Lujuria en Perejil
El joven teniente olía a lluvia. La estrechó contra su cuerpo, hasta que ella sintió su solidez fálica. El joven teniente le lamió la oreja y susurró: 26 centímetros. Ella sonrió: anda ya. Cuando terminó el fox-trot, el general en jefe de la plaza, besó a su esposa y le ordenó que siguiera bailando con aquel muchacho, que le habían destinado de ayudante. El general era astuto y posesivo, viril y cuartelero, y a sus sesenta años tenía un vitrina rebosante de medallas, y un ojo de cristal: el sano no se lo quitaba a su despampanante esposa, que no había cumplido los 37. Pero aquella noche, el joven teniente y la despampanante esposa del general se enamoraron apasionadamente. Para consumar sus deseos tuvieron que aguardar la ocasión, y la ocasión llegó, cuando el general se fue a Madrid, para acompañar al ministro del ramo a Bruselas. Regresaré en una semana, querida, le dijo a su esposa.
Horas después, un cómplice del teniente los desembarcó en el islote del Perejil: dentro de tres días, aquí mismo. Y se hizo a la mar. Entonces, ella se desnudó lentamente y resplandeció como una divinidad pagana: pechos erguidos de nata, piernas largas, sexo ígneo y depilado, ancas poderosas. Vale todo, teniente, lo desafió. Hicieron el amor, hasta que se quedaron exhaustos. A la mañana siguiente, desnudos, ascendieron a lo más alto, por la escarpadura. Sólo llevaban los prismáticos de campaña y la cantimplora. De vuelta, se detuvieron en seco: había moros en la costa. Moros de uniforme, muy cerca de sus ropas y provisiones. Arriba, arriba, de prisa. Se camuflaron entre la maleza y los arbustos, por donde ramoneaban unas cabras. Se irán pronto, aseguró el joven teniente. Pero al otro día, desde su observatorio, divisó dos fragatas españolas, unidades de Marruecos y varios helicópteros. El teniente exclamó: La virgen, me van a formar consejo de guerra. Y la esposa del general, le reprochó: con que 26, ¿eh, prenda? ni 12. Y por tan poco, la que has armado. Rompió a llorar y le gritó: Te advertí que mi marido era muy celoso, ¿lo estás viendo, farolero?
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