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Columna
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Fijos discontinuos

La figura de fijo discontinuo es una de las más perversas que se pueden dar en el ámbito laboral. Pero cuando se extiende su aplicación a la vida política, la cosa se pone mucho peor. Me refiero a que casi siempre son los mismos, pero cambian de actividad a una velocidad de vértigo. Últimamente cuando están tomando posesión de un cargo, ya están haciendo alusiones en el discurso al próximo que les puede tocar. Y esto no es bueno para su estabilidad psicológica ni tampoco para la democrática.

Saben ustedes que no exagero. Algunos se acuestan ministros y se levantan presidentes o a la inversa, que es lo mismo. Por la mañana son delegados de algo y por la tarde candidatos a otro puesto. Cuando están abriendo el correo de Interior, se encuentran con un oficio que les manda a Sanidad. Esto no tiene mucho sentido. Si seguimos así, los veo a todos juntos mirando por las mañanas el tablón de anuncios de la Moncloa, con los nervios de punta, y comentando: 'Vaya por dios, hoy me toca Interior, que rollo; ¿y a ti dónde te ponen hoy?, ¿Educación?, ¡vaya suerte la tuya! Pues mira, yo tenía cita con el médico y tengo que viajar por culpa de este nombramiento en Exteriores'. Son fijos, sí, pero también politicus interruptus.

Y luego está el tema de las vacaciones. Cada vez tienen menos y en las pocas que tienen están de los nervios. No me extraña, porque los meses de julio aparecen llenos de actividad en los últimos años. Ahora mismo, Ibarretxe no para por el norte, por el sur emerge la desconocida isla Perejil, en levante no se sabe quién es quién ni qué es lo que tiene que hacer y todavía nos queda mucho por ver en el resto de este mes. Los políticos, como los demás mortales, siempre emplearon el mes de agosto para relacionarse más tranquilamente con la familia, que siempre tienen un poco abandonada el resto del año. Pero ahora están ojerosos y como idos en la playa. Conocí a uno que, obsesionado con su posible responsabilidad en instituciones penitenciarias, le construyó a su asombrada hija un castillo de arena que representaba la cárcel de la ciudad. Así no se puede tener paz conyugal ni relaciones familiares.

En educación, hubo un tiempo en que éramos profesores, luego nos convirtieron en enseñantes y últimamente prefieren vernos como trabajadores de la enseñanza. Pues en política pasa lo mismo. Fueron hombres públicos, luego políticos y ahora se parecen más a trabajadores de la política, con el agravante de que son fijos discontinuos. Y encima no les reconocen enfermedades profesionales, aunque cada vez padecen más estrés, depresiones y, principalmente, mobbing, ese acoso moral dentro de su propio partido o practicado por los adversarios, que se caracteriza por impedir a la víctima que se exprese, aislarla, desconsiderarla ante sus iguales, desacreditarla en su trabajo y comprometer así su salud. Me temo que no son conscientes de los peligros laborales que corren.

Una de dos. O hacemos una política más estable o deberíamos incluir en el decretazo un apartado especial para el tratamiento laboral de los políticos fijos discontinuos. Otra complicación más para los sindicatos y el Ministerio de Trabajo en el mes de julio. Si es que no paramos.

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