 'Se viste con cortinas, velos, varios collares más largos que la minijupe, zapatos o botas extrañísimas diseñadas por hippies recién llegados de Ibiza, o por niñas bien de la ciudad que no pueden terminar Filosofía o Exactas y quieren ganarse la vida para salir de casa de sus papás (aunque sólo sea por la noche)'. Algo ha cambiado en su atuendo -especialmente la minijupe-, pero el espíritu es el mismo.
Si retrocedemos hasta el 66, encontramos a Montse e Isabel Arnau -por aquel entonces esposa de Oriol Bohigas- aconsejando qué regalo o qué vestido podía comprar cualquiera de la troupe divina que se dejaba caer por Saltar i Parar. Cuenta Ana María Moix que allí había de todo, y si no, salía del bolso de sus dueñas. 'Abrí la tienda comprando las cosas en los Encants; luego empecé a viajar por todo el mundo y la tienda se llenó de objetos étnicos, cosas insólitas que no se veían aquí. A mí no me interesa lo nuevo, sino lo antiguo', comenta Montse. Para ella la gauche divine era gente con una actitud diferente ante la vida. Se les pudo ver en la exposición Gauche divine, del Palau de la Virreina. Colita, Maspons y Miserachs captaron en sus fotos parte de la vida de toda aquella troupe. Tengo el catálogo - editado por Lunwerg- en mis manos y en una de esas fotos de grupo creo reconocer a Montse Ester en un pic-nic en la playa.
El nombre de Saltar i Parar se lo regaló Joan Brossa, amigo y asiduo del local, a quien editó en 1970 uno de sus libros, Poemes per una oda. Junto a la tienda, Montse montó un restaurante llamado Les Violetes, por lo que ella y su compañera Isabel fueron bautizadas como 'las violeteras'. Más tarde, Montse abriría una casa de vecinos con el nombre de Fregoli, en homenaje a Brossa, admirador del célebre transformista. El edificio, construido por el arquitecto Esteban Bonell, recibió el Premio FAD. Y así, Isabel y Montse no sólo eran las confidentes de buena parte de la gauche divine, sino que les vestían, les alimentaban y a algunos, como Xavier Ribalta y Ventura Pons, les dieron cobijo. Pagando, naturalmente.
Todo esto me lo cuenta Montse en el altillo de su tienda. 'En el pueblo tengo fama de antipática, pero a mi edad puedo permitirme el lujo de escoger con quién quiero hablar. Por eso, si no me gusta la gente que entra, subo al altillo y dejo a mis hijos con el cliente'. Montse llegó a La Bisbal huyendo de Barcelona, donde acababa de perder a una de sus hijas víctima del sida. Antes había vivido seis años en Marraquech, donde también montó Saltar i Parar en la medina. Sus hijos la ayudan y la acompañan en sus viajes. Mientras hablamos, uno no puede dejar de mirar en todos los rincones y siempre se descubre algo interesante. Frente a mí hay una sillería que compró en Alepo, Siria, y al lado un tótem de la tribu de los hombres leopardo del África central. Colecciona joyas antiguas que tiene clasificadas en los cajones de un viejo mueble de panadería. Del techo cuelgan saris; hay telas y alfombras por todos lados, cestos, sombreros, lanzas... Y me muestra un tapiz afgano que adquirió hace muchos años en Kulm, un mercado subterráneo que ahora ya no existe. También me cuenta su versión del encierro de Montserrat, donde algunos de la gauche se habían encerrado, concretamente ella estuvo de portera al lado de Pere Portabella. Precisamente -dice ella- su mujer aún conserva las minifaldas que se compró en Saltar i Parar, prenda que apenas se veía en Barcelona y que ellas cortaban y cosían en la trastienda. Cuando me despido de Montse me da un papel y lo dobla en forma de triángulo. 'Te traerá buena suerte', dice.
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