Una tercera vía agotada
Hace escasas semanas el jurado concedió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales a Anthony Giddens, uno de los principales teóricos de la denominada tercera vía. Este galardón plantea alguna incógnita: ¿por qué ahora, cuando esta interpretación blanda de la socialdemocracia clásica ha pasado ya sus mejores momentos y cuando uno de sus pilares políticos, el ex presidente norteamericano Bill Clinton, ha dejado la Casa Blanca en manos de uno de los líderes más conservadores de todos los tiempos?
La respuesta está seguramente en el resto de la obra teórica de Giddens, en los libros de sociología anteriores a su formulación de la tercera vía que, no por casualidad, es la parte más débil de sus argumentaciones. La tercera vía apareció a mitad de la década de los noventa, cuando Tony Blair apartó del poder a los conservadores británicos, después de una larga etapa de revolución conservadora. Se presentaba como un camino renovador que tomaba lo mejor de la derecha y de la izquierda; buscaba un camino intermedio entre los que mantenían que el Estado era el enemigo y los que entendían que el Estado era la solución: más allá de la vieja izquierda y de la nueva derecha.
CONTRA LA TERCERA VÍA. UNA CRÍTICA ANTICAPITALISTA
Alex Callinicos Traducción de Natalia Berenguer Crítica. Barcelona, 2002 171 páginas. 15,50 euros
Elegir un lugar ideológico tan amplio dio lugar a todo tipo de ambigüedades. Los que no compartían la tercera vía la definieron como un camino para tomar el poder, con escasas novedades en el terreno de las ideas. Una especie de thatcherismo con rostro humano, decían unos. Y otros explicaban que la hegemonía del neoliberalismo se demuestra, precisamente, en que sus políticas han sobrevivido a la derrota electoral de los partidos que lo inauguraron. A estos últimos pertenece, por ejemplo, Perry Anderson, y también el autor de este libro, Alex Callinicos, un profesor de la Universidad de York que ha escrito numerosos artículos para la New Left Review.
Callinicos comparte la tesis de que la tercera vía es en la actualidad el mejor caparazón ideológico del neoliberalismo. Subraya que no sirve la respuesta de la tercera vía como autodefinición de la izquierda. No vale autorreferenciarse sólo a través de los valores; heredados del pasado, los valores socialistas (imparcialidad, justicia social, libertad, igualdad de oportunidades, solidaridad y responsabilidad hacia los otros) permanecen inalterables, aunque el contexto económico y político -la globalización- ha cambiado, y por tanto las políticas necesarias para realizarlos también necesiten transformarse.
Callinicos critica a Giddens
con sus propias herramientas. Antes de la tercera vía, el director de la London School of Economics abogaba por un pluralismo explicativo contra lo que era el reduccionismo marxista; hoy, sin embargo, sus informes sobre el mundo social son monolíticos en la reducción de los fenómenos sociales a las consecuencias de la globalización. Giddens y los teóricos de la tercera vía consideran que la globalización económica ha vuelto obsoleto el estatismo de la vieja izquierda, tanto la estalinista como la socialdemócrata; opinan que el capitalismo está más integrado globalmente, pero al mismo tiempo más descontrolado. Y proponen una mayor regulación del mismo a través de una autoridad financiera mundial, del Fondo Monetario Internacional como banco central global y un debate sobre la tasa Tobin, que no se ha implantado por falta de voluntad política para hacerlo, no por sus dificultades técnicas. Callinicos afirma que este conjunto de medidas, a pesar de ser un avance sobre lo que se practica, no se separan del neoliberalismo porque las organizaciones multilaterales que habrían de ser esa autoridad financiera, tal como están, operan según los intereses de Estados Unidos y de las potencias capitalistas occidentales. En ello coincide con la crítica que el último premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, acaba de hacer en El malestar en la globalización. La crítica anticapitalista se separa de este prudente reformismo al entender que el enemigo no es la globalización, sino el capitalismo global, y que las instituciones centrales del mismo son las mutinacionales, los Estados más importantes y los organismos multilaterales. Con lo que, después de tantas vueltas, hemos llegado al pensamiento clásico de la antigua izquierda. Sin matices.
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