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España-Marruecos, un divorcio sin sentido

Cuando en 1989 el rey Hassan II realizó la que fue su única visita oficial a España dijo: 'Nos hemos peleado a menudo, hemos tenido múltiples malentendidos a través de los siglos..., pero no nos hemos divorciado nunca y no nos divorciaremos jamás'. La difícil situación por la que atraviesan las relaciones entre España y Marruecos, la peor desde hace décadas, invita a tener en cuenta esta frase e interpela a ambas partes. La disparatada situación a la que se ha llegado en torno al islote Perejil/Layla debería ser el punto definitivo para que ambas partes se den cuenta de una vez por todas de que la situación ha llegado al límite de lo soportable y que esta sobrepuja que cumple ya un año en torno a ver quién 'puede más' se basa en políticas egoístas, egocentristas y nacionalistas, que no hacen sino ignorar lo que verdaderamente es importante y nos une incontestablemente: los emigrantes, las relaciones económicas, los intereses geopolíticos mediterráneos comunes, los intercambios sociales y culturales...

Más allá de la cuestión sobre a quién pertenece la soberanía del islote, tema en el que a Marruecos es muy probable que no le falten razones en su reivindicación, dado que el propio statu quo que se estableció hace cuarenta años plantea serias dudas sobre su estatuto jurídico vinculado a la colonización, lo más importante es que se han roto los principios de negociación y diálogo a favor de los hechos consumados por ambas partes y que eso nos lleva a empeorar de manera alarmante la relación entre los dos países.

Con la instalación por sorpresa de una guarnición bajo bandera marroquí en el islote Perejil/Layla, Rabat se ha desviado del principio proclamado por Hassan II en septiembre de 1989, que, junto con otras importantes dimensiones, permitieron establecer unas relaciones estables, racionales y coherentes entre España y Marruecos: 'La solución no puede ser más que fraternal, amistosa y cooperativa'. Pero con la opción española de desalojar por la fuerza dicho peñón se ha dejado, incomprensible e irresponsablemente, de lado la vía político-diplomática, y el principio de confianza mutua se ha desvanecido hasta no se sabe cuándo.

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Asimismo, es cierto que el momento elegido por Marruecos ha sido desafortunado, haciéndolo coincidir con la llegada al Ministerio de Asuntos Exteriores de una nueva ministra cuyas primeras declaraciones fueron dedicadas a afirmar su deseo de 'potenciar el diálogo con Rabat'. Pero también es cierto que esta iniciativa inamistosa de Rabat no se puede interpretar desligada de lo que ha sido una política a veces también desafortunada por parte del Gobierno español con respecto a Marruecos. De entrada, porque no se ha correspondido el discurso en torno a la prioridad española en sus relaciones con Marruecos con la baja intensidad de las visitas y encuentros oficiales con nuestros vecinos del sur, cuando conocerse y generar complicidades es fundamental y, sobre todo, demostrar que se establecen relaciones recíprocas. Después, porque se ha utilizado con demasiada frecuencia la publicidad de los medios de comunicación como instrumento para transmitir reproches o acusaciones al otro (que es la mejor manera de que el otro las reciba de la manera más reactiva posible); porque la defensa a ultranza de que la UE asumiese la penalización en el marco de la cooperación a los países terceros que no contribuyesen a la lucha contra la inmigración ilegal no podía más que alejarnos aún más de Marruecos, porque las maniobras de la Armada en la zona de Alhucemas, aunque se realizasen en territorio bajo soberanía española, no ayudaban a atemperar la tensión con el país vecino... Y todas estas cosas no han contribuido más que a acentuar la susceptibilidad de nuestro vecino y su enrocamiento (que, dicho sea de paso, aunque le puede proporcionar un sentimiento de satisfacción nacionalista, tampoco le beneficia en nada continuar en esa posición), y nos ha dejado sin cauces de comunicación y confianza para, por ejemplo, explicar a Marruecos de manera más serena las razones por las que España ha tomado la posición que ha tomado con respecto al Sáhara, sin que se entienda como un acto de beligerancia (a la vez que Marruecos también tiene que ser consciente de que en la situación actual ha perdido a su vez esos mismos cauces para tratar de convencer a España de que tome otra posición).

Y lo que es muy importante, y debe ser tenido en cuenta por las dos partes de la misma manera, es que esta situación de crisis continua y tensión creciente no hace sino empeorar la imagen de ambos países en las opiniones públicas respectivas. Por un lado, la imagen de España en Marruecos está empeorando porque el tratamiento ultranacionalista que la mayor parte de la prensa está dando de la situación repercute en el sentimiento de la población hacia los españoles, cuando en general gozábamos de una buena imagen. Por otro lado, esta crisis está alimentando el sentimiento antimarroquí en España y eso tiene unos efectos muy peligrosos para los emigrantes marroquíes en nuestro país, que son completamente inocentes y ajenos a lo que ocurre entre ambos gobiernos. En un momento en que hay un verdadero problema de percepción negativa hacia la emigración en nuestra opinión pública, acentuada hacia las personas procedentes de países árabes y musulmanes por todo lo derivado del 11 de septiembre, la crisis con Marruecos no hace sino acentuar las posiciones de rechazo. Pero Marruecos ha de pensar también en la suerte de esos compatriotas en España y colocar entre sus prioridades la solución de la crisis con España, porque también es responsabilidad de Marruecos poner todos los medios para que el antimarroquinismo no fructifique. Es más, tiene que plantearse una política más efectiva de transmisión en España de una imagen más real de Marruecos y contrarrestar la ignorancia generalizada que existe entre los españoles sobre las profundas transformaciones que ha experimentado en los últimos años. Es decir, no replegarse o quedarse en el reproche pasivo cada vez que medios de comunicación o comentaristas lo reducen injustamente a un reino feudal y medieval, sino asumir una posición activa y una campaña de imagen, como muy bien han sabido hacer en Francia, que muestre los aspectos positivos: cómo ha basculado a favor de una cultura urbana que en muchos sentidos está impulsando el cambio social en contra del arcaísmo o el conservadurismo, que existe una dinámica y activa

sociedad civil y movimiento asociativo que está actuando como motor de impulso de reformas y cambios, que se ha avanzado notablemente hacia el Estado de derecho, que se ha ampliado la libertad de prensa, que hay progresos hacia una aproximación más plural y de aceptación de la diversidad en torno a lo beréber, como lo muestra la reciente creación del Instituto Real de Estudios Beréberes. Eso sí, tendrá también que aceptar que, aunque se han dedicado muchos esfuerzos a las cuestiones sociales, le quedan aún más esfuerzos y reformas que hacer para lograr un Gobierno eficaz y satisfactorio para sus ciudadanos en el saneamiento de las finanzas públicas, la lucha contra la corrupción, la mejora del sistema educativo, combatir el analfabetismo, atraer inversores extranjeros, instaurar un nuevo código de trabajo, reformar el estatuto jurídico de la mujer, ampliar el relevo generacional en el campo político y del capital privado. Por todo ello, Marruecos se encuentra en un momento crucial de su historia y es un sinsentido que España no entienda que es fundamental estar a su lado en este momento, como es un sinsentido que Marruecos pretenda que puede prescindir de España para lograr parte de esos objetivos, cuando todos, empresarios españoles y marroquíes, no dejan de decir que las potencialidades de las relaciones económicas y de cooperación entre ambos países son mucho mayores de las alcanzadas hasta la actualidad.

Y, además, insisto, hay un tema clave que a ambos países les tiene que llevar a colocar por encima de esa espiral de 'salvar el orgullo' y 'quién queda por encima', que es la emigración. Es una cuestión que exige una política de cooperación y buena vecindad entre España y Marruecos y es la cuestión más importante de nuestro futuro común: porque Marruecos no puede permitirse esa pérdida continua y creciente de jóvenes, muchos de ellos universitarios y técnicos, si quiere verdaderamente desarrollarse; y porque España tiene que dedicarse sobre todo a la integración de los marroquíes que residen en España y, para que su obsesiva fijación en los ilegales no le desvíe de esta atención primera, se debe trabajar conjuntamente con Marruecos para establecer mecanismos legales y humanitarios de control de los flujos migratorios.

Así pues, ya está bien, ya han mostrado ambas partes por mucho tiempo cómo se pueden perjudicar y fastidiar mutuamente, pero ya ha llegado la hora de poner el marcador a cero y volver a empezar. Ante los dos hechos consumados en la isla del Perejil/Layla se ha de abrir una negociación que clarifique con la ley internacional en la mano la situación, y mientras tanto acordar un nuevo statu quo entre ambas partes (ausencia de nuevo de las dos partes de la isla o, quizás, si la razón de que se haya instalado una guarnición marroquí responde a la necesidad del control de mafias de inmigración ilegal y la lucha contra el terrorismo, al ser estos dos ámbitos de interés general para España y Marruecos y para los que se necesita trabajar en cooperación, que se instale una vigilancia policial compartida entre los dos países). El caso es que se ha llegado a una situación ridícula y anacrónica que no beneficia económicamente a nadie, introduce un nuevo conflicto en las relaciones euromediterráneas y separa a unas sociedades civiles que tienen mucho trabajo por hacer conjuntamente. Así lo claman todos los emigrantes marroquíes en España, los actores económicos de ambas partes, los implicados en la gestión de los programas de cooperación y todos los que creemos desde hace mucho tiempo en los grandes beneficios de unas buenas e intensas relaciones entre España y Marruecos.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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