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Columna
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¡Ya llegó!

Ni Chenoa viene, ni Ana Urchueguía puede salir al balcón de su ayuntamiento, ni el lehendakari va al acto de su desagravio, y los miembros del Gobierno vasco, opuestos a la Ley de Partidos porque eran partidarios, en todo caso, de la vía penal, ponen el grito en el cielo cuando la aplica el juez Garzón. El consejero de Justicia (o de injusticia) observa 'tonos de delirios' en el auto del magistrado, y su compañera de partido y presidenta del mismo, Begoña Errazti, asegura que es 'absolutamente ilegal' y que tiende a crear 'confrontación y dar una imagen de enfrentamiento civil en el país'. No es sólo que Chenoa no venga a Vitoria y que Urchuegía no pueda salir ni a su balcón; es que, cuando en este país más de mil personas van con escoltas, resulta escandalosa la simpatía por Batasuna que expresa el nacionalismo llamado democrático y su enfrentamiento a todos los poderes del Estado, e inmoral el oportunismo que supone plantear en estas circunstancias la superación del Estatuto. La temporada de verano ya llegó.

Sólo son eternos el Caudillo y Arzalluz. El primero, sobre todo, porque el segundo no le deja descansar en paz

Con las cosas que dice el consejero de Justicia y la presidenta de su partido, que están en el Gobierno, qué no dirán determinados enseñantes a los niños. Y en este caos, aparece Patxi López en plan profeta bíblico (todo se pega) apelando a los gobiernos vasco y central para que abandonen la confrontación y diseñen una política compartida y coordinada para combatir el terrorismo. El PNV no lo va a hacer, no lo ha hecho, luego eso significa que ceda el Gobierno del PP. Menos mal que el Gobierno central mantiene la confrontación, de lo contrario desaparecería el Estado, cosa que tiene su importancia si no queremos liarnos a tiros todos contra todos. Dejemos de engañar a los amigos: desde el abandono del Pacto de Ajuria Enea y tras pasar por Lizarra, el Gobierno del PNV no va a colaborar en la desaparición de ETA, porque unió a ella su propio futuro y el éxito de la estrategia soberanista. Pondrá medidas defensivas, protección a los amenazados, acciones que al final no son ninguna solución definitiva, pero nunca la perseguirá, que es lo que queremos los demócratas.

Cada día falta menos para las elecciones municipales y cada vez son más las voces autorizadas que hablan de suspenderlas, parcial o totalmente, porque en muchos municipios la democracia es una farsa. Primero fue Rosa Díez, después Ramón Jáuregui. No es precisamente el PP el que clama por una medida que denunciaría, de una vez por todas, la situación de carencia de libertad que se padece en Euskadi. Porque cuando desde un Gobierno, aunque sea autonómico, se plantean tales muestras de simpatía y solidaridad con los acólitos del terrorismo, toda la comunidad se ve atravesada por la dictadura del terror. ¿Se darían ustedes cuenta de las consecuencias de la suspensión de las elecciones municipales?

Hay nacionalistas que han llegado a decir que el Estatuto está muerto. Para lo que les sirve a los no nacionalistas, que no se empeñen en ponerle la esquela. Pero si se suspenden las elecciones municipales tendría que intervenir directamente el Estado, el Gobierno de la nación. Se pondría en entredicho el Estatuto como instrumento de convivencia, cosa que ya lo está, pero en esta ocasión de forma rotunda. En todo caso sería un Estatuto intervenido directamente por el Estado, mecanismos legales los hay previstos, y la razón, la falta de condiciones democráticas y el acoso a los candidatos de la oposición, son una causa más que justificada para la intervención, justificable en toda Europa. Sin embargo, el PNV, de momento, puede estar tranquilo, porque no parece que esta vía le entusiasme al PP, sólo a algunos socialistas. Pero tiempo al tiempo.

Porque, si el próximo viernes el Gobierno nacionalista decide dar otra vuelta de tuerca y 'superar', como lo denomina, el Estatuto, se abrirá otro frente más, una nueva página de crispación, nueva ofensiva política con el terrorismo al lado flanqueándola, nueva fase de enfrentamiento de la que, con excesiva facilidad, se salta a justificar la limpieza etnicista efectuada por ETA.

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Así, que se anden con prudencia determinados portavoces nacionalistas declarando la muerte del Estatuto, no vaya a ser que, como a Julio César, nos lo carguemos entre todos, incluidos los de su familia. En democracia no hay cosas eternas, sirven o no sirven para el fin de la democracia; y si no, se cambia por otra. Sólo son eternos el Caudillo y Arzalluz. El primero, sobre todo, porque lo cita siempre el segundo y no lo deja descansar en paz. No se quiso el cambio el 13 de mayo de 2001 y cada día que pasa vamos a peor. Siempre nos quedará Garzón.

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