'A veces vuelvo a casa por la noche y me digo: 'Otro día que he sobrevivido'
Ana Urchueguía, alcaldesa de Lasarte-Oria, fue agredida, acosada e insultada el pasado 23 de junio cuando acudió al frontón Atano III de San Sebastián para asistir a la final manomanística interpueblos disputada por el equipo de su municipio. El frontón, el primer espacio simbólico de los vascos, se convirtió así en una encerrona organizada con la intención de escenificar el pretendido rechazo popular a la alcaldesa socialista y su expulsión simbólica de la comunidad vasca.
En su modesto despacho de la alcaldía, sin otras vistas que una gran pared, Urchueguía repasa esa amarga experiencia y saca conclusiones sobre el incremento de la tensión en los plenos municipales y sobre el proyecto de atentado que le preparaba ETA.
'En el frontón, yo representé ese día todo lo que ellos no quieren tener aquí: una vasca española, una alcaldesa socialista con mayoría absoluta'
'La gente gritaba: '¡Asesina, asesina!'. Pensé en mi compañero Froilán, asesinado por estos fascistas que llaman asesinos y fascistas a sus víctimas'
'Tengo un compromiso con mis electores hasta el 25 de mayo de 2003. Si estoy viva, continuaré en el cargo hasta esa fecha. Después ya veremos, eso queda muy lejos'
'En 1979, cuando yo entré en la política municipal, la gente no dimitía. Ahora vienen a matarnos, y eso crea una situación incontrolable en muchas familias'
'Yo creo que no existen condiciones para celebrar elecciones, pero mi partido ha decidido presentarse y yo soy una militante disciplinada'
Pregunta. ¿Siente que Euskadi se ha convertido en un gran frontón en el que los festivos y brutales hooligans desatan sus bajas pasiones contra los políticos no nacionalistas ante la pasividad, la indiferencia o el miedo general? ¿Lo del Atano III es una metáfora de lo que pasa en Euskadi?
Respuesta. Lo que pasó en el frontón de San Sebastián estuvo muy planificado, precisamente para crear esa sensación de estruendo y rechazo general a lo que represento. De todas formas, los que llevamos muchos años en los ayuntamientos ya nos hemos acostumbrado, relativamente, claro, a soportar situaciones difíciles. Los militantes socialistas encontramos esa presión en los ayuntamientos, en la calle, en las fábricas, en las asociaciones, en muchos sitios. Todos aquellos que son considerados gente del partido, el militante o el simpatizante que da la cara, tienen que pasar por eso en su vida cotidiana.
P. ¿Cómo recuerda aquellas escenas?
R. Como una experiencia terrible, toda esa gente que desataba un odio increíble contra mí. No fui consciente de lo que se preparaba porque me dejé contagiar por el ambiente festivo que reinaba en el frontón antes de que entrara yo. Estaba todo lleno de carteles con los presos de ETA, pero como no era competencia mía y ese tipo de decoración es bastante habitual, no me preocupé demasiado. Fui bastante ingenua. Ni siquiera me di cuenta de que en la mesa que presidía había una pancarta que me llamaba fascista. Me enteré al día siguiente. Imagínese lo que debieron divertirse. Yo allí, detrás de la pancarta, convertida en objeto de mofa y escarnio.
P. El frontón estaba lleno. ¿Cuánta gente pudo participar en la agresión?
R. No lo sé, no sé si eran 1.500, 1.000 o 200. Lo único que sé es que yo lo viví como una reacción general. En cuanto pisé la cancha, se produjo un estruendo enorme, veía a la gente como a una jauría que me gritaba mientras golpeaba los asientos y el suelo haciendo un ruido ensordecedor. El frontón se venía abajo y empezaron a tirarme cosas. Yo me coloqué detrás de la mesa y entonces me dio de lleno un rodillo de papel que me dobló en dos y me quitó el aire. Cuando me levanté, me golpeó un trozo de hielo en la mano y otro en las cervicales. La gente estaba gritando: '¡Asesina, asesina!', y vi que algunas charangas marcaban el tono para unir mejor los gritos. Un edil de Batasuna de mi Ayuntamiento dirigía aquel orfeón. Pensé inevitablemente en mi compañero Froilán, asesinado por estos fascistas que llaman asesinos y fascistas a sus víctimas.
P. Pero aguantó hasta el final, se quedó allí hasta la entrega de trofeos.
R. Es porque tengo experiencia en esto de aguantar y no perder la calma. Y una tiene su responsabilidad también.
P. ¿Cuántos aficionados le han mostrado su repulsa a esta agresión?
R. En el fragor de la bronca, uno de los pelotaris me dio dos besos que me supieron a gloria, pero no pude fijarme en la cara, tengo que enterarme de quién es. Me hizo mucho bien. Aparte de eso, he recibido muchas cartas y llamadas de solidaridad. El problema de esta sociedad es que toda esa gente no puede expresar su rechazo en público, por el miedo, claro. Mire, al día siguiente, yo volví a ese mismo frontón a presentar el plan de euskera de mi Ayuntamiento y me encontré con dos personas que también habían estado presentes en el follón del día anterior. Me dijeron que no tenía razón al decir que me había sentido sola porque ellos, por ejemplo, no estaban de acuerdo con lo que había pasado. Les pregunté entonces qué habían hecho, y me respondieron que nada. Eso es lo que pasa.
P. ¿Por qué no ha presentado una denuncia?
R. Porque creo que en estas cosas la justicia tiene que actuar de oficio. Cada cual tiene que asumir su propia responsabilidad.
P. ¿De dónde sale todo ese odio? ¿Es un odio viejo o es un odio recreado, estimulado, ambientado?
R. Hombre, hay gente que se deja llevar por el ambiente, pero aquí se ha generado mucho odio, mucho rencor, hacia lo que significan determinadas opciones políticas, determinadas personas. En el frontón yo representé ese día todo lo que ellos no quieren tener aquí: una vasca española, una alcaldesa socialista con mayoría absoluta. Por eso jugaron conmigo al pim, pam, pum. Por eso, las agresiones y humillaciones. Es un drama, porque una sociedad que genera tanto odio termina pagándolo. Me resulta incomprensible tanta intolerancia. Yo me crié en casa de mis abuelos socialistas. Mi abuelo estuvo 14 años en el penal de Santoña con dos penas de muerte. Se pasó dos años en capilla esperando su ejecución. Recuerdo que, cuando Franco venía a San Sebastián, le decía a mi abuela: 'Rufina, prepárame la maleta, que vendrán a buscarme de un momento a otro'. Y, efectivamente, llegaba la Guardia Civil y se lo llevaban a la cárcel de Martutene. Bueno, pues fue este hombre el que me enseñó a respetar a los demás. Cuando era niña, iba al colegio del barrio del Antiguo, y como había un cuartel de la Guardia Civil, tenía de compañeras a hijas de guardias civiles. Un día le pregunté a mi abuelo si podía hacerme amiga de una de ellas. Pensaba que podía enfadarse, pero me dijo: 'Ana, tienes que ser siempre libre de pensamiento y tener los amigos que tú decidas tener'. A mí no me enseñaron a odiar. ¿Por qué odian tanto esos jóvenes? Porque se les ha enseñado a odiar, porque se generan las actitudes de intolerancia.
P. Usted fue concejal de Hernani en los años ochenta, bien difíciles también. ¿Pero eran más duros?
R. Eran diferentes. Había plenos interminables con quinientas personas del público. Una vez vinieron con palos gritándonos: 'ETA, mátalos'. Estuviera o no en el poder, el PSE-PSOE era entonces el único engarce con el Estado que existía en Euskadi, y nos caía de todo, que si Felipe González había dicho, que si Giscard d'Estaing había hecho, que si las extradiciones, que si los GAL... Por cierto, que los socialistas de Hernani presentamos mociones contra los GAL. Era muy duro, terrible, sí, pero la amenaza iba dirigida contra las siglas que representábamos; era una presión global, mientras que ahora es una presión personalizada, de liquidación personal. Tratan de quitarnos de en medio para deshacernos como organización. La presión se concentra sobre el blanco elegido, pero alcanza también a sus entornos familiares y sociales.
P. Y es mucho más eficaz que cuando se ejercía sobre las siglas...
R. En 1979, cuando yo entré en la política municipal, la gente no dimitía, aguantaba firme. Ahora vienen a matarnos, y eso crea una situación incontrolable en muchas familias. Yo vivo como puedo; no he salido, lo que se dice salir a pasármelo bien, no sé, al cine, a bailar; soy una mujer divorciada, desde agosto de 1997. Nadie te lo impide, claro, pero te vas autolimitando para no crear problemas a tus escoltas, para no entrar en más situaciones de riesgo.
P. Usted no se descompuso en el frontón, ni tampoco en aquel pleno por el asesinato de Froilán Elespe, su teniente de alcalde. La hemos visto salir de visitar a su hijo en la UVI del hospital y encaminarse al congreso del PSE-EE. Mucha gente se pregunta de dónde saca usted esa entereza.
R. Soy una persona de convicciones y creo que también he desarrollado un sentido de la responsabilidad. Además, el llevar tantos años en esto te endurece, inevitablemente. Te da entereza, pero también te cambia el carácter. Yo misma me doy cuenta de que me río poco, que casi no sonrío. Y tengo mis momentos de bajón, no se crea. Es que, desde Enrique Casas, que fue el primero, hasta Froilán, me han matado a muchos compañeros y amigos. Lo de Froilán y yo era aparte, porque llevábamos 16 años juntos, desde que Lasarte-Oria se constituyó en municipio independiente. Es toda una vida, nuestros mejores años, juntos. Discutíamos mucho porque él era más alegre que yo, pero igual de cabezón. Entraba por esa puerta, me echaba una mirada e igual decía: 'Uff, estás motorizada -Suzuki, me llamaba-, te dejo para luego'. Cuando le mataron me pasé la noche en blanco pensando en cómo debía reaccionar. Decidí que lo más importante era mantener la dignidad del cargo. Supongo que por eso defendí el derecho de los de Batasuna a leer en el pleno aquel comunicado infame.
P. ¿Sólo se puede resistir siendo muy fuerte?
R. Sólo si eres fuerte y tienes convicciones. Hace falta creer en lo que estás haciendo y tener ilusión. A mí la ilusión me la da la labor municipal. Tengo que gestionar un presupuesto de 3.500 millones de pesetas y ya tengo más del 70% ejecutado. El nuevo proyecto urbanístico, el jardín botánico... eso es lo que me mantiene aquí.
P. Supongo que a estas alturas, usted ha traspasado eso que los expertos llaman la línea del miedo, cuando ya has aceptado que pueden matarte y no vives permanentemente en la incertidumbre de si debes arriesgarte o no.
R. Creo que sí. Tengo la sensación de estar viviendo un tiempo extra. No sé, ellos tienen los objetivos muy bien planificados, y si se empeñan, se empeñan, pues igual no hay nada que hacer. O acaban por desequilibrarte y ya no eres humano, o te matan. Veo a compañeros y a sus familias, deshechas, pero también gente que aguanta a pie de obra. Yo tengo dos concejales jubilados que podrían estar tan ricamente disfrutando de sus pensiones y, sin embargo, aquí están, poniendo en riesgo sus vidas. Formamos un grupo municipal sin fisuras. Digamos que hemos aceptado el riesgo: si pasa, pasa, pero nos negamos ya a vivir permanentemente con el miedo en el cuerpo. De todas formas, a veces llego a casa por la noche y me digo: bueno, otro día que he sobrevivido a todo.
P. Haber traspasado esa línea no preserva contra la tentación de abandonar.
R. Contra lo que están diciendo por ahí, yo no me voy. Tengo un compromiso con mis electores hasta las próximas elecciones municipales, hasta el 25 de mayo de 2003. Si estoy viva, continuaré en el cargo hasta esa fecha. ¿Después? Después ya veremos, eso queda muy lejos.
P. ¿Por qué merece la pena seguir?
R. Desde luego, no por dinero, ni por estatus social. Me encanta la labor municipal y además represento unos valores políticos.
P. Pero habrá pensado en marcharse más de una vez y de dos.
R. Nunca en los momentos difíciles. Lo que sí he hecho ha sido plantear en mi partido que hace tiempo que deberían haberme sustituido. Tengo una amiga psicóloga que siempre me ofrece su ayuda; me dice que debería desahogarme, sacar fuera todas las tensiones y angustias, pero de momento... No sé, igual un día de estos tengo que cambiar de opinión.
P. ¿Hasta qué punto esta labor de acoso está planificada? Hace poco se han conocido las cartas de amenaza al concejal Vela, de Andoain, que es un municipio de la zona en el que ustedes parecen en condiciones de arrebatar la alcaldía a Batasuna.
R. Nosotros no somos un partido virtual. Estamos implantados y tenemos raíces. Nuestras listas están formadas por vecinos de los mismos municipios. Mire, fíjese en esto. [La alcaldesa coge un folio en blanco y dibuja un mapa aproximado con los municipios de la comarca cercana a San Sebastián]. Ellos, Batasuna, tienen mayoría absoluta aquí, en Hernani, en Usurbil y en Astigarraga. Tienen también en sus manos el de Andoain y el PNV gobierna en Urnieta. Quedamos nosotros. Lasarte-Oria está aquí, en el centro.
P. Así que es la pieza del tablero que falta por caer.
R. Es un asunto estratégico, se trata de barrernos de aquí como sea. Lo malo para ellos es que estas cosas todavía dependen del voto secreto de los ciudadanos. A veces me da la impresión de que yo les molesto particularmente porque estamos apoyando el euskera hasta el punto de que el Gobierno vasco nos reconoce como un municipio modélico, y también porque somos un Ayuntamiento comprometido seriamente en la colaboración internacional. Dedicamos el 1,6% del presupuesto a pueblos de Guinea, Perú y Nicaragua.
P. ¿Cuáles son sus relaciones con los concejales de Batasuna, con la edil que trabaja de payaso y hace reír mucho a los niños, pero que no puede condenar el asesinato de su compañero de corporación; con el antiguo compañero de la mili de Froilán Elespe que se mantiene igualmente mudo?
R. Ninguna. Me interpelan en los plenos y yo les contesto. La última vez les dije que si no pueden hacer una condena pública del asesinato, que al menos tuvieran el detalle de hacer una llamada personal a la familia. Nada. ¿Cómo se pueden defender unas ideas si permites que se siga asesinando? Curiosamente, el que hablaba con ellos era Froilán. Decía que en el fondo eran buena gente. Pues mira.
P. ¿Cómo se puede combatir la falta de humanidad, el fanatismo?
R. Es duro pensarlo, pero me temo que hay gente que ya está perdida para esta sociedad. Ves personas de 25 a 28 años con cierta formación totalmente dominadas por el odio.
P. La población de Lasarte le da sistemáticamente la mayoría absoluta, pero llega el día de la fiesta mayor y, al contrario que los concejales nacionalistas, usted no puede asomarse al balcón.
R. Hemos estado todos los años en el balcón, aunque nos han apedreado, pero el otro día sopesamos los riesgos y decidimos no salir. Era viernes por la noche y había cientos de personas. La Ertzaintza iba a intervenir si se producía una agresión, así que había que contar con la posibilidad de que se produjeran heridos. Lo pensamos mucho y al final decidimos no salir. Creo que fue una decisión acertada, equilibrada. Al día siguiente fuimos a la misa mayor protegidos por la policía autonómica. Fue duro y muy humillante. Por un lado estaba Batasuna con sus pancartas, y por otro, el resto del pueblo, silencioso.
P. ¿Le decepciona comprobar que sus votos sólo se hacen visibles el día de las elecciones?
R. Es frustrante, pero el miedo es bien humano.
P. ¿Se puede acabar con un régimen nacionalista que dura dos décadas sin que la alternativa esté bien cimentada política y socialmente, sin que tenga capacidad de movilización, la suficiente como para evitar que se produzcan hechos como el del frontón?
R. Tiene que producirse una... Lo que pasa es que si pronuncias la palabra rebelión, los ciudadanos se asustan. Tiene que haber una reacción ciudadana. La gente tiene que implicarse más en su propia transformación como sociedad, porque si no reaccionamos ahora, puede que al final sea demasiado tarde y no podamos ya recuperar la libertad. Muchas veces, la sociedad ha ido por delante, pero el mundo político tiene que mandarle mensajes claros.
P. ¿Hay condiciones para celebrar las elecciones municipales?
R. Personalmente creo que no hay condiciones objetivas, pero mi partido ha decidido presentarse y yo soy una militante disciplinada. Aparte de la seguridad, para un cargo público no nacionalista lo más importante en estos momentos es sentirse arropado por su familia y su organización política.
P. El comando Buruntza, el mismo que se ocupó de su compañero Froilán, tenía también planes para usted...
R. Ellos han tomado la decisión de que yo tengo que salir de aquí. Ésa es la clave. Desde diciembre del año pasado, la presión ha sido constante. Yo lo noto también en el ambiente que se respira en los plenos. El otro día me señalaron con el dedo. 'Ya sabemos quiénes son los que no apoyan a los presos vascos. Tienen nombres y apellidos', decían.
P. Creo que usted les contestó contundentemente.
R. Me estaban poniendo a caer de un burro y no me pude aguantar cuando me atacaron diciendo que yo estaba a favor de que un vecino del pueblo, Ibon Echezarreta, del comando Buruntza, continuara en la cárcel. Les respondí: '¿Quieren que les lea el informe que este pobre chico, como dicen ustedes, hizo sobre mí?'. Les insistí: '¿De verdad no quieren que lo lea?'. Pero no, no quisieron que se lo leyera. Se quedaron mudos.
P. ¿Qué dice ese informe?
R. Todo. En ese informe, que la policía incautó al comando, este Ibon Echezarreta se refiere a mí como 'la tipa'. Escribió frases como: 'Cuidado, tiene vigilancia por la noche', 'Le gusta andar', 'Hay un sitio interesante'. También tenían datos sobre los movimientos de los escoltas y planos de mi casa.
P. ¿De dónde los sacan?
R. De aquí, del Ayuntamiento, o de la Diputación. En la ficha aparecían todos mis datos, dónde y cuándo nací, los cargos que he ocupado, que he sido senadora, que estoy divorciada..., todo. Una biografía bastante completa.
La última de su especie
A GOLPE DE FUNERAL, de tormentosos plenos municipales donde la atmósfera se puede cortar con un cuchillo, de tanto transitar por el laberinto del miedo, de esquivar el peligro que acecha en cada esquina y de hacerlo con entereza, sin arrugarse moralmente ni perder la cara política, esta mujer de 49 años se ha convertido en una referencia para aquéllos que resisten en Euskadi las paletadas cotidianas de odio y el permanente juego sucio de los discursos. Se lo ha ganado a pulso, porque Ana Urchueguia no ha hecho carrera política por su habilidad a la hora de manejar los resortes de promoción interna en su partido, ni tampoco por los despliegues de seducción personal. Es una mujer de temple, una brava mujer que, según sus amigos, esconde un corazón generoso, una inteligencia natural y un estilo directo, franco, a veces difícilmente manejable. Entró en la política municipal hace 23 años, como edil de Hernani, antes de que Lasarte-Oria se constituyera en municipio independiente. A estas alturas es probablemente la única política vasca de la época que continúa desempeñando tareas de representación. Donostiarra, criada en una familia socialista represaliada por el franquismo, madre de dos hijos adolescentes, Urchueguia empezó a militar en el Partido Socialista de Euskadi en el año 1973 de la mano de Enrique Casas, el líder guipuzcoano asesinado por los denominados Comandos Autónomos. Fue portavoz de las Juntas Generales (Parlamento provincial) de Guipúzcoa y senadora, antes de hacerse cargo de la alcaldía de Lasarte-Oria, que preside con mayoría absoluta desde hace 17 años. Durante estos años, el tándem Ana Urchueguia-Froilán Elespe, deshecho trágicamente en marzo del pasado año, ha transformado la fisonomía de este municipio obrero de 18.000 almas, situado a seis kilómetros de San Sebastián. Sobre sus castigados hombros descansa en gran medida la resistencia del PSE-EE en la zona.
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