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VISTO / OÍDO
Columna
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El peñón de Perejil

Ya lo ven ustedes: una roca que emerge del mar, pequeña y fea, que por proximidad es más marroquí que española, que por habitantes no hay nada, y que por historia y tratados absurdos es de España; y Marruecos manda un piquete de gendarmes, y su bandera: una invasión. Qué simpleza. Nosotros mandamos nuestras gentes de armas: espero que no haya una guerra por esa estupidez mojamedí, como para festejar su boda con la chica descubierta a la que algunos miran como la liberadora de la mujer islámica: nada por ahora. Lo que más me fastidia, además de la intención ofensiva de mandar a sus mediocres gendarmes, es que lo justifique diciendo que lo hace para combatir el terrorismo: la terrible palabra que Bush aprendió de Aznar y que parece que lo justifica todo. Es un tópico que ya no se permite; sobre todo, después del terrorismo sobre Afganistán o sobre Palestina. Bush y Sharon deben estar en la lista que miran en los aeropuertos, pero los dejan pasar.

No puedo decir que España se haya portado bien con Marruecos: he vivido allí muchos años, y muy bien, porque yo era europeo dominante. Tampoco Francia: pero les ha dejado algún dinero, algunas industrias, algunos técnicos. España fue simpática y amiga para fastidiar a Francia, porque entonces dominaba Alemania y, claro, Hitler. Luego fueron muy amigos Hassan, todavía príncipe, y Juan Carlos: los he visto apurar las madrugadas en los cabarets de Tánger. Un joven diplomático español le dijo a una trabajadora del descorche: 'Mi príncipe es más simpático que el tuyo', y se armó una bronca que por poco le cuesta el cargo; y es que la chica era patriota. Todo fue bien cuando los dos fueron reyes, y a mí me dijo El Alaui (primo y ministro de Hassan) que España y Marruecos estaban condenadas a ser amigas. No dudé en decirle que sí. Franco, que había hecho más daño a los marroquíes que nadie, también lo creía: y le hicieron la Marcha Verde cuando se moría.

Lo de Perejil no es eso: es una ofensa premeditada con la que Marruecos responde a las ofensas algo más que graves de Aznar, que se reflejan en las leyes de inmigración, y en las propuestas a las naciones ricas de que retiren las ayudas a los países con emigrantes. No ha cundido, pero la botaratada se siente en Rabat. Menos mal que no se le ha ocurrido algo más grave: y todavía le puede salir en el entusiasmo del enlace con ¿la reina? No, ese título no existe.

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