La fuerza de los hechos

La producción cuentística de Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) es ya muy abundante y de calidad probada. Sus cuentos narran fragmentos de vida, sin un principio ni un final definidos, trozos de existencia, reveladores sólo en segunda instancia, alejados de la redondez de los cuentos de Poe o Cortázar. Cuando no es el protagonista, el narrador es alguien que le es muy cercano, que se aflige con él pero no pierde la capacidad de análisis y cuenta con seráfica imperturbabilidad los conflictos internos del personaje. Aunque cada una de las piezas narrativas mantienen su independencia, el conjunto del libro posee una notable unidad merced a la identidad del estilo, a una perspectiva narrativa que privilegia siempre la mirada del protagonista y a los temas comunes, la soledad, la amargura y el aburrimiento de vivir o la pérdida irremediable del amor.

El autor presenta un universo ciudadano sin localización geográfica precisa, compuesto de pequeñas viviendas con jardín, tejados que necesitan reparaciones y estrechos senderos que atraviesan el césped con sus correspondientes aspersores. Todos los elementos externos, la calle, los jardines, unas nubes, la ciudad que se extiende hasta el horizonte, el amanecer, sirven de contrapunto, de glosa casi siempre melancólica a lo que le sucede al personaje.

En el cuento La palabra fiesta, leemos resumido en el primer párrafo cómo la protagonista recorre en una noche toda una hilera de jardines sucesivos de la misma manera que el nadador del célebre cuento de John Cheever surcaba las piscinas de sus vecinos e incluso apreciamos a continuación otras similitudes con el mismo relato: una mujer que ha bebido demasiado en la fiesta de su cumpleaños, una cierta complacencia morbosa en la propia persona y un desenlace en que algo se rompe en la vida de la protagonista. No es extraño puesto que el autor norteamericano es una de las referencias fundamentales de Calcedo.

En uno de los cuentos, la fra

se

inicial determina todo su desarrollo. 'Podíamos ver el patio del penal desde la carretera' y sabemos después que en ese penal cumple condena el padre del narrador. Otro empieza con una frase contundente, 'hubo un tiempo en que mi madre se dedicaba a robar la correspondencia de nuestros vecinos' y esta acción alude a la infelicidad y a la disolución de la realidad. Algunos de los cuentos son paradigmas de la poética del autor. Por ejemplo, Prospectos para el amor, donde el leve asunto de hacer cola en una farmacia para comprar una pomada revela la fragilidad de la protagonista, o Veinte años casado, en el que un agente inmobiliario aburrido e infeliz con su vida y su matrimonio muestra un piso a una pareja de jóvenes que están deseando quedarse solos para hacer el amor. Nada parece suceder, pero todo un mundo ha surgido del texto.

El cuento El liquidador (título igual al de una película de Atom Egoyan también referido a un agente de seguros) es un poco diferente. En él, los hechos no son circunstanciales, sino decisivos, y la presencia de un mueble con un cajón que al ser abierto revela un aterrador contenido, una colección de cartas que contienen un secreto familiar, nos instala en una atmósfera propia de Henry James.