Un círculo vicioso
Hace pocos días, se han hecho públicos los últimos datos sobre la financiación de las universidades públicas españolas. Estos datos despiertan una vez más la discusión de si las universidades españolas están o no bien financiadas. En España, el gasto en educación superior alcanza el 1,3% del PIB frente al 2,8% que gasta EE.UU. o frente a la media de los países de la OCDE que (gracias fundamentalmente al peso de los EE.UU. en esa media) alcanza el 1,7% del PIB. Las diferencias son tan grandes que sólo se puede concluir que la educación superior española está pobremente financiada cuando se la compara con EE.UU., aunque las diferencias son bastante menores, y en muchos casos nulas, cuando se compara nuestra situación con los países europeos. Europa financia su educación superior en torno a la mitad de lo que lo hace EE.UU.. Con esta tímida apuesta por la educación superior (y también por la ciencia y el desarrollo tecnológico que llevan caminos parejos en cuanto a escasa financiación) se hace difícil creer que algún día se cumpla la pomposa Declaración de Lisboa en la que los representantes políticos de la UE afirmaban que en poco tiempo la UE se convertiría en la región más dinámica y competitiva de la economía mundial. Complicado está ese reto cuando nuestro competidor invierte el doble que nosotros en lo que es la semilla más fructífera del desarrollo futuro: la educación superior y el desarrollo científico.
¿Por qué nuestra sociedad invierte tan escasamente en su educación superior?, ¿por qué nuestros políticos ven con recelo el incremento del gasto de las universidades? La respuesta es compleja, pero me voy a permitir hacer un análisis basado en una concepción global de papel de las universidades en diferentes entornos.
En EE.UU. la educación superior ha sido considerada desde siempre como un instrumento central para el desarrollo del país. Esa sociedad considera que sus universidades son algo importante tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. La educación superior norteamericana nunca ha sido considerada como una cuestión 'de los gobiernos'. Es una cuestión 'de los ciudadanos'. Eso hace que las universidades norteamericanas (públicas en su gran mayoría) estén enraizadas en la sociedad, reciban elevadas ayudas de las empresas, donaciones de los antiguos alumnos, y cobren elevadas tasas a sus estudiantes. Hasta tal punto que la mitad de ese 2,8% del PIB que citábamos anteriormente proviene de fuentes privadas. ¿Qué explica esa 'generosidad'? Fundamentalmente la confianza de los ciudadanos en que las universidades son instituciones dirigidas al mejor servicio a la sociedad, en las que los profesores atienden a los estudiantes, en las que los gestores hacen el mejor uso de los recursos que reciben.
¿Sucede lo mismo en Europa? Es evidente que los ciudadanos europeos no tienen esa confianza en sus universidades. La educación superior europea es vista por los ciudadanos como algo distante. Las universidades son instituciones que financian los gobiernos y que controlan los profesores, que además son funcionarios en la mayoría de los países. Parte importante de la sociedad, y muchos de sus elementos más dinámicos, miran a las universidades como instituciones alejadas del mundo real, poco eficaces y cuya mayor relevancia radica meramente en que tienen la exclusividad para otorgar los títulos que permiten el ejercicio profesional.
Esa escasa confianza en las universidades está muy relacionada con la financiación. Por un lado, ni empresas, ni mecenas ni estudiantes consideran que apoyar financieramente a las universidades para que ofrezcan un servicio de más calidad sea algo trascendente. Por otro lado, los gobiernos son conscientes del desinterés de los ciudadanos por las universidades y, además, sienten cierta desconfianza hacia unas instituciones que están más dispuestas a hacer constantes proclamas de su autonomía, algo sin duda importante, que a rendir cuentas de los servicios que prestan. La consecuencia de este estado de opinión es que los sistemas de educación superior europeos, en general, y el español, muy en particular, están pobremente financiados.
Se trata de un circulo vicioso: las universidades se excusan en su pobre financiación para explicar funcionamientos deficientes, mientras que los gobiernos opinan que dada su eficacia, bastantes recursos reciben. Hay que plantearse si el círculo puede romperse, si es posible llegar a una situación en la que unos muestren mejores resultados y otros estén dispuestos a recompensarlos más generosamente. Para ello es necesario iniciar un camino de confianza mutua en el que las universidades hagan de la calidad de su servicio a los ciudadanos su principal objetivo, y en el que los gobiernos y los ciudadanos premien los esfuerzos de las instituciones en su camino hacia la mejora. Si esto sucediera, los beneficiados seríamos todos, pero sobre todo los ciudadanos que podrían disfrutar de unas instituciones que son imprescindibles para el desarrollo cultural, social y económico de la sociedad.
José-Ginés Mora es profesor de la U. de Valencia y uno de los redactores del informe La universidad española en cifras (2002).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.